sábado, 8 de marzo de 2014

En Medio de las Mentiras

  Caminaba por la ciudad. El sitio al que iba estaba cerrado, y regresaba pensando en que había sido un desperdicio caminar hasta ahí con las piernas doloridas, a pesar de que luego me sentí triste cuando vi el edificio en el que vivía. No quería regresar. Quería caminar más, quería alejarme más, pero tampoco quería hacerlo en realidad. Quería algo más en ese momento.
  Vi cuatro grandes árboles que se estiraban más allá de los techos de las casas, y allá arriba, en lo alto, sus ramas se abalanzaban sobre las sumisas ramas de las plantas al otro lado de la calle, encerrando al asfalto en sombra. De sus altos, gruesos y rugosos troncos, colgaban interminables filamentos verdes y húmedos que intentaban tocar el suelo, quedando algunos mucho más cerca que otros, aunque todos parecían ser una sola cosa.
  Vi aquello, y pensé “es como un vestigio de la selva aquí en la mierda, en la ciudad”. Pensé en cuánto nos hemos alejado las personas de nuestra verdadera naturaleza, y supuse que el estrés y la infelicidad era el precio más caro que debíamos pagar por haber hecho eso. Sentí deseos de llorar; realmente quise llorar, pero al final no pude hacerlo, al final ganó la frialdad. Entonces me imaginé que, muy posiblemente, dentro de nosotros hay un impulso (más intenso en algunas personas y menos en otras) por volver a lo natural, a nuestra esencia, a esa célula madre alrededor de la cual se reprodujeron todas aquellas que salieron de ella, y que hoy está cubierta por siglos y siglos de actividades, palabras, sentimientos, mentiras.

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