Ya no voy a escribir más en este blog, así que si de casualidad estás perdido por la red y por alguna extraña razón te interesa leer todas las cursilerías que escribo un poco menos cotidianamente de lo que me gustaría, puedes hacerlo aquí:
sábado, 9 de mayo de 2015
viernes, 12 de diciembre de 2014
No Sabía
Ella no entendía a las estrellas, no entendía el canto de sus luces. Su piel no sabía jugar con una brisa, ya sea matutina o nocturna, y si su cabello, de casualidad, empezaba a hacerlo, a ella no le interesaba. Tampoco le importaba si su voz se mecía lentamente por el aire hasta empujar una sonrisa a mi rostro, y me invitaba a descansar, o si llegaba alterada a inquietar mis oídos. Ella no creía que la profundidad de sus pupilas llegara hasta su alma, o hasta la mía, ni que sus ojos tenían el derecho de robarse cualquier luz sólo porque tenían el deber de dejarla ir otra vez, y regalársela a alguien más. Ella no sabía lo que era un paseo, simplemente usaba sus piernas, llevaba un pie adelante, y luego adelantaba al que había quedado atrás; eso era todo. Ella no sabía que la magia existe, y por lo tanto, tampoco sabía que hay que liberarla de los sitios donde se esconde, y mucho menos sabía que una vez liberada, la magia entabla una lucha contra el tiempo, y siempre le gana. Ella no creía en los sueños, pensaba que la energía provenía simplemente del dormir, y una vez que despertaba no había nada más que lo que había. Ella no sabía la libertad, tenía más fe en las miradas ajenas que en las suyas, y creía que lo que sentía era sólo eso, sentimientos que pertenecían a su interior y allí debían quedarse. Ella no sabía que la lluvia limpiaba mucho más que los tejados, ni que un par de chaparrones podían descubrir la vida que había quedado cubierta bajo los años. Ella no sabía que se podía amar sin tocar, soñar sin dormir, sentir sin razón, dar sin devoluciones, entregarse sin perderse, llorar sin sufrir; ni que se podía herir sin intención.
Aún así, o quizá por eso, él la amaba.
Aún así, o quizá por eso, él la amaba.
martes, 2 de diciembre de 2014
Esperaba
Ella esperaba todas las noches debajo de las estrellas. Las luces de la ciudad le robaban la mayor parte del cielo, pero lo que le quedaba le alcanzaba para soñar. A una parte de su interior le parecía ridículo, pero por los libros sabía que cada una de esas lucecitas era millones de veces más grande que ella. ¿No es esa razón suficiente para asombrarse? Ella ni se lo preguntaba, simplemente se asombraba.
Ella esperaba por encima de los edificios de la ciudad, en la azotea del suyo, que estaba algo descuidada, y compartía algunas de sus manchas de polvo con su vestido. Pero eso no le molestaba, ella igual se recostaba, y esperaba. Sus pupilas eran el propulsor más efectivo jamás construido, y su mente era la más increíble y veloz nave con la que exploraba el universo.
Ella esperaba, sabía que de vez en cuando la atmósfera encendería en belleza alguna roca extraviada del cosmos. Pero no esperaba estrellas fugaces, esperaba otra cosa. De toda aquella oscuridad que rodea las luces pueden esperarse muchas más cosas.
Mientras esperaba, algunos sueños llegaban, y como la brisa, revoloteaban a su alrededor y luego seguían su camino, casi sin darse cuenta cuando un sueño se convertía en otro o una sutil ráfaga en otra.
Esperaba que el tiempo se detuviera, así no tendría que esperar más. Así no tendría que esperar que al mirar su reloj los números no hayan cambiado, y al levantarse su cuerpo permaneciera intacto, tal como estaba antes de acostarse, sin polvo, con el cabello acomodado, con la energía de la cena aún por usar.
Podía no mirar el reloj, podía no levantarse, podía alejarse de todas las demás personas, podía evitar cada una de las cosas que le recordaban el tiempo, pero no escapar, no podía apartarse del tiempo mismo, que le gritaba desde el titilar de las estrellas.
Ella esperaba, y se llevaba bien con el cielo porque quizá ambos eran iguales: tal vez él también esperaba, por ello se quedaba aparentemente quieto, pero se movía veloz e incansablemente. Nada menos quieto que el cielo. Y ella estaba aparentemente quieta, pero no podía evitar moverse, y mucho menos pensar. Nada menos quieto que ella.
¿Cómo guardar un poquito de brisa para recordarla después? ¿Cómo distinguir el recuerdo del pequeño soplo de hace cinco minutos de aquel que está soplando ahora? ¿Cómo hacer feliz a alguien en este mundo, donde la felicidad está por todas partes, casi como si fuera una obligación? Si es complicado convencer a alguien de algo que no está viendo, convencerlo de lo que sí está viendo lo es mucho más.
Llorar no soluciona nada, pero ayuda. Amar no salva al mundo, pero ayuda. Ella pensaba en esas contradicciones, y se confundía, mientras esperaba. Una sonrisa aparece cuando hay felicidad, pero la felicidad aparece cuando hay una sonrisa; entonces, ¿cuál es primero? ¿Por qué siempre algo tiene que ir primero y otro algo tiene que ir después? Ha de ser el tiempo otra vez, infiltrándose en mi mente, y en la de todas las personas.
Ella seguía pensando cosas como esa, y esperando.
No estamos solos en el mundo, pero nadie nos acompaña a la hora de irnos. Sin embargo, el momento más difícil de la vida no debe ser la muerte, ella sucede aunque esperemos que no lo haga; el momento más difícil debe ser la vida misma, tener que aceptarla así, tal como es, llena de muerte, llena de despedidas, llena de recuerdos, llena de tiempo.
Después de seguir pensando cosas como esa, la niña levanta su torso, porque no quiere serle infiel al cielo con sus párpados, no quiere irse de repente. Se despide como es debido, y baja de la azotea sabiendo que aunque ahora esté cansada y somnolienta, mañana, gracias al tiempo, podrá volver a esperar bajo las estrellas a que el tiempo desaparezca.
domingo, 16 de noviembre de 2014
Inmortalidad
La muerte es una de las cosas
que el humano más ha despreciado en la historia, porque parece quitarle el
sentido a todo lo que se puede llegar a ser y hacer en la vida; es decir, nada
evita que al final todos terminemos de la misma manera, nada nos salvará de la
desaparición. No importa si ayudaste a liberar una nación como Gandhi, si
vendiste millones de discos como Michael Jackson, si tus obras se siguen
leyendo milenios después como las de los trágicos griegos, o si encontraste a
la persona que más te maravillaba en este mundo y formaste la familia ideal,
terminarás igual que cada humano y ser de este universo…
Entonces, ¿para qué hacer
todo lo que hacemos? ¿para qué esforzarnos tanto si no hay una aparente salida
alternativa, sólo la muerte? Generalmente el humano busca una manera de que al
menos su nombre trascienda la vida de su cuerpo, y perdure más allá de la
muerte física. Es una manera simbólica de alcanzar la inmortalidad que al
parecer da a la vida más sentido. Muchos humanos alcanzan esa inmortalidad
dejando huellas en el mundo, ya sea en obras de arte, de ciencia, de afecto en
otras personas, de logros históricos, de decenas de otras maneras. Pero lo que
hace la mayoría no es lo que hacemos todos, y en algún momento debemos
preguntarnos: Yo, ¿cuándo me siento inmortal? ¿cómo me siento inmortal? (si es
que realmente nos interesa, claro).
En mi caso, no sé si sea
porque soy un perezoso, pero no me interesa dejar este mundo lleno de huellas
mías, o una sola huella de tamaño enorme; es más, me gusta pasar desapercibido,
suelo estar más cómodo en la oscuridad, suelo sentirme feliz no cuando
sobresalgo, sino cuando me siento parte del mundo, cuando soy sólo una pluma
más en el cuerpo del ave que despliega su hermoso vuelo en el cielo: si me
caigo, el ave ni lo notará, podrá continuar volando, pero igualmente habrá
perdido algo, y no será la misma. Por ello, esa inmortalidad que gran parte de
los humanos buscamos, no la encuentro en el hecho de que recuerden mi nombre o
mi rostro o mis acciones; yo me siento inmortal cuando estoy con personas que
me hacen sentirme así, o cuando estoy en lugares que me hacen sentir así, o
cuando hago algo que me hace sentir así. Me siento inmortal en esos momentos en
que el tiempo no importa, porque deja de existir, y en un mundo sin tiempo,
todo es inmortal. Me siento inmortal cuando estoy con mis amigos, con las
personas que amo; me siento inmortal cuando estoy recostado en el suelo viendo
el cielo, ya sea celeste o estrellado, y el viento recorre mi piel; me siento
inmortal cuando canto una canción, o cuando me la cantan. Cuando me sumerjo en
el mundo aparte que crean esas cosas, soy inmortal, y libre. No necesito que me
recuerden, necesito recordar, darme cuenta del lugar al que pertenezco.
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domingo, 8 de junio de 2014
Danza
Hoy fui por primera vez a ver una obra de danza. Nunca antes había tenido la experiencia de observar una puesta en escena profesional, en un lugar propiamente (al menos en parte) preparado para ello, con personas propiamente preparadas para ello. Siempre detesté la danza; supongo que nunca la entendí. Este año, al ingresar a la facultad, una de mis profesoras de una cátedra llamada Lenguaje Corporal I: Danza, me hizo entenderla, más o menos, por supuesto. Realmente la odiaba, detestaba la danza, y me parecía una total pérdida de tiempo, pero ahora, puedo decir que me encanta, y aunque seguramente nunca la entenderé tanto como los bailarines o como un público más preparado, me fascina, y la veo como uno de los logros más hermosos de la humanidad.
El momento de ingresar a la sala, con luz tenue y cálida, asientos espaciosos y organizados en hileras, escaleras hacia un palco muy por encima del escenario, un gran telón cayendo con todos su pliegues, estático e imponente, pero suave, fue distinto a cualquier otra sensación anterior. Al entrar a un cine se siente algo especial que nunca, jamás podré describir, y con esto sucede igual, pero de una manera más intensa, mucho más intensa, y con otras diferencias, igualmente inexplicables para mí. Pero puedo decir que estas distinciones se dan por el hecho de que lo que estás a punto de ver no es una pantalla, no es una mentira lumínica cayendo sobre una tela, son cuerpo reales, moviéndose, palpitando, saltando, sintiendo, respirando, todo justo frente a tus ojos, frente a tu propio cuerpo. Cualquiera puede creer que no (yo pensaba que sí sería algo distinto, pero que no lo sería tanto), pero la diferencia entre ver danza a través de una pantalla y ver danza en vivo es abismal, ridícula, hay una distancia tal entre ambas cosas, que podría decir que ver danza a través de televisión o video es sólo eso, verla, pero presenciarla en vivo, es vivirla, incluso si tu cuerpo permanece estático, incluso si tu cuerpo no es el del bailarín. Vaya, de seguro soy incapaz de imaginarme la intensidad, la cantidad y brutalidad de los sentimientos y las sensaciones que logran los propios bailarines.
Pero si al entrar al lugar y acomodarme en mi asiento todo era distinto a todo lo vivido antes, al momento en que el telón se arrinconó a los costados, conocí un mundo nuevo. La tridimensionalidad del escenario, la profundidad de su suelo extendiéndose hacia atrás, hace que te sumerjas en él, hace que te sientas pequeño, hace que te sientas parte. En ese momento, sentí deseos de llorar. Realmente me conmovió, me llenó de sensaciones, de sentimientos. Ese impacto visual de la profundidad del escenario y la especial iluminación y los especiales colores no era sólo un efecto físico, estaban llenos de expresividad, estaban gritando sentimientos, y era imposible no oírlos.
El momento de ingresar a la sala, con luz tenue y cálida, asientos espaciosos y organizados en hileras, escaleras hacia un palco muy por encima del escenario, un gran telón cayendo con todos su pliegues, estático e imponente, pero suave, fue distinto a cualquier otra sensación anterior. Al entrar a un cine se siente algo especial que nunca, jamás podré describir, y con esto sucede igual, pero de una manera más intensa, mucho más intensa, y con otras diferencias, igualmente inexplicables para mí. Pero puedo decir que estas distinciones se dan por el hecho de que lo que estás a punto de ver no es una pantalla, no es una mentira lumínica cayendo sobre una tela, son cuerpo reales, moviéndose, palpitando, saltando, sintiendo, respirando, todo justo frente a tus ojos, frente a tu propio cuerpo. Cualquiera puede creer que no (yo pensaba que sí sería algo distinto, pero que no lo sería tanto), pero la diferencia entre ver danza a través de una pantalla y ver danza en vivo es abismal, ridícula, hay una distancia tal entre ambas cosas, que podría decir que ver danza a través de televisión o video es sólo eso, verla, pero presenciarla en vivo, es vivirla, incluso si tu cuerpo permanece estático, incluso si tu cuerpo no es el del bailarín. Vaya, de seguro soy incapaz de imaginarme la intensidad, la cantidad y brutalidad de los sentimientos y las sensaciones que logran los propios bailarines.
Pero si al entrar al lugar y acomodarme en mi asiento todo era distinto a todo lo vivido antes, al momento en que el telón se arrinconó a los costados, conocí un mundo nuevo. La tridimensionalidad del escenario, la profundidad de su suelo extendiéndose hacia atrás, hace que te sumerjas en él, hace que te sientas pequeño, hace que te sientas parte. En ese momento, sentí deseos de llorar. Realmente me conmovió, me llenó de sensaciones, de sentimientos. Ese impacto visual de la profundidad del escenario y la especial iluminación y los especiales colores no era sólo un efecto físico, estaban llenos de expresividad, estaban gritando sentimientos, y era imposible no oírlos.
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miércoles, 16 de abril de 2014
Paso
Cuando voy caminando por la calle y me encuentro con una
persona, por ejemplo, sin piernas, acomodada en un rincón tan sucio como su
cuerpo, esperando recibir alguna limosna (ayuda efímera que no sirve para
solucionar el problema, sino para maquillarlo durante un tiempo mínimo), tengo
sensaciones encontradas: por un lado, siento que lo humillo, con mis posesiones
materiales que tanta comodidad me dan, con mis piernas que tan bien andan; pero
por otro lado, me siento humillado yo, porque recuerdo algunas personas cuyas
historias conocí en algún libro, en algún programa de televisión o alguna
página de Internet, que sin tener piernas, hicieron muchas más cosas que yo, y
pienso “este tipo tiene más posibilidades de humillarme, más posibilidades de hacerme
sentir menos, de las que yo tengo de hacerlo sentir menos a él”. Y paso,
simplemente paso caminando, sin mirarlo.
domingo, 13 de abril de 2014
Escasez
La escasez de filosofía en los colegios forma individuos
simplistas y materialistas; la escasez de psicología, individuos egocéntricos y
débiles; la escasez de artes, individuos insensibles e inexpresivos.
Digo “simplistas” porque son incapaces de detenerse un
momento a pensar en algo más allá de las cosas, en su esencia, y se limitan a
lo que pueden ver, a lo que su percepción física les muestra, y debido a eso,
también terminan siendo “materialistas”, porque creen que detrás de las
apariencias y lo concreto no se oculta ninguna otra cosa. De alguna manera,
viven en un mundo de carcazas.
La psicología da muchas respuestas a cosas de ti mismo que
parecían verdaderos misterios, pero en realidad son procesos muy comunes en la
mayor parte de las cabezas humanas; así que, sin acceso a ella, uno termina
creyendo que sus complejos o cuestiones son cosas “de otro mundo”,
verdaderamente “únicas”, incomprensibles para el resto de las personas, y eso
genera un notable “egocentrismo”. Y en cuanto a lo de la “debilidad”, me
refiero al capricho que genera ese egocentrismo, y la incapacidad de comprender
aspectos básicos de la realidad, la cual termina haciendo que las personas se
sientan “víctimas” en un mundo que no los entiende o no los acepta.
La “insensibilidad” está relacionada con el materialismo, y
con el hecho de que parece no interesar el otro, lo que siente, lo que dice, lo
que piensa. Por lo tanto, también está íntimamente relacionado con el
egocentrismo, pero es intensificada por la ausencia de artes, ya que estas son
un medio de comunicación y comprensión muy eficaz entre las personas. Pero la
falta de sensibilidad no significa falta de sentimientos, aunque sí falta de
expresividad, por lo que se termina siendo “inexpresivo”, ya sea por decisión
propia, por suponer que a los demás no les interesa mi interior o pensar que
jamás podrían comprenderlo, o por incapacidad, por miedo, por no atreverse o no
saber cómo sacar eso que llevamos adentro.
jueves, 20 de marzo de 2014
Angustia. Tristeza.
A veces miro mi cuerpo, y observo su madura juventud con tristeza, o tal vez con melancolía. Pero esta melancolía no viene del pasado, sino que nace de lo que vendrá, y de lo que podría venir. Miro mi cuerpo y me siento un viejo con el disfraz de un joven, no porque sienta que desperdicié mi adolescencia o que estoy desperdiciando mi juventud, mucho menos mi niñez (no tuve la vida más emocionante de todas, ni viví aventuras dignas de ser contadas, pero no me arrepiento de la manera en que viví, porque la disfruté, y mucho); me siento así porque estoy cansado. Estoy cansado de mis pensamientos, de mi reflexión, de mi capacidad de distanciarme emocionalmente de las cosas y lograr una postura completamente objetiva que termina destruyendo mis esperanzas de encontrar algún resto de genuina calidez o amor en las personas que me rodean; pero hablando más correctamente, no me arrepiento de mis pensamientos, al contrario, me siento muy satisfecho con ellos, pero lo que sucede es que esta tristeza que siento puede acabar de dos maneras: una, cambiando la realidad del mundo, o dos, dejando de pensar; sin lugar a dudas, dejar de pensar resulta mucho más fácil, porque el cambio necesario para solucionar el problema de egoísmo indiferente en este mundo es de una escala que sobrepasa la capacidad de una e incluso de miles de personas. Mis pensamientos no tienen la culpa, sólo es más sencillo culparlos a ellos. Y deteniéndome a pensar más, creo que ni siquiera estoy cansado del insalubre nivel de egoísmo de la mayoría de mis compañeros de especie, creo que eso ni siquiera me importaría si pudiera ser capaz de encontrar en mí aunque sea un grano de verdadero amor, o generosidad, o incluso, al menos odio o desprecio, porque simplemente parece no importarme ni la felicidad ni la desgracia ajena, parece que soy incapaz de percibirlas o de compartirlas. Creo que lo único que puedo sentir realmente es la tristeza, la tristeza de no poder sentir: a veces, me encuentro a mí mismo haciendo fuerza para llorar, haciendo fuerza para sufrir, como queriendo forzarme a mí mismo a sentir algo que en realidad no siento, y termino llorando, no porque haya logrado sentir eso que buscaba, sino justamente porque me derrumbo al no lograr sentirlo. La verdad, no me importa un carajo si las personas no son capaces de notar el dolor ajeno, de preocuparse por el malestar de su par y extenderle una mano para sacarlo de la angustia; no me importa si sólo se preocupan por cuidar su propio culo, haciendo que eso signifique perjudicar al del otro si es necesario; no me importa si tratan a sus supuestos seres queridos como meras máquinas succionadoras de soledad o como fuentes de placer físico; no me importa si se hacen las víctimas y se preguntan con lágrimas en los ojos qué hicieron para merecer que “la vida los trate así”; lo único que me importa, lo único que me duele realmente, es tener la certeza de que yo también soy así.
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sábado, 8 de marzo de 2014
En Medio de las Mentiras
Caminaba por la ciudad. El sitio al que iba estaba cerrado, y regresaba pensando en que había sido un desperdicio caminar hasta ahí con las piernas doloridas, a pesar de que luego me sentí triste cuando vi el edificio en el que vivía. No quería regresar. Quería caminar más, quería alejarme más, pero tampoco quería hacerlo en realidad. Quería algo más en ese momento.
Vi cuatro grandes árboles que se estiraban más allá de los techos de las casas, y allá arriba, en lo alto, sus ramas se abalanzaban sobre las sumisas ramas de las plantas al otro lado de la calle, encerrando al asfalto en sombra. De sus altos, gruesos y rugosos troncos, colgaban interminables filamentos verdes y húmedos que intentaban tocar el suelo, quedando algunos mucho más cerca que otros, aunque todos parecían ser una sola cosa.
Vi aquello, y pensé “es como un vestigio de la selva aquí en la mierda, en la ciudad”. Pensé en cuánto nos hemos alejado las personas de nuestra verdadera naturaleza, y supuse que el estrés y la infelicidad era el precio más caro que debíamos pagar por haber hecho eso. Sentí deseos de llorar; realmente quise llorar, pero al final no pude hacerlo, al final ganó la frialdad. Entonces me imaginé que, muy posiblemente, dentro de nosotros hay un impulso (más intenso en algunas personas y menos en otras) por volver a lo natural, a nuestra esencia, a esa célula madre alrededor de la cual se reprodujeron todas aquellas que salieron de ella, y que hoy está cubierta por siglos y siglos de actividades, palabras, sentimientos, mentiras.
Vi cuatro grandes árboles que se estiraban más allá de los techos de las casas, y allá arriba, en lo alto, sus ramas se abalanzaban sobre las sumisas ramas de las plantas al otro lado de la calle, encerrando al asfalto en sombra. De sus altos, gruesos y rugosos troncos, colgaban interminables filamentos verdes y húmedos que intentaban tocar el suelo, quedando algunos mucho más cerca que otros, aunque todos parecían ser una sola cosa.
Vi aquello, y pensé “es como un vestigio de la selva aquí en la mierda, en la ciudad”. Pensé en cuánto nos hemos alejado las personas de nuestra verdadera naturaleza, y supuse que el estrés y la infelicidad era el precio más caro que debíamos pagar por haber hecho eso. Sentí deseos de llorar; realmente quise llorar, pero al final no pude hacerlo, al final ganó la frialdad. Entonces me imaginé que, muy posiblemente, dentro de nosotros hay un impulso (más intenso en algunas personas y menos en otras) por volver a lo natural, a nuestra esencia, a esa célula madre alrededor de la cual se reprodujeron todas aquellas que salieron de ella, y que hoy está cubierta por siglos y siglos de actividades, palabras, sentimientos, mentiras.
sábado, 21 de diciembre de 2013
Ideales. Personas. Pensamientos. Sentimientos. Deseos. Sentimientos Otra Vez.
Si mis ideales me alejan de
las personas que más quiero, ¿qué debería pensar? ¿Debería reconsiderar mis
ideales y suprimirlos, o cambiarlos por otros para ser más compatible con esas
personas que podrían alejarse? ¿O debería pensar que simplemente mis
sentimientos no son correspondidos, y si no me aceptan como soy, aunque los
quiera, en realidad esas personas no son las adecuadas para mí? Ambas opciones
son dolorosas, ambas destruyen una parte importante de mí, pero a veces no hay
opciones cómodas o fáciles, y las cosas deben ser como deben ser, y ya.
Una característica mía
siempre fue la de ser un “desligado”, tanto con las cosas como con las
personas, y me adaptaba rápida y fácilmente a las ausencias, lo suficiente
incluso como para creer que ni siquiera tenía sentimientos. Ahora me duele
alejarme de alguien que aprecio tanto; me duele saber que no puedo hablarle
más, que no puedo escucharla, que no puedo compartir más nada con ella, que
simplemente dejamos de ser lo que éramos, que convertimos todo lo nuestro en
simples e intangibles recuerdos.
Siempre me molestó no sentir
eso, siempre deseé eso de tener la sensación de que realmente necesitas a la
otra persona, porque me parecía una prueba irrefutable de la existencia de
sentimientos en tu ser, y ahora, como el típico tonto que quiere lo que no
tiene, me arrepiento de haberlo deseado, de haberlo buscado, y de haberlo
encontrado. Siempre pensé más de lo que sentí, pero ahora es como si casi no
pensara, como si me hubiese dejado llevar totalmente por los sentimientos, y
ahora estoy a la deriva.
Ahora es como si naufragara
entre sentimientos, pero antes he naufragado en pensamientos, y ciertamente
ambos naufragios son angustiantes, pero prefiero este, porque es más hermoso.
Ya me cansé de pensar. Sí, hace tiempo que me cansé de pensar; era este
sufrimiento tan ilógico e irracional lo que estaba buscando, un sufrimiento poco
civilizado y más humano, porque es más salvaje, más puro, más genuino, no está
calculado. Todo esto es algo nuevo para mí, algo que antes creía inalcanzable,
y aunque suene contradictorio (porque tal vez así lo sea), lo estoy
disfrutando, porque si bien duele, no deja espacios vacíos, como sí lo hace el pensamiento,
que todo el tiempo está haciendo preguntas, y luego más preguntas acerca de las
preguntas anteriores y sus respuestas.
Pero regresando, ¿qué debo
hacer con esas personas que quiero y mis ideales alejan? ¿Qué debo hacer con
esos ideales que alejan a esas personas que quiero? Mis ideales son de las
cosas en las que más confío, me dan mucha seguridad, e incluso estoy orgulloso
de ellos, porque creo que son un equilibrio entre el pensamiento y los
sentimientos, y no es cosa fácil encontrar el equilibrio, el punto medio entre
los extremos, principalmente para personas como yo. Y las personas que quiero
son las que hacen más interesante mi vida, las que le dan esperanza, ilusiones,
las que me salvan de la locura de la soledad, en el sentido negativo de la
palabra.
¿Por qué siempre hay que
elegir? ¿Por qué siempre las cosas tienen que ser como tienen que ser? Tal vez
lo más emocionante de esta vida sea luchar para que las cosas sean diferentes a
como se supone que tienen que ser; tal vez la solución es ser caprichosos y
buscar que el mundo sea el mundo que nosotros queremos; tal vez lo más
asombroso y hermoso no son las cosas que nos han dado o que nos encontramos en
este mundo, sino las que hemos transformado, a gusto o disgusto…
jueves, 5 de diciembre de 2013
Lo Intento
Usted está poseída. Poseída por las cosas que cree poseer,
por su necesidad de poseerlas, por su miedo a dejar de poseerlas y tener que
ver la vida cara a cara, desnuda, pura. Está poseída por el miedo al futuro y a
sus inciertas y malas posibilidades, por el miedo a las enfermedades que no
tiene, a los males que no la acosan. Está poseída por todas esas mentiras que
alguna vez uno o varios tontos nos hicieron creer.
Yo, en cambio, prefiero andar ligero, para no sobrepasar
mis capacidades y poder controlarme, para poseerme, porque sólo si me poseo
puedo entregarme (“uno no puede dar lo que no tiene”), y en la entrega está la
felicidad, aunque los insalubremente egoístas, los engañados, no puedan o no
quieran creerlo.
Si me poseo, puedo entregarme a todas aquellas cosas y
personas que me hacen bien, que amo, que me protegerán a mí y a mi felicidad,
con las que quiero compartir y compartirme.
Sólo si me poseo puedo entregarme a la calidez de la luz
del Sol, a la frescura de la brisa, a la suavidad de una mano, o a la ternura
de cualquier otra caricia; sólo si me poseo puedo entregarme a la compañía de
un amigo; sólo si me poseo puedo entregarme a la belleza del arte, de la
naturaleza, a la sublimidad de la música, al encanto del vuelo de las aves, a
la inmensidad del cielo, al sostén de la tierra y la hierba, a la
majestuosidad, la magia, los milagros, la realidad que nos rodea en todo
momento; sólo si me poseo puedo recibir y proteger todo lo que los demás deseen
entregarme.
Y no se engañe otra vez, usted no se ha entregado a todas
esas cosas que tiene (al menos no conscientemente), porque no las ama, sino que
las necesita, y por eso las tiene, porque le mintieron que las necesitaba, y
usted lo creyó, quizá porque consideraba que era más fácil y cómodo tomar estas
cosas en lugar de salir en búsqueda de las que ama (o esa quizá es otra de las
mentiras que le hicieron creer), o simplemente porque estaba algo distraída, y
ahora sólo necesita sentarse a pensar un poco mejor las cosas.
No se preocupe por abarcarlo todo, por asegurarse un futuro
que alguna vez quizá podría llegar, porque lo único que realmente puede poseer
es este mismo instante (el único que existe, pues los demás son en realidad
recuerdos o meras suposiciones), sus pensamientos, sus sentimientos, y sus sensaciones…
Eso es todo lo que el Universo le da, lo que nos ofrece a todos (parece poco, y
quien sabe, quizá lo es, pero es lo más hermoso, y por ello, lo más valioso y
lo más importante), pero está en usted aceptarlo, tomarlo y disfrutarlo, o
ignorarlo y dejarlo ir, intentando cambiarlo por algo más, algo que existe,
pero que no es real...
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martes, 19 de noviembre de 2013
No Quiero Olvidar
¿Qué será de nosotros si no existe más? Sé que es una
postura egoísta, pero me parece horrible la idea de que la muerte, a pesar de
ser sólo una parte del círculo elemental de la vida (que es movimiento,
cambio), sea un definitivo final para nuestra individualidad; es horrible la
idea de que no haya algo más, y tras la muerte simplemente dejemos de existir, o nos fundamos en algo que carece de
divisiones, y perdamos nuestra patéticamente diminuta y confundida personalidad
(que a pesar de eso resulta extremadamente hermosa y satisfactoria) para formar
parte de algo más universal.
Si morir es cambiar, no tengo
problemas con eso, pero si morir es dejar de existir o renunciar totalmente a la individualidad, no quiero hacerlo jamás (porque sin dudas es hermoso sentirse anónimo, parte
de todo, pero quiero hacerlo sabiendo también acerca de mis diferencias con lo
demás; necesito la diversidad, que no es división, sino cambio; si todo y todos
somos lo mismo, no hay cambio, por lo que no habría vida, y la existencia sería
demasiado triste, sería muerta). Todo
lo que he sido, lo que conocí, lo que recibí, ha quedado recolectado en forma
de recuerdos dentro de mí, y por algunos de ellos no me preocupo, a algunos ni
siquiera los quiero, pero otros son hermosos, y además de amarlos, los
necesito. No quiero que desaparezcan, así como desaparecieron del presente las
situaciones, los sonidos, las fragancias, las sensaciones, y las personas con
las que están construidos.Quiero ser esto que moldearon los pensamientos de mi propio cerebro, mis experiencias, mis viajes, mis errores, mis aciertos, mis miedos, mis alegrías, mis conocidos, mis amigos, el amor que di y el amor que he recibido… Y aunque use adjetivos posesivos para referirme a todas estas cosas (aunque me parece feo tener que llamarlas “cosas”), ninguna me pertenece, porque yo soy mi única pertenencia, ni siquiera soy lo que hago, y de hecho ni sé muy bien qué es lo que soy, o mejor dicho dónde está eso que soy, pero soy lo que todo eso ha construido a lo largo de los años, y seguirá construyendo, y destruyendo también, porque de eso se trata, del cambio, de la recomposición.
viernes, 8 de noviembre de 2013
Si Me Voy Pronto
Por si me voy pronto, toma mi mano y sostenla mientras los grillos empiezan a llorar las primeras estrella.
Por si me voy pronto, dime lo que estás pensando, lo que sientes cuando mis ojos le piden cobijo a los tuyos y mis dedos se refugian entre los tuyos para escapar de la paranoia y la incredulidad.
Por si me voy pronto, descansa tu cabeza en mi hombro, tus labios en mi mejilla, y hazme saber que valió pena venir aquí, porque todas las heridas se convertirán en calma blanca cuando pases por mí.
Por si me voy pronto, destruye tus secretos en mis oídos, para volver a reconstruirlos juntos y que no pesen tanto dentro de tu pecho.
Por si me voy pronto, lléname de tu voz, cántame la canción que tanto conocemos, susúrrame la paz, cuéntame la felicidad, conviérteme en un simple oyente maravillado por la belleza.
Por si me voy pronto, acércate y déjame ver tu rostro, la humedad de tus ojos arrastrándose lentamente por tus párpados pero sin llegar a tus pestañas, las líneas de tus labios oscureciendo el rosa, los lunares decorando tus mejillas y tu cuello, tu pecho elevándose durante las inhalaciones y relajándose al suspirar, los dedos de tus pies jugando con la casualidad de hacer algo sin siquiera darte cuenta.
Por si me voy pronto, escucha todo lo que tengo que decirte, incluido lo que preferiría que no supieras, e intenta comprenderlo, porque la forma de mis pensamientos y mis sentimientos se amputa y se contamina con lo concreto de las palabras, y tal vez también con lo abstracto de los miedos.
Por si me voy pronto, acompáñame esta noche, regálame un insomnio dulce, un sueño real que me quite la necesidad de dormir, que esté a mi lado al abrir los ojos, que pueda sentirse al rozar mi piel y al mecerse por el aire.
Por si me voy pronto, abrázame, deshazme entre tus brazos y llévame a ti, quiero pasar ahí el resto de mi tiempo.
Por si me voy pronto, hablemos, charlemos de lo que sea, riamos, miénteme tonterías, inventa cursilerías, y escucha las mías, juguemos.
Por si me voy pronto, no pienses en el pasado, no te pido que perdones mis errores, concédeme el presente para no volver a tener la necesidad y la tentación de disculparme.
Por si me voy pronto, no hace falta que me ames, sólo te pido que aceptes todo mi amor, porque no quiero llevármelo conmigo, quiero dejarlo aquí, donde pertenece, contigo.
Por si me voy pronto, sonríeme y hazme saber que en realidad sólo estoy loco al decir todo esto, porque jamás podrías permitirme partir...
Por si me voy pronto, dime lo que estás pensando, lo que sientes cuando mis ojos le piden cobijo a los tuyos y mis dedos se refugian entre los tuyos para escapar de la paranoia y la incredulidad.
Por si me voy pronto, descansa tu cabeza en mi hombro, tus labios en mi mejilla, y hazme saber que valió pena venir aquí, porque todas las heridas se convertirán en calma blanca cuando pases por mí.
Por si me voy pronto, destruye tus secretos en mis oídos, para volver a reconstruirlos juntos y que no pesen tanto dentro de tu pecho.
Por si me voy pronto, lléname de tu voz, cántame la canción que tanto conocemos, susúrrame la paz, cuéntame la felicidad, conviérteme en un simple oyente maravillado por la belleza.
Por si me voy pronto, acércate y déjame ver tu rostro, la humedad de tus ojos arrastrándose lentamente por tus párpados pero sin llegar a tus pestañas, las líneas de tus labios oscureciendo el rosa, los lunares decorando tus mejillas y tu cuello, tu pecho elevándose durante las inhalaciones y relajándose al suspirar, los dedos de tus pies jugando con la casualidad de hacer algo sin siquiera darte cuenta.
Por si me voy pronto, escucha todo lo que tengo que decirte, incluido lo que preferiría que no supieras, e intenta comprenderlo, porque la forma de mis pensamientos y mis sentimientos se amputa y se contamina con lo concreto de las palabras, y tal vez también con lo abstracto de los miedos.
Por si me voy pronto, acompáñame esta noche, regálame un insomnio dulce, un sueño real que me quite la necesidad de dormir, que esté a mi lado al abrir los ojos, que pueda sentirse al rozar mi piel y al mecerse por el aire.
Por si me voy pronto, abrázame, deshazme entre tus brazos y llévame a ti, quiero pasar ahí el resto de mi tiempo.
Por si me voy pronto, hablemos, charlemos de lo que sea, riamos, miénteme tonterías, inventa cursilerías, y escucha las mías, juguemos.
Por si me voy pronto, no pienses en el pasado, no te pido que perdones mis errores, concédeme el presente para no volver a tener la necesidad y la tentación de disculparme.
Por si me voy pronto, no hace falta que me ames, sólo te pido que aceptes todo mi amor, porque no quiero llevármelo conmigo, quiero dejarlo aquí, donde pertenece, contigo.
Por si me voy pronto, sonríeme y hazme saber que en realidad sólo estoy loco al decir todo esto, porque jamás podrías permitirme partir...
viernes, 1 de noviembre de 2013
Tratarnos Bien
Voy a concederme el capricho de escribir las siguientes palabras con la soberbia de creer que son la verdad universal de esta realidad, porque necesito hacerlo de esa manera para sacar de mí algunas pesas agobiantes.
No tenemos ni la más cercana idea de cuán sensible es una persona, de cuán frágil es su mente, y de cuánto pueden vulnerar a su estado de ánimo los factores externos. Y no importa si esto es así por causas hormonales, por procesos físicos, químicos o fisiológicos en nuestro cuerpo, por un creador que así lo quiso, la cuestión es que es así, y por eso, lo que debería ser lo verdaderamente importante es el intentar no dañarlas, no dañarnos.
¿Cómo nos tratamos entre las personas? Creo que ahí radica el verdadero problema de la humanidad, esa es la raíz de todo. ¿Cómo pretender convencer a alguien de cuidar a los otros animales o al medio ambiente, si ni siquiera se preocupa por los que considera sus pares más cercanos, o incluso tampoco por sí mismo?
No conocemos a las otras personas, porque alrededor de cada una de sus palabras, de sus acciones, de sus gestos, de sus creencias, hay toda una red de cadenas de experiencias, de recuerdos que fueron acumulándose a lo largo de toda su vida, y que además fueron construyéndose según la propia manera de reflexionar de cada uno. Por eso jamás podremos comprender qué pasa en la mente de los demás, o por qué, o cómo. Debido a esa incomprensión es que debemos ser cuidadosos, porque no sabemos qué mínima palabra, expresión o gesto que llevemos acabo podría anudar o desanudar de manera peligrosa esas cadenas de pensamientos, así como también podría hacerlo de manera beneficiosa. Los sentimientos dependen mucho de esos pensamientos, y la salud depende mucho de los sentimientos. Creo que cosas como los gritos, los comentarios sarcásticos o burlones, y las verdades en estado bruto son las maneras más peligrosas de tratar a alguien. Cualquier falta de respeto también es peligrosa.
Cariño. Suavidad. ¿Qué tanto nos cuesta comprender esas palabras, y el impacto que podrían tener en el mundo, en las personas que nos rodean, si llenáramos nuestras acciones con ellas? Ni nos imaginamos cuánto más llevadero podemos hacer el día de alguien con una simple sonrisa al cruzarlo en la calle, o con un pequeño cumplido (siempre sincero) o reconocimiento a cualquier virtud que demuestre, por pequeña que sea. A veces las personas hacen muchas cosas buenas o bien, y que alguien se los reconozca es como darle un poco de energía nueva para que continúen así, o incluso para que mejoren; muchos pueden rendirse si ven que nadie parece darse cuenta de lo que hacen, porque así reciben la sensación de que no están haciendo nada útil.
No estoy hablando de alabanzas y adulaciones, sino de respeto, amabilidad, y sinceridad. Si pensamos algo bueno de alguien, si alguien significa algo para nosotros, ¿por qué no hacérselo saber? Tal vez no lo necesite, pero tal vez sí, y tal vez no le importe, pero tal vez le haga bien, y fuese como fuese, de cualquier manera sí nos haría sentir bien a nosotros expresarlo.
Tratarnos bien. Intentar no lastimarnos, o lastimarnos lo menos posible. ¿Tan difícil es? Realmente sí. Quizá no estemos preparados para actuar de esa manera, pero aún si nuestro cuerpo y nuestra mente estuvieran diseñados para sobrevivir sin importar la supervivencia del otro, ¿por qué no cambiar eso? ¿Dónde está el libre albedrío del que tanto nos enorgullecemos si en realidad nunca contradecimos a la naturaleza? Quizá tratándonos bien no necesitemos muchas otras cosas, y la ciega avaricia que gobierna a tantas personas hoy no nos llenaría de problemas a nivel mundial.
Yo no sé lo que piensan los demás, pero aún si somos sólo dos o tres "tontos" los que queremos vivir así, aún si soy yo el único "idiota" que quiere dejar la menor cantidad de "mierda" posible al pasar por este mundo, voy a esforzarme por lograrlo, porque quisiera que este mundo fuera un sitio mejor, y esa es mi manera de transformarlo, o en otras palabras, mi patético "granito de arena" para intentar mantener satisfecha a mi conciencia.
No tenemos ni la más cercana idea de cuán sensible es una persona, de cuán frágil es su mente, y de cuánto pueden vulnerar a su estado de ánimo los factores externos. Y no importa si esto es así por causas hormonales, por procesos físicos, químicos o fisiológicos en nuestro cuerpo, por un creador que así lo quiso, la cuestión es que es así, y por eso, lo que debería ser lo verdaderamente importante es el intentar no dañarlas, no dañarnos.
¿Cómo nos tratamos entre las personas? Creo que ahí radica el verdadero problema de la humanidad, esa es la raíz de todo. ¿Cómo pretender convencer a alguien de cuidar a los otros animales o al medio ambiente, si ni siquiera se preocupa por los que considera sus pares más cercanos, o incluso tampoco por sí mismo?
No conocemos a las otras personas, porque alrededor de cada una de sus palabras, de sus acciones, de sus gestos, de sus creencias, hay toda una red de cadenas de experiencias, de recuerdos que fueron acumulándose a lo largo de toda su vida, y que además fueron construyéndose según la propia manera de reflexionar de cada uno. Por eso jamás podremos comprender qué pasa en la mente de los demás, o por qué, o cómo. Debido a esa incomprensión es que debemos ser cuidadosos, porque no sabemos qué mínima palabra, expresión o gesto que llevemos acabo podría anudar o desanudar de manera peligrosa esas cadenas de pensamientos, así como también podría hacerlo de manera beneficiosa. Los sentimientos dependen mucho de esos pensamientos, y la salud depende mucho de los sentimientos. Creo que cosas como los gritos, los comentarios sarcásticos o burlones, y las verdades en estado bruto son las maneras más peligrosas de tratar a alguien. Cualquier falta de respeto también es peligrosa.
Cariño. Suavidad. ¿Qué tanto nos cuesta comprender esas palabras, y el impacto que podrían tener en el mundo, en las personas que nos rodean, si llenáramos nuestras acciones con ellas? Ni nos imaginamos cuánto más llevadero podemos hacer el día de alguien con una simple sonrisa al cruzarlo en la calle, o con un pequeño cumplido (siempre sincero) o reconocimiento a cualquier virtud que demuestre, por pequeña que sea. A veces las personas hacen muchas cosas buenas o bien, y que alguien se los reconozca es como darle un poco de energía nueva para que continúen así, o incluso para que mejoren; muchos pueden rendirse si ven que nadie parece darse cuenta de lo que hacen, porque así reciben la sensación de que no están haciendo nada útil.
No estoy hablando de alabanzas y adulaciones, sino de respeto, amabilidad, y sinceridad. Si pensamos algo bueno de alguien, si alguien significa algo para nosotros, ¿por qué no hacérselo saber? Tal vez no lo necesite, pero tal vez sí, y tal vez no le importe, pero tal vez le haga bien, y fuese como fuese, de cualquier manera sí nos haría sentir bien a nosotros expresarlo.
Tratarnos bien. Intentar no lastimarnos, o lastimarnos lo menos posible. ¿Tan difícil es? Realmente sí. Quizá no estemos preparados para actuar de esa manera, pero aún si nuestro cuerpo y nuestra mente estuvieran diseñados para sobrevivir sin importar la supervivencia del otro, ¿por qué no cambiar eso? ¿Dónde está el libre albedrío del que tanto nos enorgullecemos si en realidad nunca contradecimos a la naturaleza? Quizá tratándonos bien no necesitemos muchas otras cosas, y la ciega avaricia que gobierna a tantas personas hoy no nos llenaría de problemas a nivel mundial.
Yo no sé lo que piensan los demás, pero aún si somos sólo dos o tres "tontos" los que queremos vivir así, aún si soy yo el único "idiota" que quiere dejar la menor cantidad de "mierda" posible al pasar por este mundo, voy a esforzarme por lograrlo, porque quisiera que este mundo fuera un sitio mejor, y esa es mi manera de transformarlo, o en otras palabras, mi patético "granito de arena" para intentar mantener satisfecha a mi conciencia.
sábado, 26 de octubre de 2013
Quiero Pedirte Algo
Ahora que estás aquí, a algunos centímetros frente a mí, con tus ojos distraídos absorbiendo mi mirada hasta el punto de desligarme de este mundo en el que estoy (o eso parece), mientras reflejan las nubes grises más allá del vidrio, e incluso la fría carretera por la que pasan los vehículos y sus ruidosas ráfagas, quiero pedirte algo, algo que necesito, quizá el algo que más necesito, y es que me lleves. No sé si es cerca, si es lejos, si es complicado llegar o si es imposible, pero quiero intentarlo. Llévame donde el viento pueda arrastrar hasta mí ese aroma que se esconde en tu cuello, bajo tu cabello; donde tus manos alcancen las mías y las aprieten con fuerza, como prohibiéndome cualquier intento de partir; donde tu voz flote en el aire para que el silencio no me aturda y el escándalo no me altere, formando las palabras de paz y ternura más convincentes del mundo, irrefutables; donde al cerrar los ojos pueda seguir viéndote, reconstruyendo en mi imaginación cada uno de tus encantos y de tus lindas imperfecciones mientras siento el calor que viene directamente desde ti cuando le muestras tu piel a mi piel; donde tu respiración renueve y oxigene también mi propia sangre al ingresar por mis oídos; donde pueda ver el mundo que queda atrapado en la humedad de tus ojos para luego escapar con la forma del brillo que más me gusta; donde pueda hablarte sin tener que desconfiar de si la luna te hace llegar o no mis palabras, o más importante, mis sentimientos; llévame a ese lugar hermoso que a veces es el mismo y a veces es distinto, pero siempre está a tu alrededor, recibiendo la bendición de tu compañía; llévame a donde estás o a donde quieras ir; llévame a donde vayas; llévame contigo.
Por favor.
Por favor.
sábado, 5 de octubre de 2013
Muerte
Vi una vez más a la muerte justo en frente de mí,
burlándose de mi incapacidad, a través de la cual me inyectaba una alta dosis
de impotencia. Se dejaba tocar mansamente, porque sabía que en realidad era
inalcanzable, y mi mano jamás lograría rozar su verdadera identidad. En ese
momento, tenía la forma de un simple saco de piel y huesos cubierto de pelos,
cuya única señal de vida era el sufrimiento. Sí, ya había desplazado casi por
completo a la vida de aquel cuerpo que aún parecía con intenciones de luchar,
pues su biología estaba preparada para ello, para intentar mantenerse en
funcionamiento hasta que ya fuese incapaz de producir hasta el más
insignificante de los yoctovoltios. Un poco de inercia eléctrica era lo único
que la mantenía aferrada al malestar de la existencia.
Su único deseo era no estar sola. Tal vez no quería
irse. Tal vez quería que alguien la detuviera. Tal vez quería que alguien la
acompañara. Pero la vida y la muerte son cosas demasiado estrechas, donde,
siempre, hay lugar sólo para uno.
Me pregunto si está bien llamar “muerte” a esos
instantes finales en el que uno literalmente no está vivo, pero médicamente aún
posee un cuerpo con un sistema nervioso capaz de chispear las últimas agonías,
o si en realidad “muerte” es sólo esa despreocupada e incomprensible
inexistencia que queda flotando alrededor de un cuerpo que ya es sólo un montón
de materia innerte, en la cual sin embargo, increíblemente, la vida rebosará
durante mucho tiempo en muchas formas.
También, como en cada oportunidad en que ella se
manifiesta cerca de mí, me pregunto si la ausencia total de tristeza en mí es
madurez, comprensión respecto a la obviedad que es el fin de la vida, o
simplemente indiferencia, egoísmo en estado puro, decir “mi vida es la única
que me preocupa”.
domingo, 29 de septiembre de 2013
Llévame
En ese momento en que tomas mi muñeca, dejo de ser yo.
Miro sorprendido tus pupilas uniéndose a las mías, y me disuelvo en ese roce
tibio y suave que tus dedos me regalan casi sin darse cuenta. Mis pensamientos
desaparecen de mi mente en una especie de somnolencia, pero en ningún otro
instante me siento tan despierto o consciente de que estoy en la realidad.
Con ese pequeño gesto me llevas hasta ti, y no ofrezco
ninguna clase de resistencia o vacilación, me entrego completamente a ti, como
una hoja que ya perdió su puesto en el árbol y viaja por el aire según los
encantos de la brisa, porque no tengo un lugar que me esté llamando o alguno
que esté esperándome, un lugar al cual quiera ir, pero todos los lugares serán
el lugar más hermoso si eres tú quien me lleva ahí.
Si tomas mi muñeca te vuelves mi única alternativa, mi
único camino, y puedo seguir cada uno de tus pasos porque eres la única persona
a la que quiero querer mientras aún pueda querer a alguien, la única persona a
la que quiero extrañar cuando suelte mi muñeca.
Quiero aprovechar este instante mientras dure, porque
cuando se vaya tal vez regrese lo suficientemente tarde como para no
encontrarme…
jueves, 29 de agosto de 2013
La Belleza de la Vida
¿En dónde yace la belleza de la vida? ¿en su
complejidad, por la cual jamás terminaremos de comprenderla y así seguirá
produciéndonos preguntas y asombro durante toda nuestra existencia? ¿en su
fragilidad, porque las mismas cosas que la crean y la construyen lentamente
pueden destruirla de repente, y así es como un delicado tesoro al que hay que
cuidar con mucha dedicación? ¿en su finitud, porque así como aparece desaparece
y es como una emocionante oportunidad que debes aprovechar antes de que pase?
¿en lo que hay después de ella, porque lo que deja al marcharse es mucho más
complejo y misterioso que ella misma, y casi todos esperamos ansiosos poder
conocerlo? ¿en todas las cosas que permite sentir, como la frescura de una
brisa, el aroma de la tierra mojada, la dulzura de la miel, la suavidad de la
arena, la melodía del agua deslizándose sobre sí misma, el brillo del cielo?
¿en su peligro, gracias al cual se transforma en una placentera fuente de
adrenalina y suspenso, porque la gacela en la llanura no sabe si será el
próximo almuerzo de la leona que anda rondando y la niña en medio de la guerra
no sabe si su casa será la próxima en ser bombardeada? ¿en su extraña manera de
perpetuarse, reproduciéndose a sí misma para alcanzar así una falsa pero
convincente eternidad? ¿en nuestro desesperado deseo de que sea bella, porque
preferimos ser felices y disfrutarla en lugar de verla oscura y así sufrir,
porque no queremos que sea fea, dolorosa o aburrida? ¿en su simpleza, porque es
casi automática y quién la posee casi no debe hacer nada para mantenerla, ella
se encarga de resistir casi por sí sola? ¿en las cosas que permite hacer, porque sin ella uno no puede darse cuenta ni que existe? ¿en sus momentos más tristes e injustos, porque son los que verdaderamente le dan todo el sabor y el color a aquellos que consideramos "buenos"?
Pero, después de todo… ¿Quién dijo que en la vida yace
belleza?
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lunes, 26 de agosto de 2013
Ilusorio
Era de noche. La luz que se dispersaba por el lugar
era lo suficientemente tenue como para decir que estaba oscuro. Caminábamos por
un largo pasillo, atravesando portal tras portal, esperando llegar a aquel
sitio.
―A ver ―me dijo ella, que caminaba muy cerca de mí, y
de pronto pude sentir un delicado roce que se deslizó por los espacios de entre
mis dedos. Eran los suyos, que acariciaban mi piel casi sin querer, y se
aferraban a mi mano, apretándola sin ninguna clase de violencia o brusquedad.
Sentía con suavidad, calidez y claridad cada uno de
sus dedos entre los míos; su pulgar sosteniendo el dorso de mi mano y las yemas
de sus otros dedos tocando mis palmas. Las manos de ambos se habían vuelto una
a la altura de su cadera.
Me encantaba esa sensación, la irreal beldad por la que
estaba rociado el momento, pero pronto miré hacia abajo con tristeza, sabiendo
que aquella palabra, “irreal”, no había llegado de casualidad a mi mente.
Entonces vi cómo se mecían nuestras manos entre los dos, y pensé en si
decírselo o no, si suplicarle que no me diera falsas esperanzas o no, hasta que
finalmente lo hice. Ella me miró desde sus enigmáticas pupilas como si hubiese
soltado la frase más extraña jamás dicha en el mundo, o la oración con menos
coherencia de la historia.
―¿De qué estás hablando? ―respondió con aquella voz
que mis recuerdos jamás logran reconstruir con éxito, pues es más encantadora
de lo que puedo explicar o comprender, y sujetó con un poco más de fuerza mi
mano, por si tenía la intención de irme a algún sitio, por si dudaba de su intención de mantenerme cerca suyo.
Yo suspiré, tal vez un poco más triste que antes,
porque reconocía la irrealidad en sus palabras, lo efímero en el roce de sus
dedos con los míos, la falsedad en el aroma que se deslizaba desde sus cabellos
hasta lo profundo de mi pecho luego de pasar por mi nariz, lo utópico de aquel
amor fantástico que pretendía regalarme en cuestión de segundos, y porque sabía
que yo estaba ahí sólo porque no podía escapar de mis propias ilusiones…
sábado, 17 de agosto de 2013
Esta Noche De Luna Perezosa
¿Y hasta dónde me llevarás esta noche, cuando no tenga
ganas de esconderme tras la mendacidad de mis párpados y te acerques a mí para
rozar la piel de mis mejillas como sólo tú puedes hacerlo, porque el resto es
incapaz de llorar cuando sufre, creen que es debilidad desarmarse en lágrimas,
cuando estas son la más hermosa libertad del sufrimiento? Quiero que seas tú
porque no te resistes a sufrir, porque no te resistes a verme sufrir a mí, no
encierras el dolor en sonrisas túrbidas y vacías, desvaídas, sólo sonríes una
vez que lo has liberado todo.
¿Y hasta dónde me llevarás esta noche, cuando la
oscuridad, las estrellas, y los recuerdos me inviten a viajar? Porque la
atmósfera es volátil y nuestros pies son jóvenes, así que podemos ir a
cualquier lugar. Puedes tomar mi mano, o tomar ambas, o puedes suspirar hasta
elevarme a tus labios, el sitio perfecto para despegar hacia cualquier lugar, o
quedarme en el más maravilloso de todos.
¿Y hasta dónde me llevarás esta noche? Espero que sea
lejos, muy lejos. Llévame con tus dedos antes de que se pierdan al pasear entre
mis cabellos, o llévame con tu voz, porque aunque parezca diluirse en la
densidad del aire, estoy seguro de que encuentra en la brisa los resquicios que
llevan hacia el mar y alcanzan la costa al otro lado. O tal vez puedas llevarme
con tu mirada, que se traga todo el cielo y lo devuelve cuando le ha dado un
poco más de luz; o llévame a través de esa humedad en tus ojos que se trepa a
tus pestañas y luego salta al aire con cada parpadeo.
¿Y hasta dónde me
llevarás esta noche? Llévame a donde no conozca a nada ni a nadie, por favor,
pero donde sólo una mirada baste para conocerlo todo, aunque no pueda
comprenderlo; donde pueda perderme sin que me importe cómo regresar; un lugar
que tal vez está muy cerca, pero se esconde entre los recovecos de la realidad;
un lugar donde la compañía no sea sólo un consuelo que ilustre aún más la
certeza de la soledad; un lugar que sólo conozcas tú, y que desees compartir
conmigo, al que nadie más pueda ir…
sábado, 10 de agosto de 2013
No Entiendo
Estoy en la alturas, solo, simplemente observando cómo
el día se diluía en la tarde, cada vez más rápidamente con el paso de los
minutos. Miro cómo una enorme capa de altocúmulos rosáceos se deslizan muy por
encima de mi cabeza; por encima de aquellas luces rojas que brillan en las
cimas de las antenas, y de los árboles que se convierten en siluetas oscuras y
se mecen en la misma brisa fría que viaja a mi alrededor, haciéndome notar su
presencia en mis mejillas; por encima de la gente y de todas las cosas que ya
olvidé por estar mirando hacia arriba, por perderme en la vastedad de un cielo
que se roba la belleza de la luz, y en la música que suena dentro de mis oídos
desde un pequeño aparato; por encima de todo lo que creo conocer y que a veces
considero real; por debajo de todo lo que solamente puedo soñar y jamás
considero falso.
Podría permanecer aquí, así, toda mi vida.
En toda aquella amplitud, que tal vez no sea infinita,
pero sí lo suficientemente grande como para que yo o mi imaginación jamás
podamos recorrerla o al menos comprenderla, en esa que la luz del Sol
transforma en gamas rojizas, rosas, celestes, y azules, aparece la primera
estrella, como si recién iniciara su existencia, como si se hubiese encendido
de repente, escabulléndose entre los huecos de los altocúmulos, y su brillo
parece aumentar con cada nuevo destello de su titilar. Entonces, cuando me doy
cuenta de que la plenitud que siento me ha puesto una sonrisa en el rosto,
pienso: “¿Cómo puede existir la codicia?¿Cómo alguien puede desear algo más que
esto?”, y es que yo podría permanecer así toda mi vida.
¿Cómo alguien puede desear una belleza distinta a
esta, tan pura y asombrosa, tan abundante e incomprensible? ¿Cómo alguien puede
desear ser protagonista de una vida diferente y renunciar a la paz y las
maravillas que experimenta y presencia el espectador de lo real? ¿Cómo alguien
puede bajar la mirada, a la parte más opaca de la realidad, y olvidar que allí
arriba todo continúa brillando? ¿Cómo alguien puede creer que lo hermoso puede
caber entre sus manos, o guardarse en alguna parte, o verse con un par de ojos?
Lo hermoso sólo puede sentirse, de una manera especial, en que sólo quienes lo
han sentido pueden comprenderlo.
jueves, 8 de agosto de 2013
Estrés
Le di un cabezazo a la alacena. No me dolió. Ni siquiera un poco. Necesitaba descargar la ira que estaba creciendo dentro de mí en forma de tensión muscular y rigidez e inflamación de garganta, quitándole gran parte del lugar a mi capacidad de raciocinio.
Últimamente, la ira logra hacer erupción a través de mí con mayor frecuencia, y eso no me agrada, me preocupa.
De niño era algo violento, trataba mal a mis padres y a mis hermanos, y era capaz de golpear a quien me molestara. Al entrar en la adolescencia, me volví un chico tranquilo, de esos por cuyas mentes ni siquiera cruza la posibilidad de insultar a alguien. Tal vez toda la ira producida durante estos últimos años que no encontró ningún resquicio en mi personalidad por dónde salir, se ha acumulado en la cantidad suficiente para ejercer la fuerza necesaria para crearse sus propios resquicios, abrir sus propias grietas y saltar hacia afuera.
Cuando algo me molesta, todas las frustraciones de mi vida emergen a la parte consciente de mi mente. Es como si al frustrarme porque algo me disgusta, mi cerebro activara la palabra “frustración”, y ésta automáticamente atrayera de entre todos mis recuerdos a aquellos que se relacionan con ella, con esta palabra. Me enfado y recuerdo TODAS mis frustraciones: las personales, relacionadas con mis incapacidades, y las sociales, relacionadas con las incapacidades de la gente que me rodea y la que vive a miles de kilómetros también (me frustra la impotencia respecto a asuntos que me encantaría cambiar pero por los que realmente no puedo hacer nada de nada), y así es como me enfado más, lo suficiente como para que mi cuerpo vea a la ira como a un verdadero problema, y empiece a prepararse para combatirlo (producción de estrés). Este estrés que produce mi cuerpo me exige ser utilizado, haciéndose sentir en cada una de mis partes, y es ahí cuando aparecen las respuestas violentas, porque el estrés es para combatir los problemas, los problemas se combaten para sobrevivir, y la supervivencia se basa en la violencia (superponer la vida de uno mismo sobre la del otro).
Por esto, el estrés puede ser contraproducente, y en lugar de combatir un problema, se convierte en uno, el cual sólo puede resolverse de dos maneras: evitándolo antes de que se produzca, o poseyendo una enorme autonomía mental para controlarlo y/o permanecer indiferente a sus exigencias.
Sólo espero tener pan para desayunar mañana.
Últimamente, la ira logra hacer erupción a través de mí con mayor frecuencia, y eso no me agrada, me preocupa.
De niño era algo violento, trataba mal a mis padres y a mis hermanos, y era capaz de golpear a quien me molestara. Al entrar en la adolescencia, me volví un chico tranquilo, de esos por cuyas mentes ni siquiera cruza la posibilidad de insultar a alguien. Tal vez toda la ira producida durante estos últimos años que no encontró ningún resquicio en mi personalidad por dónde salir, se ha acumulado en la cantidad suficiente para ejercer la fuerza necesaria para crearse sus propios resquicios, abrir sus propias grietas y saltar hacia afuera.
Cuando algo me molesta, todas las frustraciones de mi vida emergen a la parte consciente de mi mente. Es como si al frustrarme porque algo me disgusta, mi cerebro activara la palabra “frustración”, y ésta automáticamente atrayera de entre todos mis recuerdos a aquellos que se relacionan con ella, con esta palabra. Me enfado y recuerdo TODAS mis frustraciones: las personales, relacionadas con mis incapacidades, y las sociales, relacionadas con las incapacidades de la gente que me rodea y la que vive a miles de kilómetros también (me frustra la impotencia respecto a asuntos que me encantaría cambiar pero por los que realmente no puedo hacer nada de nada), y así es como me enfado más, lo suficiente como para que mi cuerpo vea a la ira como a un verdadero problema, y empiece a prepararse para combatirlo (producción de estrés). Este estrés que produce mi cuerpo me exige ser utilizado, haciéndose sentir en cada una de mis partes, y es ahí cuando aparecen las respuestas violentas, porque el estrés es para combatir los problemas, los problemas se combaten para sobrevivir, y la supervivencia se basa en la violencia (superponer la vida de uno mismo sobre la del otro).
Por esto, el estrés puede ser contraproducente, y en lugar de combatir un problema, se convierte en uno, el cual sólo puede resolverse de dos maneras: evitándolo antes de que se produzca, o poseyendo una enorme autonomía mental para controlarlo y/o permanecer indiferente a sus exigencias.
Sólo espero tener pan para desayunar mañana.
miércoles, 31 de julio de 2013
Recuerdos
Son estos días los que me llenan de recuerdos. Afuera
el Sol brilla intensamente, dejando algo blanquecino al celeste del cielo, y
calentando el aire como si quisiera comprimir todos los días del verano que
vendrá en una sola siesta; el viento sopla desde el norte con todo su calor,
sacudiendo las hojas y las ramas, y arrastrando el polvo y la arena por cada
desafortunado y solitario rincón del pueblo. Y mientras, yo estoy aquí, en mi
cuarto, fresco, en silencio. Así es como empiezo a recordar, por ejemplo, mi
bici en el campo a un costado del camino, conmigo sentado sobre ella, y a unos
pocos metros mis dos amigos en sus bicis, bajo la sombra del único árbol en un
diámetro de un kilómetro, rodeados por el calor de la siesta y fatigados por
habernos arriesgado a transitar un trayecto desconocido sin agua, pero
disfrutando de la tarde. O mis pasos, uno detrás de otro, caminando hasta “el
campito”, sabiendo que la tierra se adhiere a mi piel gracias al sudor, y
sintiendo cómo las gotas caen por mi espalda hasta encontrarse con mi remera y
empaparla; el Sol recalentando mi cabeza hasta que finalmente llego a aquel
edificio, con su fresca oscuridad, y saludo a los dos o tres compañeros que han
llegado, para luego recostarme en los mosaicos del piso; y por la tarde intento
regular mi paso a la velocidad apropiada para alcanzarla o para que me alcance
“de casualidad”, y poder caminar con ella hasta casa; no había nada mejor que
caminar toda aquella calle de regreso con ella el viernes por la tarde. O yo
sentado frente a mi computadora, con mi habitación casi herméticamente cerrada
y el acondicionador de aire programado al máximo, llegando a sentir frío
mientras afuera las chapas del techo están ideales para cocinar; escuchando
música relajante, música que me ayude a alejarme todavía más del pueblo,
escuchando Owl City sin siquiera saber quién es Adam Young. O corriendo sobre
las piedras del ripio con una pelota de fútbol y un amigo, mientras otro espera
entre dos árboles, uno verde y otro reseco, a que alguien intente hacer un gol.
O una madrugada encontrándome con mis amigos para subir y bajar los altos
montículos de tierra en una calle en pavimentación, sintiendo la frescura de la
brisa nocturna, y esa extraña sensación que me acompañó siempre que estuve
haciendo algo divertido mientras sabía que el resto del mundo simplemente
dormía.
jueves, 25 de julio de 2013
Ser Nadie
A veces quisiera ser nadie. Quisiera ser como un rayo
del Sol, que viaja veloz pero silenciosamente a través de la vastedad de un
vacío incomprensiblemente repleto de misterios hasta llegar a la Tierra, donde
aunque pareciera absurdo, invisible e inalcanzable, sin que nadie lo vea o lo
note, se desliza por una hoja, un tronco, un insecto, una mejilla, una pestaña,
una nube, y la hace visible. Como una gota que logra condensarse lo suficiente
como para separarse de aquellas que son débiles y permanecen en una nube, y
empieza a caer por la atmósfera, ganando velocidad y materia durante el
trayecto, sin ser distinguida por ningún ojo de todas las demás gotas que caen
a su alrededor, y que finalmente se estrella y se despedaza contra la hierba,
la tierra, una ventana, un tejado, lejos de cualquier persona que pudiera
sentir su humedad. Como la vieja, descolorida, y quebradiza hoja de un árbol en
medio del bosque, que durante ese corto lapso de tiempo entre la noche y el
día, cuando los animales nocturnos están empezando a dormirse y los diurnos
están empezando a despertarse, cae silenciosamente, no porque el viento o algún
animal la haya separado de su rama, sino porque sencillamente es su momento de
caer, y va meciéndose por el aire antes de tocar el suelo, como disfrutando
plenamente el viaje, porque pronto se convertirá en aquella putrefacción
anónima y húmeda a los pies de los árboles. Como una de las docenas de lágrimas
que derrama el irritado ojo de alguien olvidado que se encuentra rodeado por su
soledad y por la angustia en un rincón invisible para el resto del mundo, que
se arrastra por el camino salado que las anteriores lágrimas dejaron en el
pómulo y la mejilla, y antes de llegar al labio, cae sin que la persona la
notase, sobre su ropa, donde se escabulle a través de los diminutos túneles que
construyó el hilo de la tela hasta esparcirse lo suficiente para ya no ser
ella, y desaparecer por completo y por siempre, sin dejar rastros de su
existencia. Como una brisa que atraviesa todo el campo sin dejar su huella en
ninguna piel, pluma o hierba, porque viaja lentamente por donde no hay nadie, y
a la altura suficiente para que las plantaciones no sientan su frescura, y
después llega al desierto, donde sólo logra arrastrar unos cuantos granos
dorados cuya posición anterior era totalmente desconocida hasta por ellos
mismos antes de ser diluida por una ventisca mucho más fuerte que ella,
proveniente del punto cardinal opuesto. Como todos aquellos, millones, billones
y trillones de testigos silenciosos que aparecen y desaparecen en medio de las
maravillosas simplezas cotidianas del mundo, sin comentar nada acerca de ellas,
sin modificarlas, sin intervenir, sólo estando ahí para poder apreciarlas en el
momento y nada más, aunque luego no tuvieran la memoria para convertirlas en
recuerdos. Como testigos del presente que olvidan el pasado y que no saben nada
del futuro.
A veces quisiera ser así, sólo a veces…
viernes, 19 de julio de 2013
Abrazos Gratis
Desde el momento en que vi por primera vez un video de un chico parado en medio de la ciudad, sin trasladarse mientras a su alrededor docenas de personas simplemente lo esquivaban, tal vez sin siquiera percatarse de que era una persona, quise hacerlo. Él tenía sus brazos elevados, y en sus manos sostenía un cartel muy simple que decía "Free Hugs" ("Abrazos Gratis", en español). Me propuse hacer lo mismo, a ver qué se sentía en la experiencia. Sin embargo, pensaba hacerlo recién el año que viene, cuando me marchase a la ciudad, pero hace unas semanas, hablando con una compañera de clase (creo que ella no se sentiría cómoda si le digo "amiga", pero yo soy su amigo), ella me dijo que alguna vez le gustaría hacerlo también, y que alguna vez definitivamente lo haría. Yo aproveché la oportunidad y la invité a que lo hiciéramos juntos (la vergüenza que produce la timidez es menor cuando se comparte; es más llevadera que tener que cargar con toda tú mismo, creo). Hoy, viernes 19 de julio (2013), finalmente lo hicimos.
Salí de mi casa a las 8:55 de la mañana, porque a las 9 debíamos encontrarnos en la plaza. Llevaba mi pequeño cartel enrollado en mi bolsillo canguro, y realmente no quería hacerlo. Tenía mucha, demasiada vergüenza de caminar por la calle, en frente de la gente, con aquel cartel extendido entre mis manos. Anduve por la plaza deseando que ella no se atreviera a venir, y cuando estaba a punto de regresarme con el estómago dado vuelta por la inseguridad, ella apareció en una esquina, a las 9:10. Entonces no hubo remedio, porque debía cumplir con el trato. Tuve que enfrentar mi miedo, pues, al fin y al cabo, era algo que tenia muchas ganas de experimentar.
Desdoblé mi cartel tomando un poco de la valentía que ella dejó ir al desdoblar el suyo, y empezamos a caminar, cada uno por un lugar diferente. Aunque es un pueblo pequeño, no demoré en cruzarme con la primera persona: era un hombre ya anciano, alto, de rostro serio; noté que leyó mi cartel, y al instante desvió la mirada, su rostro se hizo más serio y agachó la cabeza para encender un cigarrillo. Estaba claro que no iba a abrazarlo. La siguiente fue una mujer anciana, que me saludó con expresión seria y siguió camino. Después me crucé con dos jóvenes, un chico y una chica; él leyó mi cartel y se sonrió, y en seguida le dijo "dale, abrazalo, dale un abrazo al chico", pero ella se negó.
Cuatro personas y ningún abrazo, pero finalmente, incluso cuando estaba a unos treinta metros, supe que la quinta persona me abrazaría: era una chica de aproximadamente mi edad, tal vez un poco menos, que vio mi cartel y empezó a reír. Su timidez casi la hace pasar de largo, pero a último momento me atreví a preguntarle directamente "¿querés un abrazo"?, y ella dijo "bueno" torciendo la cabeza, y entonces, al fin, tuve mi primer abrazo de la mañana (la cual por cierto estaba muy fría, ideal para abrazar). Desde ese momento hasta ahora, no he perdido la sonrisa. Vaya, qué incontrolables ganas de sonreír me quedaron después de ese primer abrazo. Supongo que ese es el fin principal de la experiencia: alegría en estado puro, genuina, casi infantil, que parece no tener ningún sentido.
Luego me crucé con más personas, pero ninguna me abrazó. Una de ellas, al ver mi cartel, se cambió de vereda. Después acerqué a unas mujeres que estaban limpiando una iglesia y les ofrecí un abrazo: una de ellas se rió mucho, pero la otra me miró seria y me preguntó "¿para qué?", y casi sin detenerse a escuchar mi respuesta ya se alejó.
En fin, los únicos abrazos que recibí fueron los de aquella chica y el de Noe, mi compañera de dar abrazos, que ciertamente tuvo más suerte, y dio como diez. Pero no se trata de "recolectar" abrazos o algo así, sino simplemente de dar los tuyos, y recibir otros a cambio. Mis dos abrazos son todo lo necesario para alegrarme el día.
Volveré a repetir la experiencia cualquier día de estos. Vale la pena hacerlo, se pasa un momento muy lindo.
Salí de mi casa a las 8:55 de la mañana, porque a las 9 debíamos encontrarnos en la plaza. Llevaba mi pequeño cartel enrollado en mi bolsillo canguro, y realmente no quería hacerlo. Tenía mucha, demasiada vergüenza de caminar por la calle, en frente de la gente, con aquel cartel extendido entre mis manos. Anduve por la plaza deseando que ella no se atreviera a venir, y cuando estaba a punto de regresarme con el estómago dado vuelta por la inseguridad, ella apareció en una esquina, a las 9:10. Entonces no hubo remedio, porque debía cumplir con el trato. Tuve que enfrentar mi miedo, pues, al fin y al cabo, era algo que tenia muchas ganas de experimentar.
Desdoblé mi cartel tomando un poco de la valentía que ella dejó ir al desdoblar el suyo, y empezamos a caminar, cada uno por un lugar diferente. Aunque es un pueblo pequeño, no demoré en cruzarme con la primera persona: era un hombre ya anciano, alto, de rostro serio; noté que leyó mi cartel, y al instante desvió la mirada, su rostro se hizo más serio y agachó la cabeza para encender un cigarrillo. Estaba claro que no iba a abrazarlo. La siguiente fue una mujer anciana, que me saludó con expresión seria y siguió camino. Después me crucé con dos jóvenes, un chico y una chica; él leyó mi cartel y se sonrió, y en seguida le dijo "dale, abrazalo, dale un abrazo al chico", pero ella se negó.
Cuatro personas y ningún abrazo, pero finalmente, incluso cuando estaba a unos treinta metros, supe que la quinta persona me abrazaría: era una chica de aproximadamente mi edad, tal vez un poco menos, que vio mi cartel y empezó a reír. Su timidez casi la hace pasar de largo, pero a último momento me atreví a preguntarle directamente "¿querés un abrazo"?, y ella dijo "bueno" torciendo la cabeza, y entonces, al fin, tuve mi primer abrazo de la mañana (la cual por cierto estaba muy fría, ideal para abrazar). Desde ese momento hasta ahora, no he perdido la sonrisa. Vaya, qué incontrolables ganas de sonreír me quedaron después de ese primer abrazo. Supongo que ese es el fin principal de la experiencia: alegría en estado puro, genuina, casi infantil, que parece no tener ningún sentido.
Luego me crucé con más personas, pero ninguna me abrazó. Una de ellas, al ver mi cartel, se cambió de vereda. Después acerqué a unas mujeres que estaban limpiando una iglesia y les ofrecí un abrazo: una de ellas se rió mucho, pero la otra me miró seria y me preguntó "¿para qué?", y casi sin detenerse a escuchar mi respuesta ya se alejó.
En fin, los únicos abrazos que recibí fueron los de aquella chica y el de Noe, mi compañera de dar abrazos, que ciertamente tuvo más suerte, y dio como diez. Pero no se trata de "recolectar" abrazos o algo así, sino simplemente de dar los tuyos, y recibir otros a cambio. Mis dos abrazos son todo lo necesario para alegrarme el día.
Volveré a repetir la experiencia cualquier día de estos. Vale la pena hacerlo, se pasa un momento muy lindo.
sábado, 29 de junio de 2013
Una Vez...
Cuando iba a noveno año, o primero del polimodal (2010
o 2011), una tarde salí del colegio, posiblemente de la clase de Informática, y
fuimos con unos compañeros a sentarnos un rato en la plaza del pueblo. Ahí
estaba uno de aquellos extranjeros que apenas conocen el idioma español,
sentado en uno de los bancos, con un puesto repleto de aros, pulseras, collares
y demás cosas por el estilo frente a él. Por la mañana, desde el salón de
clases algunos ya le habían gritado estupideces a través de la ventana,
creyendo que se burlaban de él, pensando que eran graciosos, supongo.
Consideraban que el color oscuro de su piel era motivo para hacerlo (siempre
detesté a mis compañeros de clase; no a todos, por supuesto, y no a las chicas,
pero sí a algunos chicos). Como fuese, mis compañeros se detuvieron a mirar la
mercancía (a mí esas cosas siempre me interesaron muy poco, así que no presté
mucha atención) y preguntaron algunos precios. Uno de ellos en particular me
preguntó qué opinaba acerca de algunos collares, porque quería hacerle un
regalo a una chica. ¿Qué podía saber yo de regalarle un collar a una chica?
¿Qué podía saber yo de regalarle algo a alguien? Le dije que cualquiera estaba
bien, que lo que importaba era la intención del gesto (o al menos eso creo ahora
que le dije).
Después de no comprar nada, todos fuimos hasta el
banco a unos veinte metros de ahí, y nos sentamos a dilapidar la tarde. No pasó
mucho tiempo cuando aquel tipo se puso de pie, nos hizo algunas señas, y con el
poco español que naufragaba en su lengua nos pidió que le cuidáramos el puesto
mientras él cruzaba la calle para ir a la panadería del frente y compraba algo
de comer. Le respondimos que sí y nos acercamos. Mientras caminábamos hacia
ahí, comprendí perfectamente lo que significaban las sonrisas y los murmullos
que empezaban a medrar entre ellos, mis compañeros, pero pensé “no, no son tan
hijos de puta como para hacerlo en serio”, y me equivoqué. Se hicieron algunos
comentarios acerca de aprovechar la situación y tomar algunos aritos, y yo
lancé varios “no, changos” muy tibiamente, todavía con escepticismo respecto a
que en verdad pudieran robarle tan miserablemente algo a aquel extranjero.
Al ver que sus manos empezaban a moverse, tuve que
dejar de lado aquella tibieza. Me habría encantado ir directamente a la
violencia y darles un buen puñetazo en la cara a cada uno (creo que eran tres),
porque sinceramente creo que se lo merecían, pero no soy capaz de golpear a
nadie, y mucho menos a alguien que luego tendré que ver todas las mañanas. Por
eso tuve que recurrir a otro método para controlarlos: les dije que si tomaban
algo, yo se lo contaría al dueño. Al principio sólo rieron, pero supongo que la
expresión de mi rostro fue lo suficientemente seria como para convencerlos de
que en verdad lo haría, luego de decirlo dos o tres veces más. Sí lo iba a
hacer, no era sólo una amenaza. Uno de ellos me dijo varias veces “baah,
chango, qué puto que sos”, pero no me importó, por supuesto. Logré mantenerlos
al margen del delito, por suerte, en aquella ocasión.
El hombre finalmente regresó, nos agradeció (aunque
parecía algo triste; todavía estoy seguro que pensaba algo como “bueno, seguro
me quitaron algo, pero ya está”), y nosotros, casi peleados, nos dispersamos:
yo hacia mi casa, y cada uno de los otros no sé a dónde.
Hasta el día de hoy me siento bien por haber podido
evitar que mis compañeros hicieran una estupidez (ya saben, tengo ese
sentimiento tonto, infantil y autocomplaciente de haber hecho lo correcto),
pero también me siento mal, porque comprobé que su nivel de estupidez era
incluso más alto de lo que yo creía, convirtiéndolos en personas,
lamentablemente, dañinas y peligrosas.
domingo, 9 de junio de 2013
Tarea de Filosofía
La siguiente es una improvisación que escribí para cumplir con una tarea del colegio, para la asignatura Filosofía.
Desde mi punto de vista, todos los seres
vivos son en dos partes: una es su forma de ser, y la otra su manera de ser.
La forma de ser sería su cuerpo, y la manera
de ser sería su comportamiento. Sin embargo, muy generalmente, definimos la
identidad de los seres según su cuerpo más que su comportamiento; es decir, a
un individuo con cuerpo de león que come sólo hierbas, por ejemplo, seguiríamos
considerándolo un león, aunque su comportamiento sea ajeno al de tal. Esto se
debe a que la manera de ser de cualquier tipo de individuo, no depende sólo de
su forma, sino también de su entorno, de los demás seres vivos e inertes que lo
rodeen.
Para empezar a hablar específicamente del
hombre, me parece conveniente hacer una distinción entre lo que es realmente un
“hombre” y lo que es en realidad un “humano”. Entonces, podría decir que el
“humano” es el homo sapiens en su estado más natural, el ser que busca la
manera de sobrellevar y disfrutar su vida entre todos los demás seres del
universo; y el “hombre” es el homo sapiens alejado de su estado más natural,
incorporado plenamente al estilo de vida de la gran sociedad.
El humano no es necesariamente un homo
sapiens aislado en medio de la selva, el desierto o las planicies, como un
animal salvaje más. Es un ser que comprende su diminuto puesto en medio de la
naturaleza, que entiende y acepta que es tan sólo un individuo más. Su egoísmo
no va más allá del necesario como método de supervivencia, pues sin él todos se
sacrificarían prematura e incoherentemente.
El hombre es el homo sapiens que, dándose
cuenta o no, por decisión propia o no, ha dejado de verse (o nunca se vio) como
un simple ser más de la naturaleza, y esto lo lleva a considerar que su puesto
en el universo es jerárquicamente más elevado que el de los demás. Su nivel de
egoísmo supera el necesario para la supervivencia, y por ello se vuelve
codicioso y calculador. Vive en sociedad porque esta puede ofrecerle una vida
más sencilla, y la utiliza como un medio para lograr las riquezas que anhela
(puede haber algunas abstractas entre ellas).
Entonces, lo que hace tan diferentes al
hombre y al humano, es su nivel de egoísmo. A partir de este, la manera en que
ven y viven la vida cambia por completo. Tienen objetivos y métodos diferentes.
Pero no debe haber confusión. No estoy
diciendo que uno de los dos es bueno y el otro es malo, o uno es mejor y el
otro es peor, sencillamente se trata de dos seres diferentes, porque, aunque
comparten su forma de ser (cuerpo), sus maneras de ser (comportamiento) son
ampliamente distintas.
Así queda claro que el comportamiento
mantiene cierta independencia del cuerpo, pues dos seres con el mismo cuerpo
pueden comportarse de manera totalmente diferente, pero, ¿hasta qué punto llega
esta independencia? Me refiero a más allá de los condicionantes físicos claros
(por ejemplo, un cuerpo sin alas no va a volar y un cuerpo sin extremidades no
va a caminar), a si esta “manera de ser” es algo así como una entidad que se
acopla a la “forma”, lo que algunos podrían llamar alma, o espíritu, o mente, o
esencia, o lo que fuese. Este es un asunto que sobrecarga mi cabeza cuando lo
pienso, y creo que nunca llegaré a una conclusión que me convenza.
Cuando me detengo a pensarlo, siento que
junto con la forma, la manera se acaba (mueren), pues esta podría ser sólo un
complejo sistema de reacciones químicas y eléctricas dentro del cuerpo, pero
debido a experiencias personales, se me hace imposible no considerar la
posibilidad de que una manera emigre de una forma a otra (lo que algunos llamarían
“reencarnación”, pero no me gusta usar conceptos como ese, pues las personas
les dan más significados de los que en realidad tienen, o sencillamente cada
uno los ve de una manera diferente, y casi siempre se generan malentendidos).
Es posible que la “manera de ser” se
encuentre conformada por un material miles o millones de veces más pequeño que
una partícula subatómica; una sustancia que podría pasar desapercibida para la
ciencia durante muchos siglos más. De esta manera podría pasar de un cuerpo a
otro, pero esta transmigración parece algo demasiado inverosímil: ¿cómo
sucedería? ¿en qué momento?
Por ahora, sólo puedo sostener que esta
manera es una consecuencia de la forma, algo que ocurre dentro del cuerpo y que
deja de ocurrir cuando el cuerpo deja de funcionar.
viernes, 31 de mayo de 2013
¿Vale la pena ser vegetariano?
Esta es una pregunta personal que yo me
hago a mí mismo, y por lo tanto, la respuesta es también personal. No pretendo
estar formulando ninguna verdad universal o algo por el estilo, ya que todos
percibimos la realidad de una manera diferente. Pero aún así soy consciente de
que mi punto de vista puede ser el mismo (o muy similar) que el de muchas otras
personas, y por lo tanto esta reflexión que me siento a hacer en soledad y
tranquilidad puede servirles a ellas también. Para otras, todo lo que estoy a
punto de escribir será sólo un montón de palabrería surgida de alguien con poco
que hacer, o nada más que una opinión inválida, o un criterio equivocado y ya.
Creo que el
primer punto que debo aclarar antes de empezar a responder esta pregunta, es
cuál es la “pena” de ser vegetariano, ya que, hablando teóricamente, en
realidad se trata de una dieta más adecuada para el organismo humano, debido a
que posee más variedad de nutrientes1 y es mucho más liviana2
que la dieta omnívora, la cual es mucho más popular.
Sin embargo,
teniendo en cuenta la vida en sociedad de la actualidad, ser vegetariano sí
lleva consigo algunas cargas que hay que soportar. Por ejemplo, gran parte de
los productos industrializados son realizados con grasa animal, y es suficiente
con leer sus ingredientes para darse cuenta; por lo tanto, la variedad de
productos a los que se puede acceder siendo vegetariano se reduce
drásticamente.
Además, a la hora
de festividades o situaciones especiales con reuniones sociales, la carne nunca
falta a la hora de la comida, y de cierta manera uno debe “excluirse” de la
gran mayoría, porque se quiera o no, no compartir el ámbito alimenticio del
resto es excluirse. En estas situaciones es cuando más extraño se siente uno, y
piensa cosas como “vaya, yo no como carne pero todas estas personas sí lo
hacen… ¿cuánto vale mi intención entonces?”.
Si consideramos
que muchos siguen una vida omnívora hasta la adultez, y luego por alguna razón
deciden hacerse vegetarianos, deben enfrentar un drástico proceso de cambio en
su forma de vida, y creo que todos sabemos lo difícil que es para las personas
cambiar hábitos diarios tan arraigados. Y si uno decide convertirse durante la
adolescencia, es muy posible que deba esforzarse el doble, pues al convivir con
su familia debe “luchar” contra ella, contradecirla a diario, y reafirmar cada
día su decisión3.
Y en cualquiera
de los dos casos, debido a la conversión y a haber llevado una vida omnívora
hasta la misma, muchas personas pueden sufrir ineficiencias nutricionales que
deben arreglar con suplementos4.
Otra cuestión es
que si se vive en una zona poco globalizada (como una zona rural o poblados
pequeños), conseguir una variedad saludable de alimentos vegetales es realmente
complicado, por no decir imposible, y sí o sí te ves forzado a tener que ir a
la ciudad para conseguirlos, por lo que tu modo de vida se encarece
económicamente. También hay posibilidades de que incluso viviendo en la ciudad
comer se te haga más costoso en términos de dinero si llevas una dieta
vegetariana, pero no siempre es el caso.
Ni hablar de si
realmente te encanta el sabor de la carne, pero debes renunciar a ella para
sentirte bien contigo mismo y/o con el resto de la vida. Esa también es una
“pena” válida.
Y bueno, creo que
esas son las principales “penas” o contras de ser vegetariano en un mundo
claramente omnívoro. Ahora sí puedo pasar a analizar el siguiente aspecto:
¿Favorece
realmente al resto de los seres vivos que yo me haga vegetariano?
Hay innumerables
seres vivos en la Tierra, que van desde los microorganismos como bacterias
unicelulares hasta hongos pluricelulares y vegetales complejos; claramente,
también los animales entramos en el grupo, y es realmente imposible no atentar
contra la vida de ninguno, ya que muchos de ellos atentan contra la nuestra. Es
sencillamente imposible no ser un asesino, ya que así es como funciona el
Universo, y para sobrevivir, como la palabra lo indica, debemos “sobreponernos
a la vida”. Por ejemplo, incluso aunque decidamos tener una vida muy corta
alimentándonos a base de arcilla u otras sustancias inertes, cada vez que
alguna bacteria nos enferme o ingrese a nuestro cuerpo, nuestro organismo la
eliminará sin siquiera pedirnos permiso (si es capaz de hacerlo, claro).
Entonces, ¿sirve
de algo ser vegetariano si en realidad no se puede dejar de ser un asesino, y
de una u otra manera te llevarás vidas que no te pertenecen? Aunque sea
inevitable dejar de ser un asesino, sí podemos influir en la cantidad de
víctimas que nos convierte en tal. Es decir, podemos reducir esa cantidad si lo
deseamos y nos esmeramos.
Pero… ¿no comer
carne realmente disminuye la cantidad de muertes? Esta es una pregunta muy
interesante:
Supongamos que
existen sólo dos alternativas de alimentos, comes carne de cerdo o comes
zanahorias, y debes consumir medio kilogramo de alimento al día para sobrevivir.
En promedio, los cerdos pesan 85kg, pero quitándole el esqueleto y otras partes
no comestibles, hagamos de cuenta que su peso se reduce a 30 kilogramos ; y las
zanahorias pesan en promedio 150g cada una (siendo su totalidad comestible),
pero supongamos que tres zanahorias grandes llegan a pesar el medio kilogramo
diario que se necesita. Entonces, con la muerte de un cerdo podríamos vivir
durante 60 días, pero con la muerte de una zanahoria no podríamos ni siquiera
consumir lo necesario para alimentarnos bien un día; necesitaríamos tomar 180
vidas de zanahorias para alimentarnos los 60 días en que logramos alimentarnos
tomando la vida de un cerdo. Al buscar otros ejemplos, nos daremos cuenta de
que es increíblemente mayor la cantidad de muerte que genera una dieta
vegetariana que la que genera una dieta carnívora u omnívora.
Cierto, podríamos
alimentarnos sólo de partes de vegetales que extraigamos de una planta sin
asesinarla (como las frutas, por ejemplo), pero nuestra dieta sería sumamente
pobre y deficiente nutricionalmente, y eso nos llenaría de problemas, evitaría
que estuviéramos saludables.
Sin embargo, no
podemos detenernos aquí, porque la vida no sólo se trata de “cantidad”, sino
también de “calidad”. ¿Cuál ha sido la calidad de ese único cerdo que nos
alimentó durante 60 días? Ha vivido en cautiverio durante toda su existencia,
con poco espacio en el cual moverse, posiblemente siendo sometido a dolorosos
procesos como la marcación y el control de su hocico mediante un anillo,
alimentándose de manera deficiente con comida rica en grasas que no lo nutría
como debería haberlo hecho, condenado desde un principio a ser comida sin
posibilidades de cambiar su destino, posiblemente sufriendo una muerte dolorosa
y quizás hasta lenta. En cambio, la vida de aquellas 180 zanahorias, ¿cómo fue?
Para los vegetales, no hay diferencia entre una vida de cautiverio o una en
estado salvaje, y sin embargo podemos decir que quizás viven mejor en
cautiverio pese a también estar destinadas a ser comida: reciben cuidados y
atenciones que le aseguran su bienestar y como hasta donde se sabe no tienen
sistema nervioso, son incapaces de sufrir el dolor (y quién sabe, quizá ni
siquiera sepan que están vivas o que existen).
Entonces, creo
que este último punto es el verdaderamente crucial, el que inclina la balanza
hacia uno de los dos lados, porque me parece que es mejor vivir un día feliz
que un año padeciendo, por decirlo de alguna manera.
Sin embargo, creo
que aún podría hablar de un asunto más antes de formular la respuesta, y este
se trata de los beneficios de ser vegetariano: es cierto, no recibirás ninguna
recompensa por parte de un ser superior o algo por el estilo a causa de
respetar el bienestar de tantos seres del Universo, y si bien tendrás una
alimentación más balanceada y saludable, eso no te garantizará un mejor estado
físico que el de cualquier otra persona que sí coma carne, pero si sientes algo
de amor por este mundo (aún con todas sus cosas horribles) y por lo maravilloso
que es tener la capacidad y la oportunidad de vivirlo, te aseguro que sentirás
algo plenamente gratificante en tu interior, que te hará sonreír solo cada vez
que pienses en ello…
Sí, vale la pena
ser vegetariano.
1El
valor nutritivo de la carne es frecuentemente sobrevalorizado, y por esa razón,
muchos dejan de comer gran variedad de alimentos (como frutos secos, legumbres
y semillas) pensando que con comer carne es suficiente.
2Me
refiero a que el sistema digestivo digiere mucho más fácilmente los alimentos
de origen vegetal, y por eso se reciben los nutrientes con mayor velocidad, y
se agiliza todo el proceso metabólico y fisiológico. La carne, por ejemplo,
tarde entre cinco y seis horas en digerirse, y eso puede llevarnos a sentirnos
“pesados” o “llenos” mucho tiempo, y por ende comer menos de lo adecuado.
3Muchos
adolescentes deben incluso cocinarse a parte del resto de los miembros de la
familia, cuando esta decide no apoyar ni siquiera en lo más mínimo su decisión,
y de esa manera uno realmente se siente solo, aislado.
4Con
el tiempo, el cuerpo humano también se adapta y se acostumbra a todo, así que
después de llevar una vida omnívora, cuando deja de recibir carne
repentinamente, puede tener algunas malas reacciones. Debido a esto se
recomienda que la conversión sea gradual y lenta, para ir preparando al cuerpo,
aunque aún así las posibilidades de daños colaterales no desaparecen por
completo.
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sábado, 25 de mayo de 2013
Lluvia de Estrellas en la Ciudad del Búho
Era invierno. Todo el
ambiente estaba empalidecido. Arriba los altoestratos permanecían grises y
abajo el suelo yacía oculto bajo una suave y blanca manta de nieve que empezaba
a escacharse. A todo el alrededor, los edificios lívidos y los copos reflejaban
un difuso resplandor blanquecino que además de limitar la capacidad parecía
actuar como un leve pero certero somnífero.
El viento soplaba incansable
e indiferente desde el norte, desviando el recorrido de los copos y enfriando
todo lo que la nieve no lograba cubrir, como las famélicas y denudas ramas de
los árboles y las paredes de los edificios. También movilizaba los robustos
pliegues de su abrigada ropa y los castaños mechones que se escapaban del borde
de su gorro hacia su frente.
Él permanecía recostado sobre
la barra metálica que indicaba la parada de un autobús con un cartel en su
cima, y escondía sus manos en los bolsillos mientras protegía sus labios y
parte de sus mejillas bajo el largo cuello de su abrigo, manteniendo el calor
con su propio aliento. No levantaba ni durante un instante la mirada de aquella
estrecha franja oscura en el asfalto que lograba resistirse a la dominación de
la nieve. Sólo de vez en cuando la desviaba un poco para asegurarse de que ella
aún estaba allí, de pie, a casi dos metros de él.
Ella también miraba hacia
abajo, y se balanceaba sutilmente sobre sus tobillos intentando generar un poco
de calor en su cuerpo. Desde su nuca, sus cabellos, motivados por el viento,
intentaban sobrepasar a sus hombros, ocultos bajo un pesado abrigo oscuro. Lo
gélido entraba a ella a través del aire, enrojeciendo su nariz y robándole la
sensibilidad a sus fosas nasales; pero desaparecía en los pulmones, y regresaba
tibio al exterior, formando una nube fugaz alrededor de sus labios.
Ninguno sonreía, ninguno
podía elevar la mirada o centrar sus ojos directamente en los del otro. El
tiempo, que había sido tan generoso con ambos, lentamente fue perdiendo la
paciencia, y estaba próximo a abandonarlos. Las palabras que siempre habían
abundado casi hasta el despilfarro, se quedaban desarmadas en su interior sin
la capacidad ni la intención de salir. Pero el silencio era el escándalo
adecuado para expresar la homogénea amalgama de sensaciones extrañas y
mayormente amargas que parecía circular por sus estómagos y sus gargantas.
Una mancha azul empezaba a
hacerse notar en la blanca pared que construía la nevada, y aquella mezcla
empezaba a arremolinarse, dándoles el deseo de gritar, el cual luego se
convirtió en una necesidad que no pudo ser satisfecha.
Él aumentaba el ruido de su
respiración y apretaba sus dientes y puños, pero ni siquiera el frío que estaba
a punto de congelar sus cejas y la punta de su nariz podía congelar el tiempo.
Cuando aquella mancha azul se convirtiera en un autobús y se detuviera frente a
ellos, todo acabaría. Y entiéndase “todo” como lo bueno, lo cálido, la
capacidad de generar esa felicidad que desemboca en recuerdos hermosos pero
inevitablemente dolorosos. Por otra parte, empezaría un largo camino rodeado de
vacío; un camino solitario donde el tiempo tendría tanto espacio para llenar
que tardaría mucho en hacerlo, y transcurriría muy lentamente debido a eso.
Ya podía escuchar el sonido
de las cubiertas del vehículo comprimiendo los cristales de nieve, dejándolos
como una delgada y frágil piel de escarcha para el asfalto. Aquel sonido era el
preludio de la soledad, y se mezclaba con la desesperación que empezaba a nacer
en su interior. Sus deseos de gritar y correr aumentaban, pero su cuerpo le
respondía cada vez con más quietud, como si la sobrenatural esfera que crecía y
se apoderaba de su garganta, asfixiándola, paralizara también el resto de su
cuerpo.
El autobús se detuvo frente a
ambos, y pareció detenerlo todo durante un instante. El viento, la nieve, el
tiempo, sus latidos, todo se congeló durante un microsegundo. El frío fue lo
único que no se detuvo, y contrariamente, se intensificó.
Ella no podía pensar en nada.
La decisión ya estaba tomada y no importaba cuánto temblara su pecho, no había
marcha atrás. Nadie había querido que las cosas terminaran así, pero uno no
puede controlarlo todo en la vida.
Él tragó saliva cuando
escuchó que la puerta corrediza se deslizó con brusquedad para abrirse, y abrió
su boca para no asfixiarse. Su cerebro bombardeó su mente con las imágenes de
decenas de recuerdos, y su sangre empezó a recorrer tan velozmente como los
pensamientos todo su cuerpo. Pero luego, en una porción de tiempo lo
suficientemente diminuta como para que ningún humano pudiera comprenderlo,
aquellos recuerdos se diluyeron en la imaginación de un futuro, en la realidad
cercana que empezaría tan sólo en unos instantes, cuando ella subiera al
autobús, lo mirara de reojo por la ventanilla, y la puerta se cerrara. Una
realidad horrible. Una realidad que exasperaba. Una realidad sin ella.
Ella levantó la cabeza para
dar el primer paso al frente, y él estalló en un movimiento veloz. La rodeó con
sus brazos como si estuviese a punto de caerse de un precipicio, y la apretó
contra su pecho como si quisiera unirla a su cuerpo. Sumergió su nariz y labios
en su cabellera y se sintió libre cuando disfrutó su aroma.
—No te vayas —le dijo desde
atrás del oído, con los ojos fuertemente cerrados, y la sujetó un poco más que
antes.
Ella elevó sus manos y bajó
sus dedos sutilmente hasta los brazos de él, pero no dijo nada. Parpadeó pausadamente,
como si se hubiese sumergido en el sueño durante un instante, y empezó a
deslizarse hacia abajo sin hacer ningún esfuerzo extra. Los brazos que la
rodeaban se debilitaron a medida que la resignación se apoderó de su dueño, y
al final cayeron sin fuerzas mientras ella hacía un paso al frente. Pero antes
del segundo paso, se detuvo, y su silencio estiró un poco más la agonía de
ambos.
―Adiós
―dijo entre los copos de nieve, el viento, los recuerdos, y las dudas. Se quedó
unos momentos más de pie, tal vez implorando que él volviese a sujetarla, o
esperando que al menos le dijese algo más antes de partir. Paro nada sucedió, y
subió los dos escalones del autobús.
Él
agachó la cabeza mientras sus párpados intentaban cerrarse, negando y pretendiendo
no ver más la realidad, y se quedó allí, de pie, mientras el silencio y el frío
lo envolvían y lo convertían en nada más que otro objeto dentro del paisaje
urbano, como un letrero despintado o un banco poco usado.
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