domingo, 18 de septiembre de 2011

Judith...

Era una noche cálida. Toda mi atención estaba centrada en dos ojos color cielo, incluso cada uno de ellos tenía su propio Sol en su interior. Estábamos sentados en una mesa con una sombrilla sobre nosotros y el tráfico alrededor, pero no éramos los únicos ahí, había más sillas ocupadas. Sin embargo, las otras sillas no existían para mí  y el helado que estábamos comiendo no parecía tan dulce al compararlo con su sonrisa.
Disfrutaba el momento, y aunque parecía que duraría para siempre, en una porción de tiempo que parecieron segundos se acabó y el reloj indicaba que debíamos regresar al hotel. Pero aún no tenía razones para entristecerme, porque caminaría junto a ella por aquella plaza, y veríamos la fuente con esas brillantes gotas de agua.
Yo no decía nada, sólo saboreaba en absoluto silencio el suave aroma que la brisa nocturna traía desde su piel y su ropa, y a veces me quedaba mirando “disimuladamente” cómo su cabello recogido danzaba sumisamente al compás de su caminar.
Jamás habría imaginado que todos mis sueños podrían hacerse realidad y caminar junto a mí…
Entonces fue ella quien giró su cuello para mirarme, y desde unos centímetros más abajo me dijo:
— Me gusta caminar abrazada a alguien…
— ¿Sí? — respondí yo, si es que eso es válido como una “respuesta”.
— ¿Te molestaría abrazarme?
En ese momento, escalofríos transportaron alegría a través de mis nervios y mi mente pareció demasiado frágil para distinguir entre lo real y las ilusiones. Pero eso era real, muy real, porque se sentía mejor aún que en los sueños y porque podía sentir una gota de sudor por mi espalda. Sin embargo, la incomodidad se esfumó a penas pude separar mis labios y responder.
— Claro que no…
Ella me sonrió y pasó sus delgados dedos por mi espalda hasta que terminó sujetando tierna pero firmemente mi cintura, y yo abrigué su nuca con la parte anterior del codo.
Ya no estaba caminando por la ciudad, caminaba por el paraíso. Mi alegría salía en forma de brillo a través de mis ojos, y nunca antes había sentido tanta alegría, pero aún así eran unas pequeñas linternas de bolsillo comparadas con los claros faros de la hermosa chica que caminaba junto a mí. No, no caminaba junto a mí… caminaba conmigo…
Para entonces, las demás personas que nos acompañaban habían desaparecido. Y progresivamente, también se desvaneció toda la gente que caminaba por las aceras de la ciudad, luego los vehículos, y cuando por alguna razón sobrenatural me distraje unos microsegundos de mi felicidad y la belleza de mi encantadora acompañante, parecía que sólo estábamos nosotros dos, caminando despreocupadamente por ningún sitio y felices de estar ahí… con el otro…
Finalmente, llegó el momento más temido, ese momento idéntico al de cuando te despiertas justo en el clímax de tus sueños… atravesamos la puerta del hotel y nuestro abrazo se deshizo; yo subí por unas escaleras algo oscuras y ella avanzó por un pasillo culminado de luz.
Me dejé caer sobre mi cama perfectamente tendida e intenté reconstruir los indelebles instantes anteriores en que llegué al cenit de la felicidad, pero mi imaginación no es tan poderosa. Intenté consolarme diciéndome que al cerrar los ojos volvería a encontrarme con ella, aunque una vez que lo viví en la realidad no sería tan maravilloso y no pude dormir en toda la noche… claro, mis sueños estaban en otra habitación…

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