sábado, 21 de diciembre de 2013

Ideales. Personas. Pensamientos. Sentimientos. Deseos. Sentimientos Otra Vez.

  Si mis ideales me alejan de las personas que más quiero, ¿qué debería pensar? ¿Debería reconsiderar mis ideales y suprimirlos, o cambiarlos por otros para ser más compatible con esas personas que podrían alejarse? ¿O debería pensar que simplemente mis sentimientos no son correspondidos, y si no me aceptan como soy, aunque los quiera, en realidad esas personas no son las adecuadas para mí? Ambas opciones son dolorosas, ambas destruyen una parte importante de mí, pero a veces no hay opciones cómodas o fáciles, y las cosas deben ser como deben ser, y ya.
  Una característica mía siempre fue la de ser un “desligado”, tanto con las cosas como con las personas, y me adaptaba rápida y fácilmente a las ausencias, lo suficiente incluso como para creer que ni siquiera tenía sentimientos. Ahora me duele alejarme de alguien que aprecio tanto; me duele saber que no puedo hablarle más, que no puedo escucharla, que no puedo compartir más nada con ella, que simplemente dejamos de ser lo que éramos, que convertimos todo lo nuestro en simples e intangibles recuerdos.
  Siempre me molestó no sentir eso, siempre deseé eso de tener la sensación de que realmente necesitas a la otra persona, porque me parecía una prueba irrefutable de la existencia de sentimientos en tu ser, y ahora, como el típico tonto que quiere lo que no tiene, me arrepiento de haberlo deseado, de haberlo buscado, y de haberlo encontrado. Siempre pensé más de lo que sentí, pero ahora es como si casi no pensara, como si me hubiese dejado llevar totalmente por los sentimientos, y ahora estoy a la deriva.
  Ahora es como si naufragara entre sentimientos, pero antes he naufragado en pensamientos, y ciertamente ambos naufragios son angustiantes, pero prefiero este, porque es más hermoso. Ya me cansé de pensar. Sí, hace tiempo que me cansé de pensar; era este sufrimiento tan ilógico e irracional lo que estaba buscando, un sufrimiento poco civilizado y más humano, porque es más salvaje, más puro, más genuino, no está calculado. Todo esto es algo nuevo para mí, algo que antes creía inalcanzable, y aunque suene contradictorio (porque tal vez así lo sea), lo estoy disfrutando, porque si bien duele, no deja espacios vacíos, como sí lo hace el pensamiento, que todo el tiempo está haciendo preguntas, y luego más preguntas acerca de las preguntas anteriores y sus respuestas.
  Pero regresando, ¿qué debo hacer con esas personas que quiero y mis ideales alejan? ¿Qué debo hacer con esos ideales que alejan a esas personas que quiero? Mis ideales son de las cosas en las que más confío, me dan mucha seguridad, e incluso estoy orgulloso de ellos, porque creo que son un equilibrio entre el pensamiento y los sentimientos, y no es cosa fácil encontrar el equilibrio, el punto medio entre los extremos, principalmente para personas como yo. Y las personas que quiero son las que hacen más interesante mi vida, las que le dan esperanza, ilusiones, las que me salvan de la locura de la soledad, en el sentido negativo de la palabra.
  ¿Por qué siempre hay que elegir? ¿Por qué siempre las cosas tienen que ser como tienen que ser? Tal vez lo más emocionante de esta vida sea luchar para que las cosas sean diferentes a como se supone que tienen que ser; tal vez la solución es ser caprichosos y buscar que el mundo sea el mundo que nosotros queremos; tal vez lo más asombroso y hermoso no son las cosas que nos han dado o que nos encontramos en este mundo, sino las que hemos transformado, a gusto o disgusto…

jueves, 5 de diciembre de 2013

Lo Intento

  Usted está poseída. Poseída por las cosas que cree poseer, por su necesidad de poseerlas, por su miedo a dejar de poseerlas y tener que ver la vida cara a cara, desnuda, pura. Está poseída por el miedo al futuro y a sus inciertas y malas posibilidades, por el miedo a las enfermedades que no tiene, a los males que no la acosan. Está poseída por todas esas mentiras que alguna vez uno o varios tontos nos hicieron creer.
  Yo, en cambio, prefiero andar ligero, para no sobrepasar mis capacidades y poder controlarme, para poseerme, porque sólo si me poseo puedo entregarme (“uno no puede dar lo que no tiene”), y en la entrega está la felicidad, aunque los insalubremente egoístas, los engañados, no puedan o no quieran creerlo.
  Si me poseo, puedo entregarme a todas aquellas cosas y personas que me hacen bien, que amo, que me protegerán a mí y a mi felicidad, con las que quiero compartir y compartirme.
  Sólo si me poseo puedo entregarme a la calidez de la luz del Sol, a la frescura de la brisa, a la suavidad de una mano, o a la ternura de cualquier otra caricia; sólo si me poseo puedo entregarme a la compañía de un amigo; sólo si me poseo puedo entregarme a la belleza del arte, de la naturaleza, a la sublimidad de la música, al encanto del vuelo de las aves, a la inmensidad del cielo, al sostén de la tierra y la hierba, a la majestuosidad, la magia, los milagros, la realidad que nos rodea en todo momento; sólo si me poseo puedo recibir y proteger todo lo que los demás deseen entregarme.
  Y no se engañe otra vez, usted no se ha entregado a todas esas cosas que tiene (al menos no conscientemente), porque no las ama, sino que las necesita, y por eso las tiene, porque le mintieron que las necesitaba, y usted lo creyó, quizá porque consideraba que era más fácil y cómodo tomar estas cosas en lugar de salir en búsqueda de las que ama (o esa quizá es otra de las mentiras que le hicieron creer), o simplemente porque estaba algo distraída, y ahora sólo necesita sentarse a pensar un poco mejor las cosas.
  No se preocupe por abarcarlo todo, por asegurarse un futuro que alguna vez quizá podría llegar, porque lo único que realmente puede poseer es este mismo instante (el único que existe, pues los demás son en realidad recuerdos o meras suposiciones), sus pensamientos, sus sentimientos, y sus sensaciones… Eso es todo lo que el Universo le da, lo que nos ofrece a todos (parece poco, y quien sabe, quizá lo es, pero es lo más hermoso, y por ello, lo más valioso y lo más importante), pero está en usted aceptarlo, tomarlo y disfrutarlo, o ignorarlo y dejarlo ir, intentando cambiarlo por algo más, algo que existe, pero que no es real...

martes, 19 de noviembre de 2013

No Quiero Olvidar

  ¿Qué será de nosotros si no existe más? Sé que es una postura egoísta, pero me parece horrible la idea de que la muerte, a pesar de ser sólo una parte del círculo elemental de la vida (que es movimiento, cambio), sea un definitivo final para nuestra individualidad; es horrible la idea de que no haya algo más, y tras la muerte simplemente dejemos de existir, o nos fundamos en algo que carece de divisiones, y perdamos nuestra patéticamente diminuta y confundida personalidad (que a pesar de eso resulta extremadamente hermosa y satisfactoria) para formar parte de algo más universal.
  Si morir es cambiar, no tengo problemas con eso, pero si morir es dejar de existir o renunciar totalmente a la individualidad, no quiero hacerlo jamás (porque sin dudas es hermoso sentirse anónimo, parte de todo, pero quiero hacerlo sabiendo también acerca de mis diferencias con lo demás; necesito la diversidad, que no es división, sino cambio; si todo y todos somos lo mismo, no hay cambio, por lo que no habría vida, y la existencia sería demasiado triste, sería muerta). Todo lo que he sido, lo que conocí, lo que recibí, ha quedado recolectado en forma de recuerdos dentro de mí, y por algunos de ellos no me preocupo, a algunos ni siquiera los quiero, pero otros son hermosos, y además de amarlos, los necesito. No quiero que desaparezcan, así como desaparecieron del presente las situaciones, los sonidos, las fragancias, las sensaciones, y las personas con las que están construidos.
  Quiero ser esto que moldearon los pensamientos de mi propio cerebro, mis experiencias, mis viajes, mis errores, mis aciertos, mis miedos, mis alegrías, mis conocidos, mis amigos, el amor que di y el amor que he recibido… Y aunque use adjetivos posesivos para referirme a todas estas cosas (aunque me parece feo tener que llamarlas “cosas”), ninguna me pertenece, porque yo soy mi única pertenencia, ni siquiera soy lo que hago, y de hecho ni sé muy bien qué es lo que soy, o mejor dicho dónde está eso que soy, pero soy lo que todo eso ha construido a lo largo de los años, y seguirá construyendo, y destruyendo también, porque de eso se trata, del cambio, de la recomposición. 

viernes, 8 de noviembre de 2013

Si Me Voy Pronto

  Por si me voy pronto, toma mi mano y sostenla mientras los grillos empiezan a llorar las primeras estrella.
  Por si me voy pronto, dime lo que estás pensando, lo que sientes cuando mis ojos le piden cobijo a los tuyos y mis dedos se refugian entre los tuyos para escapar de la paranoia y la incredulidad.
  Por si me voy pronto, descansa tu cabeza en mi hombro, tus labios en mi mejilla, y hazme saber que valió pena venir aquí, porque todas las heridas se convertirán en calma blanca cuando pases por mí.
  Por si me voy pronto, destruye tus secretos en mis oídos, para volver a reconstruirlos juntos y que no pesen tanto dentro de tu pecho.
  Por si me voy pronto, lléname de tu voz, cántame la canción que tanto conocemos, susúrrame la paz, cuéntame la felicidad, conviérteme en un simple oyente maravillado por la belleza.
  Por si me voy pronto, acércate y déjame ver tu rostro, la humedad de tus ojos arrastrándose lentamente por tus párpados pero sin llegar a tus pestañas, las líneas de tus labios oscureciendo el rosa, los lunares decorando tus mejillas y tu cuello, tu pecho elevándose durante las inhalaciones y relajándose al suspirar, los dedos de tus pies jugando con la casualidad de hacer algo sin siquiera darte cuenta.
  Por si me voy pronto, escucha todo lo que tengo que decirte, incluido lo que preferiría que no supieras, e intenta comprenderlo, porque la forma de mis pensamientos y mis sentimientos se amputa y se contamina con lo concreto de las palabras, y tal vez también con lo abstracto de los miedos.
  Por si me voy pronto, acompáñame esta noche, regálame un insomnio dulce, un sueño real que me quite la necesidad de dormir, que esté a mi lado al abrir los ojos, que pueda sentirse al rozar mi piel y al mecerse por el aire.
  Por si me voy pronto, abrázame, deshazme entre tus brazos y llévame a ti, quiero pasar ahí el resto de mi tiempo.
  Por si me voy pronto, hablemos, charlemos de lo que sea, riamos, miénteme tonterías, inventa cursilerías, y escucha las mías, juguemos.
  Por si me voy pronto, no pienses en el pasado, no te pido que perdones mis errores, concédeme el presente para no volver a tener la necesidad y la tentación de disculparme.
  Por si me voy pronto, no hace falta que me ames, sólo te pido que aceptes todo mi amor, porque no quiero llevármelo conmigo, quiero dejarlo aquí, donde pertenece, contigo.
  Por si me voy pronto, sonríeme y hazme saber que en realidad sólo estoy loco al decir todo esto, porque jamás podrías permitirme partir...

viernes, 1 de noviembre de 2013

Tratarnos Bien

  Voy a concederme el capricho de escribir las siguientes palabras con la soberbia de creer que son la verdad universal de esta realidad, porque necesito hacerlo de esa manera para sacar de mí algunas pesas agobiantes.
  No tenemos ni la más cercana idea de cuán sensible es una persona, de cuán frágil es su mente, y de cuánto pueden vulnerar a su estado de ánimo los factores externos. Y no importa si esto es así por causas hormonales, por procesos físicos, químicos o fisiológicos en nuestro cuerpo, por un creador que así lo quiso, la cuestión es que es así, y por eso, lo que debería ser lo verdaderamente importante es el intentar no dañarlas, no dañarnos.
  ¿Cómo nos tratamos entre las personas? Creo que ahí radica el verdadero problema de la humanidad, esa es la raíz de todo. ¿Cómo pretender convencer a alguien de cuidar a los otros animales o al medio ambiente, si ni siquiera se preocupa por los que considera sus pares más cercanos, o incluso tampoco por sí mismo?
  No conocemos a las otras personas, porque alrededor de cada una de sus palabras, de sus acciones, de sus gestos, de sus creencias, hay toda una red de cadenas de experiencias, de recuerdos que fueron acumulándose a lo largo de toda su vida, y que además fueron construyéndose según la propia manera de reflexionar de cada uno. Por eso jamás podremos comprender qué pasa en la mente de los demás, o por qué, o cómo. Debido a esa incomprensión es que debemos ser cuidadosos, porque no sabemos qué mínima palabra, expresión o gesto que llevemos acabo podría anudar o desanudar de manera peligrosa esas cadenas de pensamientos, así como también podría hacerlo de manera beneficiosa. Los sentimientos dependen mucho de esos pensamientos, y la salud depende mucho de los sentimientos. Creo que cosas como los gritos, los comentarios sarcásticos o burlones, y las verdades en estado bruto son las maneras más peligrosas de tratar a alguien. Cualquier falta de respeto también es peligrosa.
  Cariño. Suavidad. ¿Qué tanto nos cuesta comprender esas palabras, y el impacto que podrían tener en el mundo, en las personas que nos rodean, si llenáramos nuestras acciones con ellas? Ni nos imaginamos cuánto más llevadero podemos hacer el día de alguien con una simple sonrisa al cruzarlo en la calle, o con un pequeño cumplido (siempre sincero) o reconocimiento a cualquier virtud que demuestre, por pequeña que sea. A veces las personas hacen muchas cosas buenas o bien, y que alguien se los reconozca es como darle un poco de energía nueva para que continúen así, o incluso para que mejoren; muchos pueden rendirse si ven que nadie parece darse cuenta de lo que hacen, porque así reciben la sensación de que no están haciendo nada útil.
  No estoy hablando de alabanzas y adulaciones, sino de respeto, amabilidad, y sinceridad. Si pensamos algo bueno de alguien, si alguien significa algo para nosotros, ¿por qué no hacérselo saber? Tal vez no lo necesite, pero tal vez sí, y tal vez no le importe, pero tal vez le haga bien, y fuese como fuese, de cualquier manera sí nos haría sentir bien a nosotros expresarlo.
  Tratarnos bien. Intentar no lastimarnos, o lastimarnos lo menos posible. ¿Tan difícil es? Realmente sí. Quizá no estemos preparados para actuar de esa manera, pero aún si nuestro cuerpo y nuestra mente estuvieran diseñados para sobrevivir sin importar la supervivencia del otro, ¿por qué no cambiar eso? ¿Dónde está el libre albedrío del que tanto nos enorgullecemos si en realidad nunca contradecimos a la naturaleza? Quizá tratándonos bien no necesitemos muchas otras cosas, y la ciega avaricia que gobierna a tantas personas hoy no nos llenaría de problemas a nivel mundial.
  Yo no sé lo que piensan los demás, pero aún si somos sólo dos o tres "tontos" los que queremos vivir así, aún si soy yo el único "idiota" que quiere dejar la menor cantidad de "mierda" posible al pasar por este mundo, voy a esforzarme por lograrlo, porque quisiera que este mundo fuera un sitio mejor, y esa es mi manera de transformarlo, o en otras palabras, mi patético "granito de arena" para intentar mantener satisfecha a mi conciencia.

sábado, 26 de octubre de 2013

Quiero Pedirte Algo

  Ahora que estás aquí, a algunos centímetros frente a mí, con tus ojos distraídos absorbiendo mi mirada hasta el punto de desligarme de este mundo en el que estoy (o eso parece), mientras reflejan las nubes grises más allá del vidrio, e incluso la fría carretera por la que pasan los vehículos y sus ruidosas ráfagas, quiero pedirte algo, algo que necesito, quizá el algo que más necesito, y es que me lleves. No sé si es cerca, si es lejos, si es complicado llegar o si es imposible, pero quiero intentarlo. Llévame donde el viento pueda arrastrar hasta mí ese aroma que se esconde en tu cuello, bajo tu cabello; donde tus manos alcancen las mías y las aprieten con fuerza, como prohibiéndome cualquier intento de partir; donde tu voz flote en el aire para que el silencio no me aturda y el escándalo no me altere, formando las palabras de paz y ternura más convincentes del mundo, irrefutables; donde al cerrar los ojos pueda seguir viéndote, reconstruyendo en mi imaginación cada uno de tus encantos y de tus lindas imperfecciones mientras siento el calor que viene directamente desde ti cuando le muestras tu piel a mi piel; donde tu respiración renueve y oxigene también mi propia sangre al ingresar por mis oídos; donde pueda ver el mundo que queda atrapado en la humedad de tus ojos para luego escapar con la forma del brillo que más me gusta; donde pueda hablarte sin tener que desconfiar de si la luna te hace llegar o no mis palabras, o más importante, mis sentimientos; llévame a ese lugar hermoso que a veces es el mismo y a veces es distinto, pero siempre está a tu alrededor, recibiendo la bendición de tu compañía; llévame a donde estás o a donde quieras ir; llévame a donde vayas; llévame contigo.
  Por favor.

sábado, 5 de octubre de 2013

Muerte

  Vi una vez más a la muerte justo en frente de mí, burlándose de mi incapacidad, a través de la cual me inyectaba una alta dosis de impotencia. Se dejaba tocar mansamente, porque sabía que en realidad era inalcanzable, y mi mano jamás lograría rozar su verdadera identidad. En ese momento, tenía la forma de un simple saco de piel y huesos cubierto de pelos, cuya única señal de vida era el sufrimiento. Sí, ya había desplazado casi por completo a la vida de aquel cuerpo que aún parecía con intenciones de luchar, pues su biología estaba preparada para ello, para intentar mantenerse en funcionamiento hasta que ya fuese incapaz de producir hasta el más insignificante de los yoctovoltios. Un poco de inercia eléctrica era lo único que la mantenía aferrada al malestar de la existencia.
  Su único deseo era no estar sola. Tal vez no quería irse. Tal vez quería que alguien la detuviera. Tal vez quería que alguien la acompañara. Pero la vida y la muerte son cosas demasiado estrechas, donde, siempre, hay lugar sólo para uno.
  Me pregunto si está bien llamar “muerte” a esos instantes finales en el que uno literalmente no está vivo, pero médicamente aún posee un cuerpo con un sistema nervioso capaz de chispear las últimas agonías, o si en realidad “muerte” es sólo esa despreocupada e incomprensible inexistencia que queda flotando alrededor de un cuerpo que ya es sólo un montón de materia innerte, en la cual sin embargo, increíblemente, la vida rebosará durante mucho tiempo en muchas formas.
  También, como en cada oportunidad en que ella se manifiesta cerca de mí, me pregunto si la ausencia total de tristeza en mí es madurez, comprensión respecto a la obviedad que es el fin de la vida, o simplemente indiferencia, egoísmo en estado puro, decir “mi vida es la única que me preocupa”.



domingo, 29 de septiembre de 2013

Llévame

  En ese momento en que tomas mi muñeca, dejo de ser yo. Miro sorprendido tus pupilas uniéndose a las mías, y me disuelvo en ese roce tibio y suave que tus dedos me regalan casi sin darse cuenta. Mis pensamientos desaparecen de mi mente en una especie de somnolencia, pero en ningún otro instante me siento tan despierto o consciente de que estoy en la realidad.
  Con ese pequeño gesto me llevas hasta ti, y no ofrezco ninguna clase de resistencia o vacilación, me entrego completamente a ti, como una hoja que ya perdió su puesto en el árbol y viaja por el aire según los encantos de la brisa, porque no tengo un lugar que me esté llamando o alguno que esté esperándome, un lugar al cual quiera ir, pero todos los lugares serán el lugar más hermoso si eres tú quien me lleva ahí.
  Si tomas mi muñeca te vuelves mi única alternativa, mi único camino, y puedo seguir cada uno de tus pasos porque eres la única persona a la que quiero querer mientras aún pueda querer a alguien, la única persona a la que quiero extrañar cuando suelte mi muñeca.
  Quiero aprovechar este instante mientras dure, porque cuando se vaya tal vez regrese lo suficientemente tarde como para no encontrarme…

jueves, 29 de agosto de 2013

La Belleza de la Vida

  ¿En dónde yace la belleza de la vida? ¿en su complejidad, por la cual jamás terminaremos de comprenderla y así seguirá produciéndonos preguntas y asombro durante toda nuestra existencia? ¿en su fragilidad, porque las mismas cosas que la crean y la construyen lentamente pueden destruirla de repente, y así es como un delicado tesoro al que hay que cuidar con mucha dedicación? ¿en su finitud, porque así como aparece desaparece y es como una emocionante oportunidad que debes aprovechar antes de que pase? ¿en lo que hay después de ella, porque lo que deja al marcharse es mucho más complejo y misterioso que ella misma, y casi todos esperamos ansiosos poder conocerlo? ¿en todas las cosas que permite sentir, como la frescura de una brisa, el aroma de la tierra mojada, la dulzura de la miel, la suavidad de la arena, la melodía del agua deslizándose sobre sí misma, el brillo del cielo? ¿en su peligro, gracias al cual se transforma en una placentera fuente de adrenalina y suspenso, porque la gacela en la llanura no sabe si será el próximo almuerzo de la leona que anda rondando y la niña en medio de la guerra no sabe si su casa será la próxima en ser bombardeada? ¿en su extraña manera de perpetuarse, reproduciéndose a sí misma para alcanzar así una falsa pero convincente eternidad? ¿en nuestro desesperado deseo de que sea bella, porque preferimos ser felices y disfrutarla en lugar de verla oscura y así sufrir, porque no queremos que sea fea, dolorosa o aburrida? ¿en su simpleza, porque es casi automática y quién la posee casi no debe hacer nada para mantenerla, ella se encarga de resistir casi por sí sola? ¿en las cosas que permite hacer, porque sin ella uno no puede darse cuenta ni que existe? ¿en sus momentos más tristes e injustos, porque son los que verdaderamente le dan todo el sabor y el color a aquellos que consideramos "buenos"?
  Pero, después de todo… ¿Quién dijo que en la vida yace belleza?

lunes, 26 de agosto de 2013

Ilusorio

  Era de noche. La luz que se dispersaba por el lugar era lo suficientemente tenue como para decir que estaba oscuro. Caminábamos por un largo pasillo, atravesando portal tras portal, esperando llegar a aquel sitio.
  ―A ver ―me dijo ella, que caminaba muy cerca de mí, y de pronto pude sentir un delicado roce que se deslizó por los espacios de entre mis dedos. Eran los suyos, que acariciaban mi piel casi sin querer, y se aferraban a mi mano, apretándola sin ninguna clase de violencia o brusquedad.
  Sentía con suavidad, calidez y claridad cada uno de sus dedos entre los míos; su pulgar sosteniendo el dorso de mi mano y las yemas de sus otros dedos tocando mis palmas. Las manos de ambos se habían vuelto una a la altura de su cadera.
  Me encantaba esa sensación, la irreal beldad por la que estaba rociado el momento, pero pronto miré hacia abajo con tristeza, sabiendo que aquella palabra, “irreal”, no había llegado de casualidad a mi mente. Entonces vi cómo se mecían nuestras manos entre los dos, y pensé en si decírselo o no, si suplicarle que no me diera falsas esperanzas o no, hasta que finalmente lo hice. Ella me miró desde sus enigmáticas pupilas como si hubiese soltado la frase más extraña jamás dicha en el mundo, o la oración con menos coherencia de la historia.
  ―¿De qué estás hablando? ―respondió con aquella voz que mis recuerdos jamás logran reconstruir con éxito, pues es más encantadora de lo que puedo explicar o comprender, y sujetó con un poco más de fuerza mi mano, por si tenía la intención de irme a algún sitio, por si dudaba de su intención de mantenerme cerca suyo.
  Yo suspiré, tal vez un poco más triste que antes, porque reconocía la irrealidad en sus palabras, lo efímero en el roce de sus dedos con los míos, la falsedad en el aroma que se deslizaba desde sus cabellos hasta lo profundo de mi pecho luego de pasar por mi nariz, lo utópico de aquel amor fantástico que pretendía regalarme en cuestión de segundos, y porque sabía que yo estaba ahí sólo porque no podía escapar de mis propias ilusiones…

sábado, 17 de agosto de 2013

Esta Noche De Luna Perezosa

  ¿Y hasta dónde me llevarás esta noche, cuando no tenga ganas de esconderme tras la mendacidad de mis párpados y te acerques a mí para rozar la piel de mis mejillas como sólo tú puedes hacerlo, porque el resto es incapaz de llorar cuando sufre, creen que es debilidad desarmarse en lágrimas, cuando estas son la más hermosa libertad del sufrimiento? Quiero que seas tú porque no te resistes a sufrir, porque no te resistes a verme sufrir a mí, no encierras el dolor en sonrisas túrbidas y vacías, desvaídas, sólo sonríes una vez que lo has liberado todo.
  ¿Y hasta dónde me llevarás esta noche, cuando la oscuridad, las estrellas, y los recuerdos me inviten a viajar? Porque la atmósfera es volátil y nuestros pies son jóvenes, así que podemos ir a cualquier lugar. Puedes tomar mi mano, o tomar ambas, o puedes suspirar hasta elevarme a tus labios, el sitio perfecto para despegar hacia cualquier lugar, o quedarme en el más maravilloso de todos.
  ¿Y hasta dónde me llevarás esta noche? Espero que sea lejos, muy lejos. Llévame con tus dedos antes de que se pierdan al pasear entre mis cabellos, o llévame con tu voz, porque aunque parezca diluirse en la densidad del aire, estoy seguro de que encuentra en la brisa los resquicios que llevan hacia el mar y alcanzan la costa al otro lado. O tal vez puedas llevarme con tu mirada, que se traga todo el cielo y lo devuelve cuando le ha dado un poco más de luz; o llévame a través de esa humedad en tus ojos que se trepa a tus pestañas y luego salta al aire con cada parpadeo.
  ¿Y hasta dónde me llevarás esta noche? Llévame a donde no conozca a nada ni a nadie, por favor, pero donde sólo una mirada baste para conocerlo todo, aunque no pueda comprenderlo; donde pueda perderme sin que me importe cómo regresar; un lugar que tal vez está muy cerca, pero se esconde entre los recovecos de la realidad; un lugar donde la compañía no sea sólo un consuelo que ilustre aún más la certeza de la soledad; un lugar que sólo conozcas tú, y que desees compartir conmigo, al que nadie más pueda ir…

sábado, 10 de agosto de 2013

No Entiendo

  Estoy en la alturas, solo, simplemente observando cómo el día se diluía en la tarde, cada vez más rápidamente con el paso de los minutos. Miro cómo una enorme capa de altocúmulos rosáceos se deslizan muy por encima de mi cabeza; por encima de aquellas luces rojas que brillan en las cimas de las antenas, y de los árboles que se convierten en siluetas oscuras y se mecen en la misma brisa fría que viaja a mi alrededor, haciéndome notar su presencia en mis mejillas; por encima de la gente y de todas las cosas que ya olvidé por estar mirando hacia arriba, por perderme en la vastedad de un cielo que se roba la belleza de la luz, y en la música que suena dentro de mis oídos desde un pequeño aparato; por encima de todo lo que creo conocer y que a veces considero real; por debajo de todo lo que solamente puedo soñar y jamás considero falso.
  Podría permanecer aquí, así, toda mi vida.
  En toda aquella amplitud, que tal vez no sea infinita, pero sí lo suficientemente grande como para que yo o mi imaginación jamás podamos recorrerla o al menos comprenderla, en esa que la luz del Sol transforma en gamas rojizas, rosas, celestes, y azules, aparece la primera estrella, como si recién iniciara su existencia, como si se hubiese encendido de repente, escabulléndose entre los huecos de los altocúmulos, y su brillo parece aumentar con cada nuevo destello de su titilar. Entonces, cuando me doy cuenta de que la plenitud que siento me ha puesto una sonrisa en el rosto, pienso: “¿Cómo puede existir la codicia?¿Cómo alguien puede desear algo más que esto?”, y es que yo podría permanecer así toda mi vida.
  ¿Cómo alguien puede desear una belleza distinta a esta, tan pura y asombrosa, tan abundante e incomprensible? ¿Cómo alguien puede desear ser protagonista de una vida diferente y renunciar a la paz y las maravillas que experimenta y presencia el espectador de lo real? ¿Cómo alguien puede bajar la mirada, a la parte más opaca de la realidad, y olvidar que allí arriba todo continúa brillando? ¿Cómo alguien puede creer que lo hermoso puede caber entre sus manos, o guardarse en alguna parte, o verse con un par de ojos? Lo hermoso sólo puede sentirse, de una manera especial, en que sólo quienes lo han sentido pueden comprenderlo.

jueves, 8 de agosto de 2013

Estrés

  Le di un cabezazo a la alacena. No me dolió. Ni siquiera un poco. Necesitaba descargar la ira que estaba creciendo dentro de mí en forma de tensión muscular y rigidez e inflamación de garganta, quitándole gran parte del lugar a mi capacidad de raciocinio.
  Últimamente, la ira logra hacer erupción a través de mí con mayor frecuencia, y eso no me agrada, me preocupa.
  De niño era algo violento, trataba mal a mis padres y a mis hermanos, y era capaz de golpear a quien me molestara. Al entrar en la adolescencia, me volví un chico tranquilo, de esos por cuyas mentes ni siquiera cruza la posibilidad de insultar a alguien. Tal vez toda la ira producida durante estos últimos años que no encontró ningún resquicio en mi personalidad por dónde salir, se ha acumulado en la cantidad suficiente para ejercer la fuerza necesaria para crearse sus propios resquicios, abrir sus propias grietas y saltar hacia afuera.
  Cuando algo me molesta, todas las frustraciones de mi vida emergen a la parte consciente de mi mente. Es como si al frustrarme porque algo me disgusta, mi cerebro activara la palabra “frustración”, y ésta automáticamente atrayera de entre todos mis recuerdos a aquellos que se relacionan con ella, con esta palabra. Me enfado y recuerdo TODAS mis frustraciones: las personales, relacionadas con mis incapacidades, y las sociales, relacionadas con las incapacidades de la gente que me rodea y la que vive a miles de kilómetros también (me frustra la impotencia respecto a asuntos que me encantaría cambiar pero por los que realmente no puedo hacer nada de nada), y así es como me enfado más, lo suficiente como para que mi cuerpo vea a la ira como a un verdadero problema, y empiece a prepararse para combatirlo (producción de estrés). Este estrés que produce mi cuerpo me exige ser utilizado, haciéndose sentir en cada una de mis partes, y es ahí cuando aparecen las respuestas violentas, porque el estrés es para combatir los problemas, los problemas se combaten para sobrevivir, y la supervivencia se basa en la violencia (superponer la vida de uno mismo sobre la del otro).
  Por esto, el estrés puede ser contraproducente, y en lugar de combatir un problema, se convierte en uno, el cual sólo puede resolverse de dos maneras: evitándolo antes de que se produzca, o poseyendo una enorme autonomía mental para controlarlo y/o permanecer indiferente a sus exigencias.
  Sólo espero tener pan para desayunar mañana.

miércoles, 31 de julio de 2013

Recuerdos

  Son estos días los que me llenan de recuerdos. Afuera el Sol brilla intensamente, dejando algo blanquecino al celeste del cielo, y calentando el aire como si quisiera comprimir todos los días del verano que vendrá en una sola siesta; el viento sopla desde el norte con todo su calor, sacudiendo las hojas y las ramas, y arrastrando el polvo y la arena por cada desafortunado y solitario rincón del pueblo. Y mientras, yo estoy aquí, en mi cuarto, fresco, en silencio. Así es como empiezo a recordar, por ejemplo, mi bici en el campo a un costado del camino, conmigo sentado sobre ella, y a unos pocos metros mis dos amigos en sus bicis, bajo la sombra del único árbol en un diámetro de un kilómetro, rodeados por el calor de la siesta y fatigados por habernos arriesgado a transitar un trayecto desconocido sin agua, pero disfrutando de la tarde. O mis pasos, uno detrás de otro, caminando hasta “el campito”, sabiendo que la tierra se adhiere a mi piel gracias al sudor, y sintiendo cómo las gotas caen por mi espalda hasta encontrarse con mi remera y empaparla; el Sol recalentando mi cabeza hasta que finalmente llego a aquel edificio, con su fresca oscuridad, y saludo a los dos o tres compañeros que han llegado, para luego recostarme en los mosaicos del piso; y por la tarde intento regular mi paso a la velocidad apropiada para alcanzarla o para que me alcance “de casualidad”, y poder caminar con ella hasta casa; no había nada mejor que caminar toda aquella calle de regreso con ella el viernes por la tarde. O yo sentado frente a mi computadora, con mi habitación casi herméticamente cerrada y el acondicionador de aire programado al máximo, llegando a sentir frío mientras afuera las chapas del techo están ideales para cocinar; escuchando música relajante, música que me ayude a alejarme todavía más del pueblo, escuchando Owl City sin siquiera saber quién es Adam Young. O corriendo sobre las piedras del ripio con una pelota de fútbol y un amigo, mientras otro espera entre dos árboles, uno verde y otro reseco, a que alguien intente hacer un gol. O una madrugada encontrándome con mis amigos para subir y bajar los altos montículos de tierra en una calle en pavimentación, sintiendo la frescura de la brisa nocturna, y esa extraña sensación que me acompañó siempre que estuve haciendo algo divertido mientras sabía que el resto del mundo simplemente dormía.

jueves, 25 de julio de 2013

Ser Nadie

  A veces quisiera ser nadie. Quisiera ser como un rayo del Sol, que viaja veloz pero silenciosamente a través de la vastedad de un vacío incomprensiblemente repleto de misterios hasta llegar a la Tierra, donde aunque pareciera absurdo, invisible e inalcanzable, sin que nadie lo vea o lo note, se desliza por una hoja, un tronco, un insecto, una mejilla, una pestaña, una nube, y la hace visible. Como una gota que logra condensarse lo suficiente como para separarse de aquellas que son débiles y permanecen en una nube, y empieza a caer por la atmósfera, ganando velocidad y materia durante el trayecto, sin ser distinguida por ningún ojo de todas las demás gotas que caen a su alrededor, y que finalmente se estrella y se despedaza contra la hierba, la tierra, una ventana, un tejado, lejos de cualquier persona que pudiera sentir su humedad. Como la vieja, descolorida, y quebradiza hoja de un árbol en medio del bosque, que durante ese corto lapso de tiempo entre la noche y el día, cuando los animales nocturnos están empezando a dormirse y los diurnos están empezando a despertarse, cae silenciosamente, no porque el viento o algún animal la haya separado de su rama, sino porque sencillamente es su momento de caer, y va meciéndose por el aire antes de tocar el suelo, como disfrutando plenamente el viaje, porque pronto se convertirá en aquella putrefacción anónima y húmeda a los pies de los árboles. Como una de las docenas de lágrimas que derrama el irritado ojo de alguien olvidado que se encuentra rodeado por su soledad y por la angustia en un rincón invisible para el resto del mundo, que se arrastra por el camino salado que las anteriores lágrimas dejaron en el pómulo y la mejilla, y antes de llegar al labio, cae sin que la persona la notase, sobre su ropa, donde se escabulle a través de los diminutos túneles que construyó el hilo de la tela hasta esparcirse lo suficiente para ya no ser ella, y desaparecer por completo y por siempre, sin dejar rastros de su existencia. Como una brisa que atraviesa todo el campo sin dejar su huella en ninguna piel, pluma o hierba, porque viaja lentamente por donde no hay nadie, y a la altura suficiente para que las plantaciones no sientan su frescura, y después llega al desierto, donde sólo logra arrastrar unos cuantos granos dorados cuya posición anterior era totalmente desconocida hasta por ellos mismos antes de ser diluida por una ventisca mucho más fuerte que ella, proveniente del punto cardinal opuesto. Como todos aquellos, millones, billones y trillones de testigos silenciosos que aparecen y desaparecen en medio de las maravillosas simplezas cotidianas del mundo, sin comentar nada acerca de ellas, sin modificarlas, sin intervenir, sólo estando ahí para poder apreciarlas en el momento y nada más, aunque luego no tuvieran la memoria para convertirlas en recuerdos. Como testigos del presente que olvidan el pasado y que no saben nada del futuro.
  A veces quisiera ser así, sólo a veces…

viernes, 19 de julio de 2013

Abrazos Gratis

  Desde el momento en que vi por primera vez un video de un chico parado en medio de la ciudad, sin trasladarse mientras a su alrededor docenas de personas simplemente lo esquivaban, tal vez sin siquiera percatarse de que era una persona, quise hacerlo. Él tenía sus brazos elevados, y en sus manos sostenía un cartel muy simple que decía "Free Hugs" ("Abrazos Gratis", en español). Me propuse hacer lo mismo, a ver qué se sentía en la experiencia. Sin embargo, pensaba hacerlo recién el año que viene, cuando me marchase a la ciudad, pero hace unas semanas, hablando con una compañera de clase (creo que ella no se sentiría cómoda si le digo "amiga", pero yo soy su amigo), ella me dijo que alguna vez le gustaría hacerlo también, y que alguna vez definitivamente lo haría. Yo aproveché la oportunidad y la invité a que lo hiciéramos juntos (la vergüenza que produce la timidez es menor cuando se comparte; es más llevadera que tener que cargar con toda tú mismo, creo). Hoy, viernes 19 de julio (2013), finalmente lo hicimos.
  Salí de mi casa a las 8:55 de la mañana, porque a las 9 debíamos encontrarnos en la plaza. Llevaba mi pequeño cartel enrollado en mi bolsillo canguro, y realmente no quería hacerlo. Tenía mucha, demasiada vergüenza de caminar por la calle, en frente de la gente, con aquel cartel extendido entre mis manos. Anduve por la plaza deseando que ella no se atreviera a venir, y cuando estaba a punto de regresarme con el estómago dado vuelta por la inseguridad, ella apareció en una esquina, a las 9:10. Entonces no hubo remedio, porque debía cumplir con el trato. Tuve que enfrentar mi miedo, pues, al fin y al cabo, era algo que tenia muchas ganas de experimentar.
  Desdoblé mi cartel tomando un poco de la valentía que ella dejó ir al desdoblar el suyo, y empezamos a caminar, cada uno por un lugar diferente. Aunque es un pueblo pequeño, no demoré en cruzarme con la primera persona: era un hombre ya anciano, alto, de rostro serio; noté que leyó mi cartel, y al instante desvió la mirada, su rostro se hizo más serio y agachó la cabeza para encender un cigarrillo. Estaba claro que no iba a abrazarlo. La siguiente fue una mujer anciana, que me saludó con expresión seria y siguió camino. Después me crucé con dos jóvenes, un chico y una chica; él leyó mi cartel y se sonrió, y en seguida le dijo "dale, abrazalo, dale un abrazo al chico", pero ella se negó.
  Cuatro personas y ningún abrazo, pero finalmente, incluso cuando estaba a unos treinta metros, supe que la quinta persona me abrazaría: era una chica de aproximadamente mi edad, tal vez un poco menos, que vio mi cartel y empezó a reír. Su timidez casi la hace pasar de largo, pero a último momento me atreví a preguntarle directamente "¿querés un abrazo"?, y ella dijo "bueno" torciendo la cabeza, y entonces, al fin, tuve mi primer abrazo de la mañana (la cual por cierto estaba muy fría, ideal para abrazar). Desde ese momento hasta ahora, no he perdido la sonrisa. Vaya, qué incontrolables ganas de sonreír me quedaron después de ese primer abrazo. Supongo que ese es el fin principal de la experiencia: alegría en estado puro, genuina, casi infantil, que parece no tener ningún sentido.
  Luego me crucé con más personas, pero ninguna me abrazó. Una de ellas, al ver mi cartel, se cambió de vereda. Después acerqué a unas mujeres que estaban limpiando una iglesia y les ofrecí un abrazo: una de ellas se rió mucho, pero la otra me miró seria y me preguntó "¿para qué?", y casi sin detenerse a escuchar mi respuesta ya se alejó.
  En fin, los únicos abrazos que recibí fueron los de aquella chica y el de Noe, mi compañera de dar abrazos, que ciertamente tuvo más suerte, y dio como diez. Pero no se trata de "recolectar" abrazos o algo así, sino simplemente de dar los tuyos, y recibir otros a cambio. Mis dos abrazos son todo lo necesario para alegrarme el día.
  Volveré a repetir la experiencia cualquier día de estos. Vale la pena hacerlo, se pasa un momento muy lindo.


sábado, 29 de junio de 2013

Una Vez...

  Cuando iba a noveno año, o primero del polimodal (2010 o 2011), una tarde salí del colegio, posiblemente de la clase de Informática, y fuimos con unos compañeros a sentarnos un rato en la plaza del pueblo. Ahí estaba uno de aquellos extranjeros que apenas conocen el idioma español, sentado en uno de los bancos, con un puesto repleto de aros, pulseras, collares y demás cosas por el estilo frente a él. Por la mañana, desde el salón de clases algunos ya le habían gritado estupideces a través de la ventana, creyendo que se burlaban de él, pensando que eran graciosos, supongo. Consideraban que el color oscuro de su piel era motivo para hacerlo (siempre detesté a mis compañeros de clase; no a todos, por supuesto, y no a las chicas, pero sí a algunos chicos). Como fuese, mis compañeros se detuvieron a mirar la mercancía (a mí esas cosas siempre me interesaron muy poco, así que no presté mucha atención) y preguntaron algunos precios. Uno de ellos en particular me preguntó qué opinaba acerca de algunos collares, porque quería hacerle un regalo a una chica. ¿Qué podía saber yo de regalarle un collar a una chica? ¿Qué podía saber yo de regalarle algo a alguien? Le dije que cualquiera estaba bien, que lo que importaba era la intención del gesto (o al menos eso creo ahora que le dije).
  Después de no comprar nada, todos fuimos hasta el banco a unos veinte metros de ahí, y nos sentamos a dilapidar la tarde. No pasó mucho tiempo cuando aquel tipo se puso de pie, nos hizo algunas señas, y con el poco español que naufragaba en su lengua nos pidió que le cuidáramos el puesto mientras él cruzaba la calle para ir a la panadería del frente y compraba algo de comer. Le respondimos que sí y nos acercamos. Mientras caminábamos hacia ahí, comprendí perfectamente lo que significaban las sonrisas y los murmullos que empezaban a medrar entre ellos, mis compañeros, pero pensé “no, no son tan hijos de puta como para hacerlo en serio”, y me equivoqué. Se hicieron algunos comentarios acerca de aprovechar la situación y tomar algunos aritos, y yo lancé varios “no, changos” muy tibiamente, todavía con escepticismo respecto a que en verdad pudieran robarle tan miserablemente algo a aquel extranjero.
  Al ver que sus manos empezaban a moverse, tuve que dejar de lado aquella tibieza. Me habría encantado ir directamente a la violencia y darles un buen puñetazo en la cara a cada uno (creo que eran tres), porque sinceramente creo que se lo merecían, pero no soy capaz de golpear a nadie, y mucho menos a alguien que luego tendré que ver todas las mañanas. Por eso tuve que recurrir a otro método para controlarlos: les dije que si tomaban algo, yo se lo contaría al dueño. Al principio sólo rieron, pero supongo que la expresión de mi rostro fue lo suficientemente seria como para convencerlos de que en verdad lo haría, luego de decirlo dos o tres veces más. Sí lo iba a hacer, no era sólo una amenaza. Uno de ellos me dijo varias veces “baah, chango, qué puto que sos”, pero no me importó, por supuesto. Logré mantenerlos al margen del delito, por suerte, en aquella ocasión.
  El hombre finalmente regresó, nos agradeció (aunque parecía algo triste; todavía estoy seguro que pensaba algo como “bueno, seguro me quitaron algo, pero ya está”), y nosotros, casi peleados, nos dispersamos: yo hacia mi casa, y cada uno de los otros no sé a dónde.
  Hasta el día de hoy me siento bien por haber podido evitar que mis compañeros hicieran una estupidez (ya saben, tengo ese sentimiento tonto, infantil y autocomplaciente de haber hecho lo correcto), pero también me siento mal, porque comprobé que su nivel de estupidez era incluso más alto de lo que yo creía, convirtiéndolos en personas, lamentablemente, dañinas y peligrosas.

domingo, 9 de junio de 2013

Tarea de Filosofía

  La siguiente es una improvisación que escribí para cumplir con una tarea del colegio, para la asignatura Filosofía.

  Desde mi punto de vista, todos los seres vivos son en dos partes: una es su forma de ser, y la otra su manera de ser.
  La forma de ser sería su cuerpo, y la manera de ser sería su comportamiento. Sin embargo, muy generalmente, definimos la identidad de los seres según su cuerpo más que su comportamiento; es decir, a un individuo con cuerpo de león que come sólo hierbas, por ejemplo, seguiríamos considerándolo un león, aunque su comportamiento sea ajeno al de tal. Esto se debe a que la manera de ser de cualquier tipo de individuo, no depende sólo de su forma, sino también de su entorno, de los demás seres vivos e inertes que lo rodeen.
  Para empezar a hablar específicamente del hombre, me parece conveniente hacer una distinción entre lo que es realmente un “hombre” y lo que es en realidad un “humano”. Entonces, podría decir que el “humano” es el homo sapiens en su estado más natural, el ser que busca la manera de sobrellevar y disfrutar su vida entre todos los demás seres del universo; y el “hombre” es el homo sapiens alejado de su estado más natural, incorporado plenamente al estilo de vida de la gran sociedad.
  El humano no es necesariamente un homo sapiens aislado en medio de la selva, el desierto o las planicies, como un animal salvaje más. Es un ser que comprende su diminuto puesto en medio de la naturaleza, que entiende y acepta que es tan sólo un individuo más. Su egoísmo no va más allá del necesario como método de supervivencia, pues sin él todos se sacrificarían prematura e incoherentemente.
  El hombre es el homo sapiens que, dándose cuenta o no, por decisión propia o no, ha dejado de verse (o nunca se vio) como un simple ser más de la naturaleza, y esto lo lleva a considerar que su puesto en el universo es jerárquicamente más elevado que el de los demás. Su nivel de egoísmo supera el necesario para la supervivencia, y por ello se vuelve codicioso y calculador. Vive en sociedad porque esta puede ofrecerle una vida más sencilla, y la utiliza como un medio para lograr las riquezas que anhela (puede haber algunas abstractas entre ellas).
  Entonces, lo que hace tan diferentes al hombre y al humano, es su nivel de egoísmo. A partir de este, la manera en que ven y viven la vida cambia por completo. Tienen objetivos y métodos diferentes.
  Pero no debe haber confusión. No estoy diciendo que uno de los dos es bueno y el otro es malo, o uno es mejor y el otro es peor, sencillamente se trata de dos seres diferentes, porque, aunque comparten su forma de ser (cuerpo), sus maneras de ser (comportamiento) son ampliamente distintas.
  Así queda claro que el comportamiento mantiene cierta independencia del cuerpo, pues dos seres con el mismo cuerpo pueden comportarse de manera totalmente diferente, pero, ¿hasta qué punto llega esta independencia? Me refiero a más allá de los condicionantes físicos claros (por ejemplo, un cuerpo sin alas no va a volar y un cuerpo sin extremidades no va a caminar), a si esta “manera de ser” es algo así como una entidad que se acopla a la “forma”, lo que algunos podrían llamar alma, o espíritu, o mente, o esencia, o lo que fuese. Este es un asunto que sobrecarga mi cabeza cuando lo pienso, y creo que nunca llegaré a una conclusión que me convenza.
  Cuando me detengo a pensarlo, siento que junto con la forma, la manera se acaba (mueren), pues esta podría ser sólo un complejo sistema de reacciones químicas y eléctricas dentro del cuerpo, pero debido a experiencias personales, se me hace imposible no considerar la posibilidad de que una manera emigre de una forma a otra (lo que algunos llamarían “reencarnación”, pero no me gusta usar conceptos como ese, pues las personas les dan más significados de los que en realidad tienen, o sencillamente cada uno los ve de una manera diferente, y casi siempre se generan malentendidos).
  Es posible que la “manera de ser” se encuentre conformada por un material miles o millones de veces más pequeño que una partícula subatómica; una sustancia que podría pasar desapercibida para la ciencia durante muchos siglos más. De esta manera podría pasar de un cuerpo a otro, pero esta transmigración parece algo demasiado inverosímil: ¿cómo sucedería? ¿en qué momento?
  Por ahora, sólo puedo sostener que esta manera es una consecuencia de la forma, algo que ocurre dentro del cuerpo y que deja de ocurrir cuando el cuerpo deja de funcionar.

viernes, 31 de mayo de 2013

¿Vale la pena ser vegetariano?

  Esta es una pregunta personal que yo me hago a mí mismo, y por lo tanto, la respuesta es también personal. No pretendo estar formulando ninguna verdad universal o algo por el estilo, ya que todos percibimos la realidad de una manera diferente. Pero aún así soy consciente de que mi punto de vista puede ser el mismo (o muy similar) que el de muchas otras personas, y por lo tanto esta reflexión que me siento a hacer en soledad y tranquilidad puede servirles a ellas también. Para otras, todo lo que estoy a punto de escribir será sólo un montón de palabrería surgida de alguien con poco que hacer, o nada más que una opinión inválida, o un criterio equivocado y ya.


  Creo que el primer punto que debo aclarar antes de empezar a responder esta pregunta, es cuál es la “pena” de ser vegetariano, ya que, hablando teóricamente, en realidad se trata de una dieta más adecuada para el organismo humano, debido a que posee más variedad de nutrientes1 y es mucho más liviana2 que la dieta omnívora, la cual es mucho más popular.
  Sin embargo, teniendo en cuenta la vida en sociedad de la actualidad, ser vegetariano sí lleva consigo algunas cargas que hay que soportar. Por ejemplo, gran parte de los productos industrializados son realizados con grasa animal, y es suficiente con leer sus ingredientes para darse cuenta; por lo tanto, la variedad de productos a los que se puede acceder siendo vegetariano se reduce drásticamente.
  Además, a la hora de festividades o situaciones especiales con reuniones sociales, la carne nunca falta a la hora de la comida, y de cierta manera uno debe “excluirse” de la gran mayoría, porque se quiera o no, no compartir el ámbito alimenticio del resto es excluirse. En estas situaciones es cuando más extraño se siente uno, y piensa cosas como “vaya, yo no como carne pero todas estas personas sí lo hacen… ¿cuánto vale mi intención entonces?”.
  Si consideramos que muchos siguen una vida omnívora hasta la adultez, y luego por alguna razón deciden hacerse vegetarianos, deben enfrentar un drástico proceso de cambio en su forma de vida, y creo que todos sabemos lo difícil que es para las personas cambiar hábitos diarios tan arraigados. Y si uno decide convertirse durante la adolescencia, es muy posible que deba esforzarse el doble, pues al convivir con su familia debe “luchar” contra ella, contradecirla a diario, y reafirmar cada día su decisión3.
  Y en cualquiera de los dos casos, debido a la conversión y a haber llevado una vida omnívora hasta la misma, muchas personas pueden sufrir ineficiencias nutricionales que deben arreglar con suplementos4.
  Otra cuestión es que si se vive en una zona poco globalizada (como una zona rural o poblados pequeños), conseguir una variedad saludable de alimentos vegetales es realmente complicado, por no decir imposible, y sí o sí te ves forzado a tener que ir a la ciudad para conseguirlos, por lo que tu modo de vida se encarece económicamente. También hay posibilidades de que incluso viviendo en la ciudad comer se te haga más costoso en términos de dinero si llevas una dieta vegetariana, pero no siempre es el caso.
  Ni hablar de si realmente te encanta el sabor de la carne, pero debes renunciar a ella para sentirte bien contigo mismo y/o con el resto de la vida. Esa también es una “pena” válida.
  Y bueno, creo que esas son las principales “penas” o contras de ser vegetariano en un mundo claramente omnívoro. Ahora sí puedo pasar a analizar el siguiente aspecto:
  ¿Favorece realmente al resto de los seres vivos que yo me haga vegetariano?
  Hay innumerables seres vivos en la Tierra, que van desde los microorganismos como bacterias unicelulares hasta hongos pluricelulares y vegetales complejos; claramente, también los animales entramos en el grupo, y es realmente imposible no atentar contra la vida de ninguno, ya que muchos de ellos atentan contra la nuestra. Es sencillamente imposible no ser un asesino, ya que así es como funciona el Universo, y para sobrevivir, como la palabra lo indica, debemos “sobreponernos a la vida”. Por ejemplo, incluso aunque decidamos tener una vida muy corta alimentándonos a base de arcilla u otras sustancias inertes, cada vez que alguna bacteria nos enferme o ingrese a nuestro cuerpo, nuestro organismo la eliminará sin siquiera pedirnos permiso (si es capaz de hacerlo, claro).
  Entonces, ¿sirve de algo ser vegetariano si en realidad no se puede dejar de ser un asesino, y de una u otra manera te llevarás vidas que no te pertenecen? Aunque sea inevitable dejar de ser un asesino, sí podemos influir en la cantidad de víctimas que nos convierte en tal. Es decir, podemos reducir esa cantidad si lo deseamos y nos esmeramos.
  Pero… ¿no comer carne realmente disminuye la cantidad de muertes? Esta es una pregunta muy interesante:
  Supongamos que existen sólo dos alternativas de alimentos, comes carne de cerdo o comes zanahorias, y debes consumir medio kilogramo de alimento al día para sobrevivir. En promedio, los cerdos pesan 85kg, pero quitándole el esqueleto y otras partes no comestibles, hagamos de cuenta que su peso se reduce a 30 kilogramos; y las zanahorias pesan en promedio 150g cada una (siendo su totalidad comestible), pero supongamos que tres zanahorias grandes llegan a pesar el medio kilogramo diario que se necesita. Entonces, con la muerte de un cerdo podríamos vivir durante 60 días, pero con la muerte de una zanahoria no podríamos ni siquiera consumir lo necesario para alimentarnos bien un día; necesitaríamos tomar 180 vidas de zanahorias para alimentarnos los 60 días en que logramos alimentarnos tomando la vida de un cerdo. Al buscar otros ejemplos, nos daremos cuenta de que es increíblemente mayor la cantidad de muerte que genera una dieta vegetariana que la que genera una dieta carnívora u omnívora.
  Cierto, podríamos alimentarnos sólo de partes de vegetales que extraigamos de una planta sin asesinarla (como las frutas, por ejemplo), pero nuestra dieta sería sumamente pobre y deficiente nutricionalmente, y eso nos llenaría de problemas, evitaría que estuviéramos saludables.
  Sin embargo, no podemos detenernos aquí, porque la vida no sólo se trata de “cantidad”, sino también de “calidad”. ¿Cuál ha sido la calidad de ese único cerdo que nos alimentó durante 60 días? Ha vivido en cautiverio durante toda su existencia, con poco espacio en el cual moverse, posiblemente siendo sometido a dolorosos procesos como la marcación y el control de su hocico mediante un anillo, alimentándose de manera deficiente con comida rica en grasas que no lo nutría como debería haberlo hecho, condenado desde un principio a ser comida sin posibilidades de cambiar su destino, posiblemente sufriendo una muerte dolorosa y quizás hasta lenta. En cambio, la vida de aquellas 180 zanahorias, ¿cómo fue? Para los vegetales, no hay diferencia entre una vida de cautiverio o una en estado salvaje, y sin embargo podemos decir que quizás viven mejor en cautiverio pese a también estar destinadas a ser comida: reciben cuidados y atenciones que le aseguran su bienestar y como hasta donde se sabe no tienen sistema nervioso, son incapaces de sufrir el dolor (y quién sabe, quizá ni siquiera sepan que están vivas o que existen).
  Entonces, creo que este último punto es el verdaderamente crucial, el que inclina la balanza hacia uno de los dos lados, porque me parece que es mejor vivir un día feliz que un año padeciendo, por decirlo de alguna manera.
  Sin embargo, creo que aún podría hablar de un asunto más antes de formular la respuesta, y este se trata de los beneficios de ser vegetariano: es cierto, no recibirás ninguna recompensa por parte de un ser superior o algo por el estilo a causa de respetar el bienestar de tantos seres del Universo, y si bien tendrás una alimentación más balanceada y saludable, eso no te garantizará un mejor estado físico que el de cualquier otra persona que sí coma carne, pero si sientes algo de amor por este mundo (aún con todas sus cosas horribles) y por lo maravilloso que es tener la capacidad y la oportunidad de vivirlo, te aseguro que sentirás algo plenamente gratificante en tu interior, que te hará sonreír solo cada vez que pienses en ello…
  Sí, vale la pena ser vegetariano.

1El valor nutritivo de la carne es frecuentemente sobrevalorizado, y por esa razón, muchos dejan de comer gran variedad de alimentos (como frutos secos, legumbres y semillas) pensando que con comer carne es suficiente.
2Me refiero a que el sistema digestivo digiere mucho más fácilmente los alimentos de origen vegetal, y por eso se reciben los nutrientes con mayor velocidad, y se agiliza todo el proceso metabólico y fisiológico. La carne, por ejemplo, tarde entre cinco y seis horas en digerirse, y eso puede llevarnos a sentirnos “pesados” o “llenos” mucho tiempo, y por ende comer menos de lo adecuado.
3Muchos adolescentes deben incluso cocinarse a parte del resto de los miembros de la familia, cuando esta decide no apoyar ni siquiera en lo más mínimo su decisión, y de esa manera uno realmente se siente solo, aislado.
4Con el tiempo, el cuerpo humano también se adapta y se acostumbra a todo, así que después de llevar una vida omnívora, cuando deja de recibir carne repentinamente, puede tener algunas malas reacciones. Debido a esto se recomienda que la conversión sea gradual y lenta, para ir preparando al cuerpo, aunque aún así las posibilidades de daños colaterales no desaparecen por completo.

sábado, 25 de mayo de 2013

Lluvia de Estrellas en la Ciudad del Búho

  Era invierno. Todo el ambiente estaba empalidecido. Arriba los altoestratos permanecían grises y abajo el suelo yacía oculto bajo una suave y blanca manta de nieve que empezaba a escacharse. A todo el alrededor, los edificios lívidos y los copos reflejaban un difuso resplandor blanquecino que además de limitar la capacidad parecía actuar como un leve pero certero somnífero.
  El viento soplaba incansable e indiferente desde el norte, desviando el recorrido de los copos y enfriando todo lo que la nieve no lograba cubrir, como las famélicas y denudas ramas de los árboles y las paredes de los edificios. También movilizaba los robustos pliegues de su abrigada ropa y los castaños mechones que se escapaban del borde de su gorro hacia su frente.
  Él permanecía recostado sobre la barra metálica que indicaba la parada de un autobús con un cartel en su cima, y escondía sus manos en los bolsillos mientras protegía sus labios y parte de sus mejillas bajo el largo cuello de su abrigo, manteniendo el calor con su propio aliento. No levantaba ni durante un instante la mirada de aquella estrecha franja oscura en el asfalto que lograba resistirse a la dominación de la nieve. Sólo de vez en cuando la desviaba un poco para asegurarse de que ella aún estaba allí, de pie, a casi dos metros de él.
  Ella también miraba hacia abajo, y se balanceaba sutilmente sobre sus tobillos intentando generar un poco de calor en su cuerpo. Desde su nuca, sus cabellos, motivados por el viento, intentaban sobrepasar a sus hombros, ocultos bajo un pesado abrigo oscuro. Lo gélido entraba a ella a través del aire, enrojeciendo su nariz y robándole la sensibilidad a sus fosas nasales; pero desaparecía en los pulmones, y regresaba tibio al exterior, formando una nube fugaz alrededor de sus labios.
  Ninguno sonreía, ninguno podía elevar la mirada o centrar sus ojos directamente en los del otro. El tiempo, que había sido tan generoso con ambos, lentamente fue perdiendo la paciencia, y estaba próximo a abandonarlos. Las palabras que siempre habían abundado casi hasta el despilfarro, se quedaban desarmadas en su interior sin la capacidad ni la intención de salir. Pero el silencio era el escándalo adecuado para expresar la homogénea amalgama de sensaciones extrañas y mayormente amargas que parecía circular por sus estómagos y sus gargantas.
  Una mancha azul empezaba a hacerse notar en la blanca pared que construía la nevada, y aquella mezcla empezaba a arremolinarse, dándoles el deseo de gritar, el cual luego se convirtió en una necesidad que no pudo ser satisfecha.
  Él aumentaba el ruido de su respiración y apretaba sus dientes y puños, pero ni siquiera el frío que estaba a punto de congelar sus cejas y la punta de su nariz podía congelar el tiempo. Cuando aquella mancha azul se convirtiera en un autobús y se detuviera frente a ellos, todo acabaría. Y entiéndase “todo” como lo bueno, lo cálido, la capacidad de generar esa felicidad que desemboca en recuerdos hermosos pero inevitablemente dolorosos. Por otra parte, empezaría un largo camino rodeado de vacío; un camino solitario donde el tiempo tendría tanto espacio para llenar que tardaría mucho en hacerlo, y transcurriría muy lentamente debido a eso.
  Ya podía escuchar el sonido de las cubiertas del vehículo comprimiendo los cristales de nieve, dejándolos como una delgada y frágil piel de escarcha para el asfalto. Aquel sonido era el preludio de la soledad, y se mezclaba con la desesperación que empezaba a nacer en su interior. Sus deseos de gritar y correr aumentaban, pero su cuerpo le respondía cada vez con más quietud, como si la sobrenatural esfera que crecía y se apoderaba de su garganta, asfixiándola, paralizara también el resto de su cuerpo.
  El autobús se detuvo frente a ambos, y pareció detenerlo todo durante un instante. El viento, la nieve, el tiempo, sus latidos, todo se congeló durante un microsegundo. El frío fue lo único que no se detuvo, y contrariamente, se intensificó.
  Ella no podía pensar en nada. La decisión ya estaba tomada y no importaba cuánto temblara su pecho, no había marcha atrás. Nadie había querido que las cosas terminaran así, pero uno no puede controlarlo todo en la vida.
  Él tragó saliva cuando escuchó que la puerta corrediza se deslizó con brusquedad para abrirse, y abrió su boca para no asfixiarse. Su cerebro bombardeó su mente con las imágenes de decenas de recuerdos, y su sangre empezó a recorrer tan velozmente como los pensamientos todo su cuerpo. Pero luego, en una porción de tiempo lo suficientemente diminuta como para que ningún humano pudiera comprenderlo, aquellos recuerdos se diluyeron en la imaginación de un futuro, en la realidad cercana que empezaría tan sólo en unos instantes, cuando ella subiera al autobús, lo mirara de reojo por la ventanilla, y la puerta se cerrara. Una realidad horrible. Una realidad que exasperaba. Una realidad sin ella.
  Ella levantó la cabeza para dar el primer paso al frente, y él estalló en un movimiento veloz. La rodeó con sus brazos como si estuviese a punto de caerse de un precipicio, y la apretó contra su pecho como si quisiera unirla a su cuerpo. Sumergió su nariz y labios en su cabellera y se sintió libre cuando disfrutó su aroma.
  —No te vayas —le dijo desde atrás del oído, con los ojos fuertemente cerrados, y la sujetó un poco más que antes.
  Ella elevó sus manos y bajó sus dedos sutilmente hasta los brazos de él, pero no dijo nada. Parpadeó pausadamente, como si se hubiese sumergido en el sueño durante un instante, y empezó a deslizarse hacia abajo sin hacer ningún esfuerzo extra. Los brazos que la rodeaban se debilitaron a medida que la resignación se apoderó de su dueño, y al final cayeron sin fuerzas mientras ella hacía un paso al frente. Pero antes del segundo paso, se detuvo, y su silencio estiró un poco más la agonía de ambos.
  ―Adiós ―dijo entre los copos de nieve, el viento, los recuerdos, y las dudas. Se quedó unos momentos más de pie, tal vez implorando que él volviese a sujetarla, o esperando que al menos le dijese algo más antes de partir. Paro nada sucedió, y subió los dos escalones del autobús.
  Él agachó la cabeza mientras sus párpados intentaban cerrarse, negando y pretendiendo no ver más la realidad, y se quedó allí, de pie, mientras el silencio y el frío lo envolvían y lo convertían en nada más que otro objeto dentro del paisaje urbano, como un letrero despintado o un banco poco usado.

martes, 21 de mayo de 2013

Primera...

  Me gustaría atesorar para siempre momentos como este, con el cielo cubierto de altoestratos y una brisa fría entibiando mis cálidas mejillas; con tu cuerpo a centímetros del mío, y nadie más a nuestro alrededor; con tus ojos brillando hacia los míos desde un poco más abajo; contigo sonriéndome como si fuera el chico más especial del mundo. Quisiera guardar el sonido de tu voz y cada una de sus palabras, con su entonación y duración exactas, para revivirlas cada vez que me sienta abandonado o perdido, o cuando simplemente desee un poco de felicidad. Pero mi mente es frágil, y sé que el tiempo irá erosionando lentamente estos recuerdos, moldeándolos a su gusto e incluso desarmándolos por completo, dejando a penas algunos fragmentos. Además, mi mente también es débil, y jamás logrará revivir todas las sensaciones que en este momento recorren mi cuerpo y que no parecen tener mucha lógica o sentido, pero sin ninguna duda me llenan de felicidad.
  Sí, me encantaría guardar este momento en una cápsula o en un pequeño frasco, y tomármelo o abrirlo luego, para llenar otra vez mi mundo de ti. Eso, o sencillamente congelarlo; continuar caminando y avanzando, pero estando siempre a la misma distancia de aquella esquina que se encargará de separarnos, porque al decirte “Hasta mañana”, sé que todo esto que siento se desplomará en mi interior, y aunque tardaré algunos minutos en darme cuenta, finalmente mi sonrisa se desvanecerá.
  Pero aún así, al regresar a casa, algo lograré rescatar de entre los escombros, y cantaré un par de canciones, porque no sé, me das ganas de cantar. El canto es la forma en que canalizo esa alegría tan pura, genuina e intensa que me produces.

  PD: Me encanta que te asombre todo lo que para mí es tan normal…

domingo, 21 de abril de 2013

Egocentrismo

  Soy demasiado egocéntrico. Por eso siempre estoy cargando con las culpas de los demás, como si fueran mi responsabilidad. Y no sólo con las culpas, sino que también me pongo sobre los hombros el sufrimiento de personas a las que ni siquiera conozco, que nunca he visto y que nunca voy a ver. Eso causa un agobio increíble que logra incluso quitarme los deseos de vivir de vez en cuando.
  Todo porque me siento lo suficientemente capaz (cosa que es ridícula) para intervenir en cada conflicto de este mundo, y eso es un autoengaño.
  La frase “si no eres parte de la solución, eres parte del problema” se grabó de manera imborrable en mí desde la primera vez que la leí (quizá hace seis o siete años), y es que debido a mi aguda autocrítica no había manera de que no la incorporara como si se tratara de un axioma. Es válida para muchas ocasiones, pero hay muchas más en las que no tiene sentido, pues la realidad es ampliamente más grande que nosotros, y encima somos mortales (si no lo fuéramos podríamos arriesgarnos mucho más, ya que en verdad no tiene sentido morir luchando por algo que ni siquiera sabes si conseguirás).
  Lo del “granito de arena” o la “gota del mar” no sirve para consolarme. Soy mucho más exigente que eso, y comprendo que mi pequeño aporte y el pequeño aporte de nadie no sirve para nada si no aportan TODOS, y eso es en verdad imposible, excesivamente ideal; somos demasiados en el mundo.
  Hago lo que puedo, intento cumplir con mi parte de la mejor manera, pero no me siento satisfecho, mi egocentrismo me golpea sin cansancio la cabeza para decirme que puedo hacer incluso más, que puedo hasta salvar el mundo si me lo propongo, pero eso es una ridiculez y una cursilería.
  De vez en cuando, por momentos muy fugaces, me encantaría disolverme en el aire por un par de años, y luego volver formarme con ideas renovadas y oxigenadas. Mi melodramática mente necesita un descanso.

miércoles, 13 de marzo de 2013

El Círculo Vicioso del Pensamiento

  Todo comienza con una pregunta. Te sientas en cualquier lugar, en el pasto, recostado sobre un árbol, en el suelo, en un asiento convencional, o te quedas de pie.
  "Es sólo una pregunta", crees, "será sólo un momento", y empiezas a buscar la respuesta mientras tus pupilas deambulan por el lugar sólo para mantenerse ocupadas. También es posible que cierres tus párpados, para que no vayan a desconcentrarte demasiado.
  No sabes si fue sólo un segundo o un par de minutos, pero la respuesta a dicha pregunta llega, y antes de que puedas decir "bien, ahora me levanto y sigo", te das cuenta de que no ha venido sola, trajo con ella no una, sino dos preguntas más, y ahora debes conseguir otras dos respuestas.
  "Bueno, un poco más tampoco me hará daño", sigues creyendo, y continúas así hasta que logras ubicar esas dos nuevas respuestas que estabas buscando.
  Entonces te asombras, porque cada una de ellas ha traído dos preguntas más, y ahora tienes que buscar otras cuatro respuestas. Aquí es donde te das cuenta de lo equivocado que estabas.
  Casi sin percatarte, has conocido el círculo vicioso del pensamiento, y no sólo eso, también te has sumergido en él, y empiezas a emborracharte, porque una vez que lo pruebas, es imposible dejar de saborearlo, y lo haces en cualquier lugar, en cualquier momento, cada vez con más frecuencia y con más concentración...
  Lo siento compañero, ya eres un adicto.

domingo, 10 de marzo de 2013

Elella

Él conduce su bicicleta por entre los edificios de la ciudad, intentando disminuir aunque sea en un puñado el óxido de nitrógeno, el monóxido de carbono y el benceno que dominan el aire sin que a nadie parezca importarle. Mientras pedalea con una expresión cansada en el rostro, observa cómo las formas de los edificios van cambiando, y en cada esquina debe regresar al menos uno de sus pies al suelo, porque todos los semáforos lo detienen con su luz roja. Piensa que sería muy reconfortante ver a alguien más andando en un vehículo pacífico para la naturaleza, pero sólo ve carcasas metálicas en cuatro ruedas. No está seguro de si aquel frío y aquel cielo tan gris sobre su cabeza se deben al invierno o en realidad a la contaminación, que los ha separado completamente del Sol.
Ella lleva ya más de una hora caminando, y sus pies suplican un descanso con una extraña sensación de hinchazón. Además, su estómago parece ya no estar dentro de sí, y eso significa que su sistema digestivo está sin trabajo desde hace bastante tiempo, y es hora de darle algo de comida para digerir y transformar. Transita el centro de la ciudad, reflejando su imagen en cada vidriera  que cruza, sin importar qué intenta vender, o si está en oferta o liquidación. De vez en cuando roza sus hombros y brazos con alguna otra persona apurada, y se pregunta si toda esa gente que fluye a su alrededor como canicas que fueron lanzadas desde un tarro realmente la ven y fracasan en el intento de esquivarla debido al poco espacio con el que cuentan para maniobrar o simplemente ni siquiera se percatan de su presencia, y terminan atropellándola. Hace ya bastante tiempo que se siente atropellada, y con el invierno haciéndose cada vez más fuerte, también empieza a sentirse congelada.
Él sabe que aún le falta mucho para salir de todo el ajetreo del centro, y siente que los autos repentinamente han empezado a confabularse para imposibilitarle todo avance, así que se trepa a la sobre poblada acera y se baja de su bicicleta con la esperanza de que en unos minutos la situación se calme, aunque sabe que no será así. Mira a los autos aparecer y desaparecer en la esquina, y a la gente empujarse para llegar un poco más deprisa a su destino. Mira su reloj y se pregunta si tiene algún problema, porque a todas las personas a su alrededor parece faltarle tiempo, pero él a penas es capaz de notar que las manecillas se mueven. Quiere saber si hay algún problema en él, o si en realidad es el mundo el que está siendo acosado por las confusiones. Sólo quiere volver al pequeño y desalineado apartamento que alquila en los lejanos suburbios, aún cuando sabe que nadie estará esperándolo. Lo frustra ser consciente de que tiene un lugar donde dormir, pero está muy lejos de conseguir un hogar.

Ella empieza a sentir que desea la comida más como un método de distracción para su mente que como un alimento para su cuerpo, y encuentra una gran vidriera colorida, con pasteles, chocolates, y letras de exagerada alegría, la cual le parece de mal gusto en este momento. No sabe exactamente qué es el vacío que siente, pero tiene bien en claro que necesita llenarlo con algo más que comida. Aún así, entra en aquel lugar, un acogedor restaurant-pastelería que parece querer asfixiar  a los clientes con una hogareña fragancia a café y chocolate calientes. De algún modo, es reconfortante entrar allí, y no se arrepinte de su decisión. Se sienta a una de las mesas con elegantes pero joviales manteles blancos a líneas celestes y rojas, y es atendida rápidamente ­–eso la hace sentir su propia existencia, aunque sea por un momento­–. Después de pedir su capuccino con bizcochos dulces, toma el celular y llena sus húmedos ojos con la luz del aparato. Busca en la agenda a su amiga, la única que ha sobrevivido al paso del tiempo, porque necesita hablar con alguien, pero el cliente se encuentra fuera de servicio. Sin embargo, es ella quien se siente sin cobertura telefónica, aislada en algún sitio olvidado de la Tierra, o quizás aún más lejos.

Él piensa en que se ha pasado las últimas siete horas absolutamente solo, sin intercambiar ni una palabra con nadie, y se pregunta si en realidad no es mejor así, porque cada vez que habla con alguien, se siente un poco más perdido. Los demás nunca dicen lo que a él le agradaría oír, y eso es frustrante cuando se repite y se repite sin ninguna excepción en el medio. Sabe que tiene que distraerse antes de que su mente siga procesando pensamientos amargos, y se llene el día con sensaciones indeseables que ni siquiera una remozante ducha caliente podrá quitar. Entonces ve que al otro lado de la calle, más allá del frío concreto, del terso metal de los coches y del ruido de toda la gente, hay una vidriera que parece encerrar un acogedor lugar, con la compañía de chocolates y bebidas calientes. Empieza a pensar en la posibilidad de tomarse un capuccino con bizcochos dulces mientras espera a que el tiempo pase, pero teme no tener dinero suficiente en su bolsillo, y además se siente tan repentinamente desalentado que no cree poder dar tantos pasos seguidos todavía, y terminaría deteniéndose en medio de la calle, para que un coche lo enviara al hospital.

Ella recibe su capuccino, y aunque el primer sorbo parece hacer efecto directamente en su espíritu y su mente, con el segundo, los deseos de hablar con alguien regresan y crecen. Casi desesperada, comienza a pensar en que podría sentarse junto a aquel anciano que lee el periódico solo con una porción de torta de vainilla aún sin probar frente a él. Sin embargo, sabe que nunca ha sido extrovertida, y aún menos en la cantidad necesaria para sentarse sin razón aparente a charlar con un desconocido. Así que se queda allí, sola, con la cabeza agachada y algunos flecos de su cabello cubriendo su rostro, con las manos y los dedos aferrados a la caliente porcelana, introduciendo cada sorbo de capuccino con exagerada lentitud, masticando cada diminuto bocado de bizcocho como si planeara no tragárselo nunca. Siente que si disminuye sus movimientos, sus pensamientos también se verán afectados, serenándose. Con su cuerpo y sus pensamientos tan quietos, cree que ella misma podrá desvanecerse en aquella amalgama de primorosas y afables fragancias.

Él siente que la temperatura desciende, complicando principalmente la tibiez de sus dedos y su nariz. Aquella pastelería se ve cada vez más sugestiva, pero en el fondo sabe que un poco de calor y sacarosa no harán nada por su vida, ni por el horrible tráfico, sólo entretendrán a su paladar y lengua durante algunos minutos, además de vaciar su billetera. A pesar de todo, la tentación parece vencerlo, y termina torciendo sus cejas, enfadándose consigo mismo. ¿Por qué debía ser tan pesimista? ¿Por qué debía tomarse todo tan dramáticamente y pensar que si algo no volteaba su vida al revés no valía la pena? Tiene frío y no ha comido en horas, esas son razones más que valederas para cruzar el asfalto y entrar en aquel lugar. Con su enfado otorgándole motivación, tranca la rueda de su bicicleta usando un candado y finalmente camina hasta la otra acera cuando el semáforo se lo permite; entra a la pastelería, y aunque la había considerado una actividad intrascendente, el simple y amable tintineo de una campanita al abrir la puerta lo obliga a sonreír con delicadeza.

Ella levanta la mirada cuando escucha el agudo tintineo de la campanita en la entrada del local. Un nuevo cliente apareció, pero eso no influye en ningún sentido sobre ella. Continúa bebiendo su sorbo a sorbo y suspirando, lanzando una mirada de vez en cuando a aquel anciano con el periódico. Súbitamente, como si su subconsciente se lo hubiese ordenado, mientras el nuevo cliente se sienta a nada más que una mesa de ella, deja el capuccino en la mesa y saca su billetera del bolsillo, y de uno de sus pequeños compartimentos, uno que es casi secreto, retira una fotografía. En ese trozo de papel, aparece tintada una porción importante de su pasado, que aún se mantiene aferrado a su presente a través de los recuerdos, y se niega a soltarse completamente de ella, ocasionándole algunas ingratas horas de desvelo y una permanente sensación de que ha sido abandonada en medio de la nada, sola. Y además, de vez en cuando, llena de lágrimas sus ojos.

Él hace su pedido a la simpática camarera, sintiéndose muy agradecido hacia ella, ya que aunque era su trabajo, lo había tratado con más amabilidad de la que podía exigir. Con una sonrisa imperceptible en su rostro, mira hacia el frente, encontrándose con una joven muchacha una mesa vacía más allá. Se ve taciturna, pero no piensa en eso, y gira su cabeza para ver a través de la gran ventana. Rápidamente se da cuenta de que al otro lado del cristal yace el mundo causante de que buscara refugio en el interior de la pastelería, y evita volver a mirar hacia allí durante el resto de su visita. Casi no ha pensado en nada cuando su capuccino y sus bizcochos llegan. Tras darle las gracias a la camarera, dedica unos instantes a observar e inhalar el cálido aroma de su comida antes de empezar a llevarla a su boca.

Ella llena su deslucido presente con recuerdos brillantes que empiezan a asfixiarla mientras mira aquella fotografía, y se confunde: cree que de repente la atmósfera del local se ha vuelto densa, y debe tomar aire utilizando más fuerza que la usual. El cansancio en sus pies se ha ido y siente que fue un error haber entrado en aquel lugar, haberse sentado y también haberse bebido un poco más de la mitad de la taza, y comido nada más que dos de los seis bizcochos. Ahora siente que lo que en realidad necesita es seguir caminando. Se pone de pie, deja el dinero de la paga bajo su taza sin terminar, y temiendo que pueda volver a acosarla, decide abandonar la fotografía en la mesa, saliendo velozmente del lugar.

Él, de manera distraída, mientras bebe su primer sorbo, ve que aquella retraída chica se pone de pie y la sigue con disimulo usando sus pupilas, hasta que desaparece tras su hombro. Cuando escucha la puerta abrirse y cerrarse junto al tintineo de la pequeña campana, regresa la vista al frente. Le toma unos instantes, pero nota que la extraña muchacha que nunca antes había visto en su vida ha dejado un papel en la mesa. Él apoya unos instantes su taza, y sin soltar el asa, da unas miradas a su alrededor, para verificar si alguien más se ha dado cuenta de eso. Ni los empleados ni los clientes parecen haberlo notado, así que siente que es su deber ponerse de pie, y lo hace. Camina hasta su mesa y toma la fotografía. La mira unos momentos, y no está seguro de si aquella bonita muchacha sonriente con flequillo hacia un lado que aparece junto a un joven es la misma que se marchó tan apresuradamente hace unos instantes, pero piensa que podría ser un recuerdo importante para ella, así que sale de la pastelería a una velocidad aún mayor que la utilizada por ella.

Ella sale cabizbaja, y podría decirse que atolondradamente de la pastelería, golpeando alguno de sus hombros o uno de sus brazos contra el de alguien más cada ocho o diez pasos. Siente que mientras más se aleja de la fotografía, más cerca está de olvidar todos los recuerdos que esta representa. Casi no se da cuenta del viento frío que golpea todo su rostro y su descuidado cuello, lanzando sus cabellos hacia atrás, y no puede ni estar cerca de pensar en la posibilidad de que en unos días, aquello desemboque en un cruel resfriado lo suficientemente grave para dejarla en cama un tiempo. Pero poco le importaría, porque tal vez el sano y depurador calor de una preocupante fiebre sea capaz de limpiar también todos aquellos sentimientos tan degenerativos y desoladores. No es demasiado ambiciosa, o tal vez sí, porque todo lo que desea es poder traer al presente de una vez por todas aquel pie rebelde que aún pisa con firmeza el pasado.

Él regresa a la sofocante acera y tuerce cuello y cintura en búsqueda de la olvidadiza joven, en medio de aquel mar de gente. Sólo ve sacos y sobretodos oscuros o pálidos, y rostros aún más desconocidos que el que busca. Da algunos pasos hacia la derecha. Luego a la izquierda. No se rinde, y en cuestión de segundos, ve una sospechosa cabellera castaña que se agita, y está seguro de que es ella. Está a unos cuarenta metros, y ni siquiera se pregunta cómo fue capaz de distinguirla, simplemente le grita que se detenga, aunque sea inútil a causa de los estentóreos rugidos de la ciudad. No le quedó más alternativa que empezar a correr hacia ella para alcanzarla. No sabía por qué se esmeraba tanto en devolver aquella fotografía, pero era una buena distracción: ya había dejado de pensar en todas esas cosas frustrantes que dominaban su mente hace unos minutos.

 Ella dobla en la esquina para no tener que esperar a que el semáforo le otorgue su turno de cruzar la calle, y se acerca un poco más a su casa. De repente tampoco quiere caminar, quiere llegar a su habitación, poner su música favorita lo más fuerte posible antes del nivel en que pudiera molestar a sus vecinos y recostarse en su cama por varias horas, o tal vez días, o quizá para hibernar, y salir cuando aparezca la primavera nuevamente. Mira hacia arriba y se asombra de lo influyente que puede ser un día frío y un cielo grisáceo para su ánimo: ambos empeoraban la nostalgia y la soledad que sentía. Para pensar en otra cosa, aunque no la consuela, se pregunta si habrá cerrado bien las ventanas, ya que de no ser así, el viento podría haberlas abierto, y ahora incluso su epicúreo refugio estaría tan helado como el resto de la ciudad, y como sus dedos con uñas violáceas.

Él todavía la sigue. La tarea se ve sumamente complicada, ya que la gente es como una gran masa que debe atravesar con sus piernas cansadas. Atropella a más personas que con las que puede disculparse abstraídamente, y se gana malas miradas con cada paso que hace. Pero no se da cuenta de nada de esto, él mira fijamente la cabellera castaña clara. No puede darse el lujo de perderla de vista. Esto se ha vuelto una especie de desafío para él. Dobla la esquina. Se está acercando lentamente, pero si apresura sólo un poco el paso, tal vez la alcance antes de llegar a una nueva intersección. Retoma la táctica de los gritos, pero no sabe su nombre, así que utiliza frases como “oye tú” o “la del cabello castaño” o “la de la pastelería”, pero aunque algunas personas se voltean a mirarlo, ninguna de ellas es la joven de la fotografía.

Ella llega a una nueva esquina y esta vez debe ser paciente y esperar al semáforo, porque si vuelve a doblar evitando la calle, sólo se alejará de su casa. Sigue avanzando varias cuadras con la cabeza agachada, caminando más rápido de lo que cree, hasta que finalmente se aleja del trajín del centro de la ciudad, y circula por aceras más despobladas. De repente, tiene la sensación de que una voz está llamándola, y su rostro se llena de preocupación, preguntándose si aquella depresión no ha pasado a convertirse en un estado depresivo que puede empeorar en cualquier momento para llenarla de alucinaciones. Está realmente mal. Tiene miedo de que súbitamente aparezca frente a sus ojos el espejismo de lo que quiere olvidar, y la siga hasta su casa. Necesita hablar con alguien aún  más que antes, así que hace un nuevo intento para comunicarse con su amiga. Fracasa.

Él no llega a tiempo y debe esperar al semáforo para cruzar la calle que la joven ya ha cruzado. Mueve sus piernas impacientemente, como si esos pasos que hace una y otra vez en el mismo sitio pudieran acercarlo un poco o aceleraran el paso del tiempo. Con la luz verde sale disparado al igual que un atleta en una carrera, pero pronto la gente vuelve a forzarlo a descender la velocidad. ¿Qué hará si no la alcanza? ¿Tirará a la basura la fotografía? No, aunque son mínimas, hay posibilidades de volver a cruzarse con ella, y entonces podrá devolvérsela. Desde hoy debería salir siempre con la fotografía en alguno de sus bolsillos, por las dudas. Pero ahora también se pregunta si vale la pena devolverla; es decir, hoy en día, con las cámaras digitales, las personas tienen centenares de fotografías similares, y seguramente esa muchacha tiene unas cuantas parecidas a esa en su casa. Rápidamente se deshace de ese pensamiento, porque si la llevaba con ella, debe de tratarse de una fotografía especial, más allá de parecerse a otras o no. De pronto se aleja del centro y la gente ya no es un obstáculo, pero ella continúa sin escuchar sus llamados. Debe aumentar su velocidad, ahora sólo es una cuestión de tiempo.

Ella se sorprende hasta llegar al susto, porque alguien toca su hombro. Salta sobre sí misma y gira su cuello como si tiraran su cabeza hacia atrás. Es un muchacho joven, de aproximadamente su misma edad. Se calma cuando se percata de que lo ha visto antes en alguna ocasión, y frunce el ceño con confusión y escepticismo cuando piensa que es el cliente que entró después de ella a la pastelería. Él, agitado, le muestra la fotografía, y ella abre sutilmente la boca, dejando caer con asombro su labio inferior. Le explica que la viene siguiendo de hace más de seis cuadras, y extiende su brazo para entregarle el papel. Ella gira la cabeza, rechazándolo, y le confiesa con cierto calor en sus mejillas que no olvidó la fotografía, sino que se deshizo de ella.

Él se siente un estúpido, allí inmóvil, con la fotografía de dos desconocidos en su mano. Más que un estúpido, se siente un desgraciado, como alguien que pinta una enorme pared con un delicado, glamoroso y cuidado diseño de líneas, y descubre que tanto los colores como las formas estaban mal, ya que la consigna solicitaba círculos, no líneas, y tendría que volver a empezar todo. Entonces piensa en su bicicleta, en su capuccino y en los bizcochos: no valió la pena abandonarlos. La joven debería haber aceptado la fotografía al menos como señal de gratitud por las molestias que se había tomado, piensa él, aunque todo fuera en realidad su culpa: ¿quién lo envió a ser tan entrometido? A pesar de todo, se esmera en que aquella fotografía regrese a ella, y le pregunta por qué no la quiere.

Ella se atreve a contarle que es un recuerdo doloroso que es mejor olvidar, ignorando el hecho de que él es un perfecto desconocido. Le cuesta creerlo, pero después de responderle se siente un poco mejor. Sin embargo, es sólo una cuestión de segundos hasta que empieza a sentirse aún peor que antes, porque los recuerdos salen a flote en su mente como agua brotando de un manantial. Tal vez se le ocurrió esa comparación porque siente que algunas lágrimas están a punto de ahogar su mirada. Tal vez sea algo más que “algunas lágrimas”, pero ella quiere evitarlo.

Él reacciona con escepticismo, y pronto se enfada genuinamente por haber hecho todas las tonterías de hace unos momentos: hacerse el ofendido con la sociedad y bajarse de la bicicleta con la intención de que la humanidad se sintiera culpable, entrar a aquella pastelería en la que aún debía pagar la cuenta y que lo despojaría de sus últimos billetes, haber intentado sanar su malestar con una acción generosa y desinteresada que terminó siendo totalmente inútil. Le muestra la fotografía a la muchacha y la rompe frente ella, asegurándole que ya no debería preocuparse. No lo hizo con tanta violencia como puede pensarse.

Ella finalmente se pone a llorar, siente que es su corazón el que está en aquella fotografía ahora hecha pedazos, siendo esparcida a través de la acera y la calle por el viento.

Él está aún más confundido que antes, y queda paralizado. Se siente culpable por las lágrimas de la muchacha, porque ahora su actitud inútil se convertía en una actitud perjudicial.

Ella se abalanza sobre él porque es la única persona que tiene cerca, y apoya su frente en su cuerpo, empezando a humedecer su pecho.

Él no sabe qué hacer, pero pronto empieza a verla como a una pequeña niña extraviada que no sabe cómo regresar a su casa y extraña desesperadamente a sus padres.

Ella tiene sus manos a un lado de sus mejillas, y cada vez se presiona más a ella misma contra la calidez del joven mientras sus lágrimas ahora son acompañadas por algunos sollozos y delicados gemidos.

Él finalmente se mueve, y la rodea muy lentamente con sus brazos, con sumo cuidado y algo de inseguridad, como si un poco de presión pudiera llegar a romper de manera irreparable sus huesos. Lo hace mientras le dice que lo siente.

Ella se asombra al sentirse protegida y segura en los brazos de un desconocido, pero eso le permite comprender con certeza lo profundamente sola que se sentía. Ya no tiene apuro por regresar a casa, podría quedarse ahí una hora más, o hasta que se le agotasen las lágrimas, y luego permanecer inmóvil varias docenas de minutos más, sólo porque sí.

Él se siente útil y a gusto. La calidez del cuerpo de la muchacha empieza a reconfortarlo también a él. Sonríe porque sus pensamientos le parecen algo ridículos: de repente, ahora siente que todo valió la pena, bajarse de la bicicleta, entrar en la pastelería, correr a buscar a aquella extraña, incluso quedarse sin dinero en unos minutos. Piensa que lo volvería a hacer todo si fuera necesario, pero por ahora se limita a disfrutar, porque él también está siendo consolado.

Ella logra calmarse un poco y se aleja con cierta brusquedad, sorprendiéndolo otra vez. Se seca las lágrimas con el dorso de sus dedos y se disculpa por haber reaccionado de aquella manera tan precipitada, mientras su rostro ya no sufre la palidez que le otorga el frío y la tristeza.

Él le dice que no se preocupe casi como una súplica, ya que continúa sintiendo que fue el responsable de su llanto, y tal vez tenga razón. Luego mantiene el silencio no porque no sepa qué decir, sino porque se siente sumamente cómodo mirándola y nada más. Siente que eso es suficiente.

Ella lo mira y sigue mirándolo, hasta que sonríe tras las lágrimas que quedaron meciéndose en sus párpados, haciéndole saber que se siente incomprensiblemente agradecida hacia él.

Él le devuelve la sonrisa llegando a sentirse feliz, y de repente tiene el presentimiento de que esta noche le costará un poco más de lo normal dormir, porque esa desconocida y todo lo que sucedió darán vueltas en su mente.

Ambos hacen un gesto amable con sus cabezas, y sin más palabras, se dan la vuelta para marchar cada uno hacia su propia dirección, y no volverse a ver nunca más en sus vidas. Quizás.