Por la avenida tan repleta de gente, mis pies eran un par más caminando en ese sofocante calor del vapor de ciudad. Sólo había ruido a multitud y a vehículos, hasta que escuché el suave vibrar de unas cuerdas de metal viejas y desgastadas. Desde ese momento, me sentí en un verdadero laberinto, y nada más incómodo que un laberinto de gente y ruido cuando la salida es un sutil y delicado sonido.
Llegué y finalmente encontré lo que buscaba. Frente a la vidriera de una panadería, verifiqué que las cuerdas no eran lo único desgastado, toda tu guitarra estaba colmada de cicatrices. Sin embargo, tus manos no, y tras esa capa de polvo, era visible la uniformidad y blandura de tu piel.
Pero lo más uniforme de todo, era tu voz. Fluía desde tu garganta como ondas de luz que iluminaban a mis tímpanos, perdidos en la oscuridad de mis oídos.
Todo tu cabello se hacinaba bajo aquel extraño y ovalado gorro, de color marrón claro. Bueno, casi todo tu cabello lo hacía, ya que un pequeño y tierno mechón lograba escapar sobre tu rostro.
Desde tus hombros, colgaba un holgado vestido de líneas difusas y coloridas, con bordes consumidos e hilos intentando escaparse. Era el vestido más horrendo que había visto en mi vida, pero combinado con tus ojos, tus tobillos globosos y tus brazos delgados, formaba la mejor mixtura que puede apreciar una mirada.
La hora pico en la avenida fue desapareciendo, así como la gente. Siempre fui el único espectador y oyente de tus maravillosas canciones, porque nadie se detenía, pero ahora ni siquiera había gente caminando alrededor. Apoyaste la guitarra en el suelo y enderezaste tus rodillas, poniéndote de pie. Colocaste la palma de tu mano sobre mi pecho, y seguramente sentiste el aumentar de los latidos de mi corazón. Dejaría que lo tocaras directamente si pudiera.
Después, llevaste ambas manos a mi rostro, y tocaste mis mejillas. Seguramente, también sentiste cómo aumentó su temperatura al sonrojarse. Unos pocos centímetros nos separaban, pero como conociendo mis sueños, despegaste tus talones del suelo, y los trajiste a la realidad.
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