Sólo quería hacerla sonreír, quería que fuera feliz. Caminé a su lado con mi mano sobre su hombro, sujetándola y protegiéndola para que no se desviara de su camino, para que no huyera de sus propios sueños. Subimos y nos arrodillamos. La coloqué frente a mí, y sin apartar mis pupilas de las suyas, le dije que cantara. No importaba qué, sólo que cantara lo que ella quisiera cantar. Pero ella se veía temerosa. La rodeé con mis brazos y sentí la suavidad de su piel y de su vestido de pliegues rosa. Ella también se aferró a mí, y pude disfrutar el fresco aroma de su cuello, con los ojos cerrados. Mientras finalmente se atrevía a cantar, empezamos a bailar muy suavemente, sin despegar las rodillas del suelo, balanceándonos serenamente. Bailamos cada segundo de su canción, abrazados y sonrientes; incluso continuamos bailando cuando la música acabó. Nadie nos vio, nadie aplaudió. Parecíamos dos locos completamente fuera de lugar, y tal vez lo éramos, pero ella ya no podía dejar de sentirse feliz, porque había cumplido su sueño.
lunes, 29 de octubre de 2012
jueves, 25 de octubre de 2012
Lirios Rojos
"Lirios Rojos" es una leyenda que escribí para integrar la asignatura de Literatura. Está ligeramente basada en hechos reales (la Guerra Zenkunen en Japón, desde 1051 a 1063), pero es una historia COMPLETAMENTE FICTICIA que no tiene ni la más difusa intención de reconstruir hechos ni de servir como descripción histórica, es sólo una invención de mi cursi mente.
1
Ellos
ya no eran ellos. Eran una sola persona, o para ser más precisos, una sola alma
cuyo tamaño era tal que necesitaba de dos cuerpos para permanecer en este mundo.
Desde sus nacimientos fueron como las estrellas y la noche, como el mar y la costa,
como las lágrimas y la sal, como el verano y las cigarras. Jugaron en los
mismos jardines, se bañaron en los mismos estanques, oyeron los mismos
shishi-odoshi1, fueron iluminados por los mismos tourou2,
inclusive hubo situaciones en las que compartieron los geta3 y los
tabi4.
Ellos
eran Saku y Hana, y jamás se habían separado por un tiempo mayor a algunos
minutos. Saku conocía todos los sueños y miedos de Hana, y Hana conocía todas
las esperanzas y debilidades de Saku.
Todos
los días incluían en sus paseos matutinos o vespertinos a la gran colina que se
elevaba cercana a su aldea, en la provincia de Mutsu, pero cuando la primavera
se hacía presente, pasaban horas enteras en su ladera y su cima, pues estas se
llenaban –realmente se llenaban, se cubrían prácticamente en su totalidad– de
resplandecientes y hermosos lirios blancos que se balanceaban según el gusto
del aire y liberaban su aroma a divinidad hasta donde el viento lo deseara.
Entre ellos sonreían, platicaban, soñaban, amaban, contemplaban los cúmulos y
los altostratos; entre ellos eran felices.
—A
veces quisiera ser un lirio —solía decir Hana a Saku —, estar en mi capullo
durante todo el frío del invierno, y sólo salir para disfrutar la calidez de la
primavera y el verano…
—¿Estás
segura?
—Tan
segura como de que mañana tendré que volver a respirar para vivir.
—Pero
los lirios viven presos de su belleza y su fragilidad, no pueden escapar ni
defenderse, y cualquier persona puede arrancarlos en cualquier momento.
—Nosotros
somos iguales, sólo que no somos tan bellos, y creemos que porque contamos con
dos piernas podremos escapar del mal.
Pero
Saku no podía aceptar esas palabras. Él había prometido proteger a Hana hasta
que se derramara su última gota de sangre, y si admitía tan inocente debilidad
se declaraba incapaz de protegerla, convirtiendo anticipadamente en nada más
que una cursilería de niños al juramento más importante de su vida. Aún así,
sabía que todas las palabras que salieran del interior de Hana no eran sólo
palabras, sino una indiscutible y preciosa verdad –además de una sublime y
maravillosa melodía–.
—Si en verdad crees eso, te prometeré que me aseguraré
de que cuando hayas terminado de disfrutar como humana, puedas ser un lirio.
2
No
importaba cuánto tiempo y cuántas generaciones sus antepasados hayan pasado
pisando, trabajando y sintiendo las extensas tierras de Mutsu, ni controlando
las rebeldes almas de los ainu5, quienes permanentemente expresaban
su codicia de querer emigrar desde Hokkaidō, todas las provincias se
veían bajo el cargo de un gobernador, y aquella no podía ser la excepción. El
clan Minamoto iba extendiendo sigilosa, eficaz y sanguinariamente sus
territorios por las actuales prefecturas de Tōhoku, Kantō y Chūbu, y no permitiría que los miembros del
clan Abe se quedaran con aquella porción del norte. Lentamente, el bizarro
ejército de Yoriyoshi avanzaba por las aldeas de los Abe, sin dejar nada más
que construcciones consumidas por el fuego y ciénagas de sangre, sin
discriminar a samurai6 ni al resto de los hombres, ni a niños o mujeres,
ni a ancianos o enfermos. Toda alma Abe sobre la tierra representaba un insulto
a su autoridad, y esa era la razón por la cual debían deshacerse de todos.
Fue sólo una cuestión de
tiempo hasta que una mañana, durante un alba húmedo y áureo, los Minamoto
llegaran a la aldea de Saku y Hana. Se pararon ante ella de la misma manera en
que lo hicieron con todas las demás, con sus nihontō7
en sus caderas y sus yumi8 ya preparados
con la coca de una flecha encendida tensionando la cuerda, irreversiblemente
listos para engendrar el desastre. En sus rostros brillaba mucho más que el
anhelo de territorios, poder y siervos; desde la profundidad de sus pupilas
resplandecía la oscuridad de la vileza y la sed de sangre, la necesidad de
sembrar dolor, desesperación, agonías y berridos. La primer flecha que cayera
sobre un techo reseco e inflamable, sería el fuego no artificial que señalaría
el inicio de su ceremonia.
El humo que
atravesaba sus fosas nasales no fue suficiente para despertar a Saku, pero
cuando una morcella candente cayó sobre sus pies, el calor irrumpió sus sueños.
Al ver llamas consumiendo el techo y las paredes comprendió rápidamente lo que
sucedía. Se levantó del tatami9 en que dormía, y con su kamishimo10 ya puesto,
pues un samurai siempre debía estar preparado para luchar (más aún él, que no
sólo debía proteger a su clan, sino plenamente a Hana), apartó el shōji11
de su camino, y corriendo entre llamas llegó hasta la
habitación de su preciada humana.
—Jamás creí
que este día realmente llegaría —dijo Hana cubriéndose la boca, en medio de una
nube de humo y rodeada por un estor de fuego.
—Sí, los
Minamoto finalmente han llegado a nosotros…
Una vez
finalizada esta diminuta conversación, él la levantó en sus brazos y escapó por
una artimaña en la estructura de la casa. Escapó sin ser visto por nadie,
utilizando un camino previamente ensayado entre los densos bosques que rodeaban
la aldea, y dejó a Hana en la colina, al cuidado de los lirios.
—No te muevas
de aquí. Regresaré por ti cuando ganemos —dijo el valeroso samurai a su razón
de ser, y bajó de regreso.
Hana,
sumamente impaciente pero amorosamente obediente, esperó allí, en la cima de la
colina, con la paz y la belleza de los lirios y del Sol, allí donde los gritos
de dolor, los rugidos de las llamas, el goteo de la sangre y los sablazos no podían
escucharse.
Aunque desde
su pecho la espera pareció toda una eternidad, en el tiempo real no
transcurrieron más de algunos minutos. Saku regresó arrastrándose sobre la
suavidad de los pétalos, con las carnes y las ropas desgarradas.
—Saku… Saku…
¡Saku! —dijo corriendo hasta él Hana, para sentarse a su lado y permitirle
descansar su cabeza sobre sus muslos.
—Es imposible
ganar… Ellos son… No son humanos —explicó el samurai con los ojos cerrados.
—No Saku, no
mueras —rogó entre lágrimas la mujer.
—¿Pero qué
dices, Hana? No estoy muriendo —respondió él, esforzándose en gran medida para
abrir los ojos y mirar los de ella con una sonrisa—. Mira los lirios a mi
alrededor, están rojos, estoy entrando a ellos, estoy convirtiéndome en ellos.
¿Tú aún quieres convertirte en un lirio?
—Saku…
—Si es así,
sólo debes tomar mi nihontō, y acompañarme.
Ninguno dijo nada más, y luego de algunas miradas y caricias, Hana tomó
la ensangrentada espada de Saku y decidió acompañarlo hacia la más perfecta y
eterna primavera.
3
El clan
Minamoto, de la mano del ejército del pernicioso Yoriyoshi, logró
conquistar toda la provincia de Mutsu, y más adelante incluso se apoderó del
Hokkaidō
de los ainu. Sin embargo, no importó cuántos kilómetros hayan tenido bajo su
jurisdicción, ni cuántos ríos y montañas hayan tenido en su poder, jamás
pudieron poner ni uno solo de sus pies en la misteriosa y fantástica colina de
los Abe, la cual durante cada primavera se llenaba de majestuosos y
extraordinarios lirios rojos.Vocabulario:
1shishi-odoshi:
fuente de bambú que al llenarse cae y golpea una roca, vaciándose, y regresando
a su posición anterior para repetir el ciclo. Utilizada para asustar aves y
otros animales en las plantaciones.
2tourou:
linternas japonesas construidas con madera, piedra o metal, originada en los
templos budistas.
3geta:
ojota tradicional japonesa hecha de madera que cuenta con una base para
mantener alto sobre el nivel del suelo al pie.
4tabi:
calcetín que separa el dedo pulgar del resto, para utilizarse con ojotas.
5ainu:
grupo étnico indígena de Hokkaidō.
6samurai: guerreros de élite militar del Japón antiguo.
7nihontō: sable japonés de hoja curva y filo único, con una extensión
entre 60 y 75
centímetros .
8yumi: arco japonés.
9tatami: alfombra (generalmente de paja) entretejida que cubría las
habitaciones y las salas de té de las casas japonesas tradicionales.
10kamishimo: vestimenta samurai, confeccionada con telas gruesas, a modo
de protección para la lucha.
11shōji: puertas tradicionales de Japón, corredizas y hechas de bambú y un
papel ultrafino también tradicional.
domingo, 21 de octubre de 2012
Tami
Apareces en medio de la
noche como un suspiro desesperado que intenta diluir la soledad, y lentamente
vas transformándote en un sueño del que jamás quisiera despertar, pero que sólo
me suelda un poco más a la realidad. Tengo la sensación de que me miras desde
cada estrella, desde cada rayo de luna y de Sol, desde cada flor, y desde cada
cosa hermosa que encanta mi mirada, por que con ellas regresas a mi mente. Es que estás aquí y allá,
manipulando mis pensamientos sin piedad ni descanso…
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