Cuando voy caminando por la calle y me encuentro con una
persona, por ejemplo, sin piernas, acomodada en un rincón tan sucio como su
cuerpo, esperando recibir alguna limosna (ayuda efímera que no sirve para
solucionar el problema, sino para maquillarlo durante un tiempo mínimo), tengo
sensaciones encontradas: por un lado, siento que lo humillo, con mis posesiones
materiales que tanta comodidad me dan, con mis piernas que tan bien andan; pero
por otro lado, me siento humillado yo, porque recuerdo algunas personas cuyas
historias conocí en algún libro, en algún programa de televisión o alguna
página de Internet, que sin tener piernas, hicieron muchas más cosas que yo, y
pienso “este tipo tiene más posibilidades de humillarme, más posibilidades de hacerme
sentir menos, de las que yo tengo de hacerlo sentir menos a él”. Y paso,
simplemente paso caminando, sin mirarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario