Como todos los sábados en
la noche, se encontraba acomodándose su chaleco y su corbata, aprovechando que
no había ningún huésped en la recepción.
«Realmente odia ese
uniforme», pensaba su compañero, el portero, mientras la observaba de reojo con
otra porción de su atención fijada en la acera para abrirle la entrada a
cualquier persona que pudiera pretender entrar.
Era bastante inusual que la
lujosa recepción se encontrase vacía, el hotel contaba con más de trescientas
habitaciones repartidas en treinta y dos pisos y siempre había aunque sea un
hospedante que prefería sentarse a descansar allí abajo que subir hasta su
cuarto. Tal vez la quietud de aquellos instantes se debía a la temporada baja,
pero ese es un término que difícilmente afecta a los hoteles internacionales de
cinco estrellas que reciben visitas de la prodigiosa gente de negocios.
Pero la desolación de los
espejos que no reflejaban a nadie y de las luces que no producían más que
sombras estáticas y muertas no tardó en desaparecer. Un hombre de una camisa a
rayas muy simple se acercó a la entrada y sin siquiera darse cuenta le exigió
al portero que haga su trabajo. La recepcionista no demoró más de un segundo en
notar sus jeans gastados y sus zapatos viejos. Ese joven no pertenecía al mundo
de la economía, o era uno de esos millonarios excéntricos, pero prefirió
quedarse con la idea de que se trataba de alguna especie de vendedor ambulante
o algo así.
—Buenas noches —saludó él
educada y formalmente, con una rara expresión en su rostro.
—Buenas noches, ¿en qué
puedo ayudarlo? —respondió ella no antipáticamente, pero tampoco con simpatía.
El muchacho no respondió y
se limitó a mantener el silencio mientras su mirada peregrinaba a través del
mechón castaño y ondulado que se colgaba de su pequeña frente; de sus ojos café
que reflejaban la gran araña cristalina, el centro de la iluminación; de sus
labios delgados y cuidadosamente coloreados con un suave rosa; de sus pestañas
erguidas; de sus hombros redondeados y sus elegantes clavículas.
—Sí, quisiera una
habitación —respondió algo distraído luego de su largo viaje.
«¿Tendrá el dinero para
pagarla? Bueno, no es asunto mío. Aquí nadie paga por adelantado, así que él no
puede ser la excepción», pensó la empleada antes de responderle.
—Claro. ¿Para uno?
—Para la cantidad que sea,
pero que esté muy alto.
Algo extrañada por la
petición, movió ágilmente los dedos sobre el teclado y las pupilas por la
pantalla del monitor.
—Tres de las cinco suites
del último piso están ocupadas, ¿quiere una de las que están libres?
—Sí, está bien.
—¿Le gustan las vistas
desde las alturas? —le preguntó la joven encontrando algo de simpatía en su
interior mientras revisaba datos en el monitor.
—La verdad es que no
—respondió inspeccionando por primera vez el lugar con la vista. La muchacha lo
miró un poco más extrañada que antes, pero continuó con lo suyo sin decir nada
más.
Luego de proporcionarle
todos los datos necesarios, el joven finalmente tomó el ascensor y subió hasta
la última planta. Entró en su suite e ignoró todo el morbosamente lujoso
decorado, se dirigió directamente a la gran ventana que había en un extremo.
Allí observó las luces de la ciudad por unos momentos. La iluminación urbana
opacaba el cielo nocturno y daba la sensación de que incluso intentaba
suplantarlo, porque casi lo lograba. Corrió el cristal hacia un lado y el frío del
viento que entró le provocó un retorcijón en el estómago. Ignorando aquella
incómoda sensación, se paró en el gran marco de la ventana y esta vez todo su
sistema digestivo se vio afectado.
Repentinamente, algo en su
interior lo hizo descender del marco y salir de la habitación con pasos rápidos.
El ascensor estaba ocupado, así que su impaciencia lo hizo utilizar la escalera
hasta que varios pisos más abajo el ascensor quedara libre y finalmente pudiera
abordarlo.
Llegó a la recepción y se
encaminó directamente a la recepcionista.
—¿En qué lo puedo ayudar?
—le preguntó ella.
—¿Puedo hacerle una
pregunta?
—Claro.
—¿Cree que una sola persona
puede cambiar al mundo?
A la muchacha le llamó la
atención la pregunta, o más bien, el emisor y la situación en la que había sido
pronunciada. Sin embargo, luego de un silencio, un cobijo para su sorpresa,
respondió:
—No, no lo creo… ¿Por qué?
—Porque tú acabas de
cambiarlo.
La chica cerró los ojos con
una mezcla de comprensión y decepción, y apoyó sus manos en el escritorio::
—Dime algo… ¿Ese versito te
ha servido con alguna otra chica antes?
El muchacho contempló sus
ojos y su ignorancia por un momento, y luego sonrió junto a una pequeña
exhalación.
—Disculpa. Fui un tonto
—dijo colocando las manos en los bolsillos y retirándose de la recepción con
una sonrisa.
Esta vez el cristal no
podría volver a cerrarse, la habitación quedaría vacía y la recepcionista
descubriría que acababa de destruir el mundo que había salvado cuando lo viera abdicarse
en el asfalto, justo al frente del hotel y del portero, a quien le salpicaría
algo de su miseria.
(imagen: http://momo-zhao.deviantart.com/)