sábado, 29 de junio de 2013

Una Vez...

  Cuando iba a noveno año, o primero del polimodal (2010 o 2011), una tarde salí del colegio, posiblemente de la clase de Informática, y fuimos con unos compañeros a sentarnos un rato en la plaza del pueblo. Ahí estaba uno de aquellos extranjeros que apenas conocen el idioma español, sentado en uno de los bancos, con un puesto repleto de aros, pulseras, collares y demás cosas por el estilo frente a él. Por la mañana, desde el salón de clases algunos ya le habían gritado estupideces a través de la ventana, creyendo que se burlaban de él, pensando que eran graciosos, supongo. Consideraban que el color oscuro de su piel era motivo para hacerlo (siempre detesté a mis compañeros de clase; no a todos, por supuesto, y no a las chicas, pero sí a algunos chicos). Como fuese, mis compañeros se detuvieron a mirar la mercancía (a mí esas cosas siempre me interesaron muy poco, así que no presté mucha atención) y preguntaron algunos precios. Uno de ellos en particular me preguntó qué opinaba acerca de algunos collares, porque quería hacerle un regalo a una chica. ¿Qué podía saber yo de regalarle un collar a una chica? ¿Qué podía saber yo de regalarle algo a alguien? Le dije que cualquiera estaba bien, que lo que importaba era la intención del gesto (o al menos eso creo ahora que le dije).
  Después de no comprar nada, todos fuimos hasta el banco a unos veinte metros de ahí, y nos sentamos a dilapidar la tarde. No pasó mucho tiempo cuando aquel tipo se puso de pie, nos hizo algunas señas, y con el poco español que naufragaba en su lengua nos pidió que le cuidáramos el puesto mientras él cruzaba la calle para ir a la panadería del frente y compraba algo de comer. Le respondimos que sí y nos acercamos. Mientras caminábamos hacia ahí, comprendí perfectamente lo que significaban las sonrisas y los murmullos que empezaban a medrar entre ellos, mis compañeros, pero pensé “no, no son tan hijos de puta como para hacerlo en serio”, y me equivoqué. Se hicieron algunos comentarios acerca de aprovechar la situación y tomar algunos aritos, y yo lancé varios “no, changos” muy tibiamente, todavía con escepticismo respecto a que en verdad pudieran robarle tan miserablemente algo a aquel extranjero.
  Al ver que sus manos empezaban a moverse, tuve que dejar de lado aquella tibieza. Me habría encantado ir directamente a la violencia y darles un buen puñetazo en la cara a cada uno (creo que eran tres), porque sinceramente creo que se lo merecían, pero no soy capaz de golpear a nadie, y mucho menos a alguien que luego tendré que ver todas las mañanas. Por eso tuve que recurrir a otro método para controlarlos: les dije que si tomaban algo, yo se lo contaría al dueño. Al principio sólo rieron, pero supongo que la expresión de mi rostro fue lo suficientemente seria como para convencerlos de que en verdad lo haría, luego de decirlo dos o tres veces más. Sí lo iba a hacer, no era sólo una amenaza. Uno de ellos me dijo varias veces “baah, chango, qué puto que sos”, pero no me importó, por supuesto. Logré mantenerlos al margen del delito, por suerte, en aquella ocasión.
  El hombre finalmente regresó, nos agradeció (aunque parecía algo triste; todavía estoy seguro que pensaba algo como “bueno, seguro me quitaron algo, pero ya está”), y nosotros, casi peleados, nos dispersamos: yo hacia mi casa, y cada uno de los otros no sé a dónde.
  Hasta el día de hoy me siento bien por haber podido evitar que mis compañeros hicieran una estupidez (ya saben, tengo ese sentimiento tonto, infantil y autocomplaciente de haber hecho lo correcto), pero también me siento mal, porque comprobé que su nivel de estupidez era incluso más alto de lo que yo creía, convirtiéndolos en personas, lamentablemente, dañinas y peligrosas.

domingo, 9 de junio de 2013

Tarea de Filosofía

  La siguiente es una improvisación que escribí para cumplir con una tarea del colegio, para la asignatura Filosofía.

  Desde mi punto de vista, todos los seres vivos son en dos partes: una es su forma de ser, y la otra su manera de ser.
  La forma de ser sería su cuerpo, y la manera de ser sería su comportamiento. Sin embargo, muy generalmente, definimos la identidad de los seres según su cuerpo más que su comportamiento; es decir, a un individuo con cuerpo de león que come sólo hierbas, por ejemplo, seguiríamos considerándolo un león, aunque su comportamiento sea ajeno al de tal. Esto se debe a que la manera de ser de cualquier tipo de individuo, no depende sólo de su forma, sino también de su entorno, de los demás seres vivos e inertes que lo rodeen.
  Para empezar a hablar específicamente del hombre, me parece conveniente hacer una distinción entre lo que es realmente un “hombre” y lo que es en realidad un “humano”. Entonces, podría decir que el “humano” es el homo sapiens en su estado más natural, el ser que busca la manera de sobrellevar y disfrutar su vida entre todos los demás seres del universo; y el “hombre” es el homo sapiens alejado de su estado más natural, incorporado plenamente al estilo de vida de la gran sociedad.
  El humano no es necesariamente un homo sapiens aislado en medio de la selva, el desierto o las planicies, como un animal salvaje más. Es un ser que comprende su diminuto puesto en medio de la naturaleza, que entiende y acepta que es tan sólo un individuo más. Su egoísmo no va más allá del necesario como método de supervivencia, pues sin él todos se sacrificarían prematura e incoherentemente.
  El hombre es el homo sapiens que, dándose cuenta o no, por decisión propia o no, ha dejado de verse (o nunca se vio) como un simple ser más de la naturaleza, y esto lo lleva a considerar que su puesto en el universo es jerárquicamente más elevado que el de los demás. Su nivel de egoísmo supera el necesario para la supervivencia, y por ello se vuelve codicioso y calculador. Vive en sociedad porque esta puede ofrecerle una vida más sencilla, y la utiliza como un medio para lograr las riquezas que anhela (puede haber algunas abstractas entre ellas).
  Entonces, lo que hace tan diferentes al hombre y al humano, es su nivel de egoísmo. A partir de este, la manera en que ven y viven la vida cambia por completo. Tienen objetivos y métodos diferentes.
  Pero no debe haber confusión. No estoy diciendo que uno de los dos es bueno y el otro es malo, o uno es mejor y el otro es peor, sencillamente se trata de dos seres diferentes, porque, aunque comparten su forma de ser (cuerpo), sus maneras de ser (comportamiento) son ampliamente distintas.
  Así queda claro que el comportamiento mantiene cierta independencia del cuerpo, pues dos seres con el mismo cuerpo pueden comportarse de manera totalmente diferente, pero, ¿hasta qué punto llega esta independencia? Me refiero a más allá de los condicionantes físicos claros (por ejemplo, un cuerpo sin alas no va a volar y un cuerpo sin extremidades no va a caminar), a si esta “manera de ser” es algo así como una entidad que se acopla a la “forma”, lo que algunos podrían llamar alma, o espíritu, o mente, o esencia, o lo que fuese. Este es un asunto que sobrecarga mi cabeza cuando lo pienso, y creo que nunca llegaré a una conclusión que me convenza.
  Cuando me detengo a pensarlo, siento que junto con la forma, la manera se acaba (mueren), pues esta podría ser sólo un complejo sistema de reacciones químicas y eléctricas dentro del cuerpo, pero debido a experiencias personales, se me hace imposible no considerar la posibilidad de que una manera emigre de una forma a otra (lo que algunos llamarían “reencarnación”, pero no me gusta usar conceptos como ese, pues las personas les dan más significados de los que en realidad tienen, o sencillamente cada uno los ve de una manera diferente, y casi siempre se generan malentendidos).
  Es posible que la “manera de ser” se encuentre conformada por un material miles o millones de veces más pequeño que una partícula subatómica; una sustancia que podría pasar desapercibida para la ciencia durante muchos siglos más. De esta manera podría pasar de un cuerpo a otro, pero esta transmigración parece algo demasiado inverosímil: ¿cómo sucedería? ¿en qué momento?
  Por ahora, sólo puedo sostener que esta manera es una consecuencia de la forma, algo que ocurre dentro del cuerpo y que deja de ocurrir cuando el cuerpo deja de funcionar.