No es tan grave no haber recibido ninguna, pero si
nunca has escrito una te has perdido una de las experiencias más emocionantes y
memorables de la infancia y/o la adolescencia.
Primero pasas horas pensando si la escribes o no, si
realmente vale la pena hacerlo. Empiezas a escribirla sin buscar palabras
demasiado complejas, tal vez sin buscar ni siquiera las palabras adecuadas,
utilizando sólo las más sinceras. Cuando la tienes terminada, te das cuenta de
que lo que has escrito es una completa ñoñería, y vuelves a empezar, hasta que
finalmente te resignas y la dejas como está.
Después, cuando ya la tienes lista, gastas las suelas
de tu calzado pensando si se la entregas o no, imaginándote su posible
reacción, con miedo, con ilusión y con ansias. Luego, cuando el momento está
cada vez más cerca, el calor y los nervios se apoderan completamente de ti, sin
importar la manera en que se la darás: a escondidas, cara a cara, a través de
algún amigo.
Cuando finalmente está en su poder, todos esos nervios
y ese calor explotan, dejándote una extraña sensación de ansiedad y
convirtiéndote en el ser más impaciente del Universo, pero ya hay cierta calma
en ti, porque sin importar la respuesta, te has atrevido a enseñar tus
sentimientos más lindos y profundos…
Recuerdo perfectamente la primera carta de amor que
escribí: fue en cuarto grado de primaria, para una niña que se llamaba Martina.
Estuve tres días hasta que la terminé (incluí también una canción en ella), y
la entregué junto a una caja de chocolates. Su cara se puso completamente roja
(no quiero imaginarme la mía), y no quiso tomar ni la carta, ni los chocolates.
La carta la terminó leyendo uno de sus amigos, y a los chocolates se los
repartieron entre las amigas. Así es, un completo fracaso, porque aquella
reacción no era motivada por una timidez extrema, sino que yo realmente no
llamaba nada su atención.
Pero también recuerdo la primera vez que fui yo el
receptor de la carta: fue en segundo grado de primaria, y para mi maravillosa
suerte, me la entregó la mismísima chica que me gustaba. Sin embargo, reaccioné
tan estúpidamente que no puedo recordar lo que cruzaba por mi mente en aquellos
instantes. Terminé de leerla, y me paré en el medio del aula; “¿Quién quiere
una carta?” dije, y se las sorteé a los chicos del grado, que se burlaron todo
el año de la valiente chica por el gran
corazón que había dibujado. Nunca olvidaré que escribió mal mi nombre, y en
lugar de “Ángelo”, puso “Anyelo”… Por suerte, el insensible, egoísta y
pervertido yo de primaria ha quedado muy atrás en el tiempo.
Ah, y permítanme decirles que recibir una carta de
amor es una de las cosas más motivadoras que pueden sucederte, sobretodo si
eres como yo (padeciente de S.A.D. o de baja autoestima), porque hace que te
sientas sumamente especial, inigualablemente especial, y absolutamente único…
No hay comentarios:
Publicar un comentario