martes, 24 de julio de 2012

La Flor Que Vimos Aquella Vez

 Muchas veces decimos querer o amar a alguien, pero la verdad es que lo único que perseguimos es lograr encerrar a esa persona entre nuestros brazos, mantenerla junto a nosotros para nuestro propio disfrute. Con el tiempo este amor amargo puede diluirse o intensificarse, y si no logramos nuestro objetivo, sentimos que la vida es un fraude y que ninguna otra persona vale la pena.
 Creemos que lloramos, soñamos, reímos y vivimos por el otro, pero en realidad cada lágrima que se nos cae es por nosotros mismos, por no poder succionar la felicidad de la persona. Sí, eso es lo que todos intentamos: succionar la felicidad que creemos que los demás tienen en su interior.
 Aún así, creo que todos podemos llorar las últimas lágrimas de desesperación y sonreír juntos para lograr una felicidad verdadera, para compartir nuestros abrazos de la manera más hermosa...
 Dejemos ir todo lo que creemos amar y amemos realmente, para que cuando llegue la hora de despedirnos podamos llorar lágrimas dulces mientras sonreímos...


 Con ustedes, el puente Chichibu...




sábado, 14 de julio de 2012

Cartas de Amor

 No es tan grave no haber recibido ninguna, pero si nunca has escrito una te has perdido una de las experiencias más emocionantes y memorables de la infancia y/o la adolescencia.
 Primero pasas horas pensando si la escribes o no, si realmente vale la pena hacerlo. Empiezas a escribirla sin buscar palabras demasiado complejas, tal vez sin buscar ni siquiera las palabras adecuadas, utilizando sólo las más sinceras. Cuando la tienes terminada, te das cuenta de que lo que has escrito es una completa ñoñería, y vuelves a empezar, hasta que finalmente te resignas y la dejas como está.
 Después, cuando ya la tienes lista, gastas las suelas de tu calzado pensando si se la entregas o no, imaginándote su posible reacción, con miedo, con ilusión y con ansias. Luego, cuando el momento está cada vez más cerca, el calor y los nervios se apoderan completamente de ti, sin importar la manera en que se la darás: a escondidas, cara a cara, a través de algún amigo.
 Cuando finalmente está en su poder, todos esos nervios y ese calor explotan, dejándote una extraña sensación de ansiedad y convirtiéndote en el ser más impaciente del Universo, pero ya hay cierta calma en ti, porque sin importar la respuesta, te has atrevido a enseñar tus sentimientos más lindos y profundos…
 Recuerdo perfectamente la primera carta de amor que escribí: fue en cuarto grado de primaria, para una niña que se llamaba Martina. Estuve tres días hasta que la terminé (incluí también una canción en ella), y la entregué junto a una caja de chocolates. Su cara se puso completamente roja (no quiero imaginarme la mía), y no quiso tomar ni la carta, ni los chocolates. La carta la terminó leyendo uno de sus amigos, y a los chocolates se los repartieron entre las amigas. Así es, un completo fracaso, porque aquella reacción no era motivada por una timidez extrema, sino que yo realmente no llamaba nada su atención.
 Pero también recuerdo la primera vez que fui yo el receptor de la carta: fue en segundo grado de primaria, y para mi maravillosa suerte, me la entregó la mismísima chica que me gustaba. Sin embargo, reaccioné tan estúpidamente que no puedo recordar lo que cruzaba por mi mente en aquellos instantes. Terminé de leerla, y me paré en el medio del aula; “¿Quién quiere una carta?” dije, y se las sorteé a los chicos del grado, que se burlaron todo el año de la valiente  chica por el gran corazón que había dibujado. Nunca olvidaré que escribió mal mi nombre, y en lugar de “Ángelo”, puso “Anyelo”… Por suerte, el insensible, egoísta y pervertido yo de primaria ha quedado muy atrás en el tiempo.
 Ah, y permítanme decirles que recibir una carta de amor es una de las cosas más motivadoras que pueden sucederte, sobretodo si eres como yo (padeciente de S.A.D. o de baja autoestima), porque hace que te sientas sumamente especial, inigualablemente especial, y absolutamente único…

Sensibilidad

 No existen buenas personas, no existen malas personas. ¿Qué son el bien y el mal sino una mera invención del humano, creador de la moral y la justicia, de las cuales luego se mofaría? Esta división no existe en el estado más puro de la naturaleza. ¿Por qué decimos, por ejemplo, que asesinar está mal? Aunque a mí mismo me cueste aceptarlo, no puedo pararme con una mano en el corazón y decir genuinamente que es una mala acción. Las acciones son sólo eso, acciones, y los calificativos son también una invención del humano y de su manera pasional/emocional de ver la vida (la cual me parece maravillosa); el humano le agrega sentimientos, emociones y razones a todo lo que hace y lo que lo rodea. Sólo estoy intentando deshacerme unos instantes de mi parte humana para ver todo desde un punto de vista más frío y objetivo.
 Pero en fin, si no existe el bien ni el mal, ¿cómo definimos la línea que separa lo cuerdo y aceptable de lo demente e inaceptable? Desde mi punto de vista, es muy sencillo: sensibilidad e insensibilidad. Existen personas sensibles al dolor y el sufrimiento ajeno que se esmeran en mantener bien a los seres que los rodean; y luego están las insensibles, a las cuales les da igual y simplemente buscan su beneficio sin interesarle el de los demás.
 Esta es la conclusión a la que pude llegar tras ver algo vacía y sin sentido las teorías del bien y del mal. En la naturaleza no hay reglas, en el Universo no hay normas; la vida es un bien frágil y codiciado, una lucha continua por conservarla.

miércoles, 11 de julio de 2012

Fragmentos #3

 —Ustedes jovencitos deben tener mucha energía, ¿no es así? —empezó a hablar la vieja sin que le prestara demasiada atención—. Este lugar es para ancianas como yo, que no podemos hacer nada.
 —Debe haber cosas que puede hacer —dije distraídamente.
 —Sólo puedo hacer lo que ahora: sentarme y mirar pasar el tiempo, los veranos, las nubes, los inviernos…
 No respondí nada, y cerré los ojos para intensificar la suavidad de una cálida brisa.
 —Pero esta no es una mala vida, aquí puedo disfrutar a la madre naturaleza —agregó ella.
 El perro se acercó a ella, y moviendo la cola se sentó para que empiece a acariciar su lomo. Luego se sumó Soleil, sentándose frente a la anciana y acariciando también al perro, que se llamaba Guau.
 —¿Ustedes cómo han terminado aquí, jovencitos?
 —Nos escapamos de casa —le respondió ella.
 —Mi hijo también se ha escapado de su casa, la cambió por la ciudad. Pero estoy seguro de que regresará… Todo regresa al lugar del que ha surgido. Incluso ustedes lo harán.
 —Toda regla tiene excepciones —comenté.
 —No jovencito, esa no es ninguna regla, es una verdad.
 Soleil no decía nada, mantenía su mirada baja y sus manos en el animal.
 —Oh… —expresé sarcásticamente, aunque no sé si la anciana entendió esa expresión.
 —Los años van mostrándote verdades que no puedes contradecir, no importa lo necio que seas.
 —Los años sólo son años… En dieciséis años se puede aprender muchísimo, pero la mayoría de los que han vivido esa cantidad de tiempo son unos idiotas —dije, y Soleil me miró, sabía porqué lo decía.
 —Parece jovencito, que te gusta criticar a los que saben más que tú…
 —Usted cree saber más que yo sólo porque vivió más décadas, pero no se aprende de lo que se vive, se aprende de lo que se piensa.
 —No creo que alguien sepa más que otros —se unió a la discusión Soleil—, cada uno ve el mundo desde su perspectiva.
 —No importa de dónde se vea, lo que es negro es negro.
 —Si miras el lago, parece ser de un color azul amarronado, pero si juntas un poco de su agua en tus manos, te darás cuenta de que no tiene ningún color —dijo certeramente la anciana, de manera que no la pude contradecir. Tampoco estaba intentando ganar la discusión o algo así.
 —Eso es cierto —la apoyó Soleil con una sonrisa.
 —Pero no es malo ser rebelde, puede llevarte a aprender un poco más.
 —Que conversación más estúpida —dije y me levanté—… Como si alguien quisiera aprender algo.
 Puse las manos en los bolsillos y me fui al otro lado de la casa, para estar solo, para estar tranquilo y callado.
 —¿Él es de tu familia? —le preguntó en voz baja la vieja mientras me iba, pero aún así logré oírla.
 —No, pero aunque no me guste, él es todo lo que tengo ahora —le respondió aún más bajo Soleil, pero el viento arrastró el sonido de su voz hasta mis oídos. No sé cómo explicarlo, pero como que se sintió bien oír eso.

miércoles, 4 de julio de 2012

El Iceberg A Mi Lado

 Por eso odio el invierno, porque cuando miro a mi alrededor todos están abrazándose y compartiendo su calor, y cuando volteo para mirar a mi lado, veo un iceberg que no se cansa de soplarme su helado y amargo aliento en todo el rostro y el pecho.
 No importa cuántas veces cierre los ojos ni con qué fuerza los abra, cada vez que miro hacía allí, él está ahí.
 Cuando me distraigo unos segundos, me quita los guantes y empieza a congelar mis dedos, porque no tengo ni bolsillos donde guardar mis manos. Tampoco puedo acercarme a él o cubrirlo con mi abrigo para intentar derretirlo, porque engulle todo lo que le acerco. Es un enemigo que dedicará toda su vida a acosarme, y no tengo más remedio que empezar a saltar y a sacudirme para ver si puedo neutralizar su frialdad.
 A todo mi alrededor hay sonrisas  y redes de dedos, pero yo paso mi tiempo estrellando mis dientes entre sí y cerrando los ojos para ver si en lo más profundo de mí aún queda algún sueño de pie. Mientras, parece ser que mi compañero aumenta su tamaño y disminuye su temperatura, enfriando más allá, y alejando aún más a las cálidas sonrisas que buscan escapar hacia la calidez. A este paso, cuando llegue el verano, el iceberg será invencible sin importar cuántos soles lo ataquen.