domingo, 14 de agosto de 2011

Las Hilachas De Tu Vestido

  Por la avenida tan repleta de gente, mis pies eran un par más caminando en ese sofocante calor del vapor de ciudad. Sólo había ruido a multitud y a vehículos, hasta que escuché el suave vibrar de unas cuerdas de metal viejas y desgastadas. Desde ese momento, me sentí en un verdadero laberinto, y nada más incómodo que un laberinto de gente y ruido cuando la salida es un sutil y delicado sonido.
  Llegué y finalmente encontré lo que buscaba. Frente a la vidriera de una panadería, verifiqué que las cuerdas no eran lo único desgastado, toda tu guitarra estaba colmada de cicatrices. Sin embargo, tus manos no, y tras esa capa de polvo, era visible la uniformidad y blandura de tu piel.
  Pero lo más uniforme de todo, era tu voz. Fluía desde tu garganta como ondas de luz que iluminaban a mis tímpanos, perdidos en la oscuridad de mis oídos.
  Todo tu cabello se hacinaba bajo aquel extraño y ovalado gorro, de color marrón claro. Bueno, casi todo tu cabello lo hacía, ya que un pequeño y tierno mechón lograba escapar sobre tu rostro.
  Desde tus hombros, colgaba un holgado vestido de líneas difusas y coloridas, con bordes consumidos e hilos intentando escaparse. Era el vestido más horrendo que había visto en mi vida, pero combinado con tus ojos, tus tobillos globosos y tus brazos delgados, formaba la mejor mixtura que puede apreciar una mirada.
  La hora pico en la avenida fue desapareciendo, así como la gente. Siempre fui el único espectador y oyente de tus maravillosas canciones, porque nadie se detenía, pero ahora ni siquiera había gente caminando alrededor. Apoyaste la guitarra en el suelo y enderezaste tus rodillas, poniéndote de pie. Colocaste la palma de tu mano sobre mi pecho, y seguramente sentiste el aumentar de los latidos de mi corazón. Dejaría que lo tocaras directamente si pudiera.
  Después, llevaste ambas manos a mi rostro, y tocaste mis mejillas. Seguramente, también sentiste cómo aumentó su temperatura al sonrojarse. Unos pocos centímetros nos separaban, pero como conociendo mis sueños, despegaste tus talones del suelo, y los trajiste a la realidad.

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